Cangrejo de río con salsa de ostras Pedrín

Amables conciudadanos y conciudadanas, estoy completamente convencido de que habréis esperado la continuación de mis recetas con total impaciencia e incertidumbre. Vuestras vidas sin ellas no habrán sido lo mismo, vuestras mesas de comedor tampoco. Sin mis magníficas recetas éstas habrán estado tristes y melancólicas, pero eso se acabó, ya estoy de vuelta.

    El motivo de mi ausencia ha sido la consecuencia de querer experimentar in situ con gastronómicas recetas exóticas. Para eso debía desplazarme hasta el lugar indicado. Me habían hablado muy bien de la gastronomía de Pernambuco y hasta allí fui. No voy a negar que me sorprendió, pintoresca sí que lo era, eso nadie que la conozca puede ponerlo en duda, pero he pensado no poner ninguna, soy sensible y lo que no quiero para mí no lo quiero para los demás, así que para celebrar mi regreso manufacturaremos una espléndida receta no exenta de riesgos. Esta receta ha sido muy tradicional en mi familia y ha ido pasando por todas las generaciones, de abuelos a padres, de padres a hijos y, o cambia mucho la cosa y Dios hace un milagro no deseado, o en el hijo se quedará.

    La receta en cuestión es muy laboriosa de hacer. Al contrario de otras veces, esta vez la comenzaremos por los cimientos y poco a poco iremos subiendo por el deslunado hasta finalizar en la antena parabólica del tejado.

    Dicho esto, demos paso a los ingredientes.

Ingredientes:

Cangrejos de río: La procedencia de estos cangrejos puede ser de cualquier río de la península ibérica.
Pimientos: Para la salsa
Tomate natural: Para la salsa también.
Cebolla: También para la salsa y para que nos lloren los ojos un rato
Ajos crudos: Estos no son para la salsa, estos son para tumbar con el mal aliento a quien le tengamos manía y ose ponérsenos enfrente.

    Como dije, se trata de empezar por los cimientos, para ello, qué mejor que ir a capturar a los cangrejos nosotros mismos, nos encontraremos muy bien haciéndolo. Nuestro “yo interior” estará en paz y armonía con la naturaleza (que falta le hace, que no nos acordamos de Santa Barbara hasta que no truena), y esta receta no sería la misma si fuésemos a comprar al mercado a los cangrejos ya fallecidos.
    Quien no tenga cerca un rió dirá que entonces qué….los que digan esto más que nada es por dar por saco y no hay que hacerles demasiado caso, ¿Quién no tiene hoy en día cerca un río?, todos tenemos alguno, y si no, siempre sabremos de algún conocido que tenga esa gran suerte y pueda hacernos el favor de llevarnos.

    Los preparativos habrá que hacerlos un día antes porque en el mismo día no nos daría tiempo a hacerlo todo. Así que el día de antes nos levantaremos tempranito, es la hora tonta de los cangrejos porque se han pasado toda la noche de picos pardos y a eso de las cinco de la mañana ya estarán rendidos y se habrán retirado a sus cavernícolas aposentos a descansar.

    Es importante ir provisto del material acuífero adecuado. El contacto con el agua podría oxidar algo de nuestro cuerpo. Yo aconsejaría como imprescindible una linterna que a ser posible iluminase algo y unas botas de goma de cuello alto; deberán ser lo más altas posibles pero teniendo cuidado de que no nos tape la visión, con que nos lleguen a las ingles tendremos suficiente. Estas botas deberán llevar incorporado un silenciador para que los cangrejos no se percaten de nuestra presencia, también, estas botas, aunque no es imprescindible, deberían ir provistas de suspensiones para ir sorteando a saltitos los pedruscos que seguramente nos encontraremos en el lecho acuoso del río. Si por falta de recursos económicos, esto nos pareciese ya excesivo, tampoco pasa nada, qué duda cabe que el recorrido se nos hará más entretenido yendo de tropezón en tropezón.

    Tener en cuenta que los cangrejos tienen un oído finísimo y el sonido en el agua se transmite muy rápidamente. La evolución de las especies y de tantos congéneres suyos que fueron a parar a las ollas para ser coccionados les han hecho ser así de desconfiados y agudizar al máximo sus sentidos, que por cierto, desconozco cuántos sentidos tienen los cangrejos, el del tacto, fijo, porque como logren pinzarte un dedo….

    A partir de aquí os pediría mucha atención y que sigáis mis consejos al píe de la letra pues vamos a introducirnos en el agua para empezar nuestra aventura.

    Lo primero que debemos hacer es ponernos las botas de cuello alto. Nos pondremos primero una, el pie que nos queda huérfano de bota lo introduciremos en el agua para ver a la temperatura en que se encuentran las aguas, si pasan cinco minutos y nuestro descalzo píe no ha dado señales de vida, o peor aún, está morado e insensible, desistamos, el agua está congelada y deberemos sacarlo rápidamente, no es necesario poner nuestra vida en peligro, los cangrejos ese día habrán tenido suerte. Si no fuese así y el agua estuviese a una temperatura aceptable, sin ningún miedo ni pudor nos pondremos la otra bota y al agua patos. Los cangrejos normalmente están agazapados en las orillas de los ríos en cuevas, que bien o ellos mismo hacen, o bien están ya hechas, o bien están de alquiler, o bien porque han echado a los antiguos propietarios que las adquirieron.

    No vendría mal que os diese unos conseojetes sobre la manera idónea de capturarlos. Al principio quizás nos dé un poco de repeluco meter la mano en esas oscuras cavernas sin saber qué podemos encontrarnos. No utilizar guantes, con ellos perderíais la sensibilidad necesaria en vuestros dedos y lo mismo en vez de un cangrejo cogéis un pedrusco. Tened cuidado pues los cangrejos duermen encarados a la puerta de acceso. No les hace mucha gracia recibir visitas y son expertos en no dejar desprotegidas sus zonas traseras. Desechad de vuestro interior la idea de que los cangrejos son colorín colorados como los vemos en los perolos, ¡No!, no son así. En la naturaleza son de color parduzco. Si tuvieseis la fortuna de coger alguno (que lo dudo) y éste estuviese colorado, no dudarlo por un momento y salir pitando de allí, lo hemos pillado en mal momento y está muy cabreado; mejor dejarlo hasta que se le pase.

    Otra cosa importante. Dudando mucho que avistaseis a alguno, si esto ocurriese y veis que tiene las pinzas (que parecen tenazas) levantadas, no es que esté celebrando nuestra llegada y nos salude, este cangrejo está dispuesto para un inminente ataque y mejor no enfrentarse a él.

    Creo que estos conseojetes serán suficientes, así que vayamos directos al grano. Seguramente avanzaremos por la orilla con un sensación de pánico bestial. Nos tiritará hasta el intestino delgado. Hay multitud de espeluznantes ruidos nocturnos que no sabemos de dónde proceden y qué animales son los que los provocan. Deberemos mantened la sangre fría (que fría de todas formas ya estará por el agua). Nuestro innato carácter aventurero nos hará salvar esta adversidad. Iremos tanteando la orilla con nuestro brazo, tampoco hace falta que lo introduzcamos mucho, más o menos por la altura del codo. Si hay algún lugar donde se pudiera llegar hasta el hombro, retirarlo rápidamente, allí fijo que no hay ningún cangrejo, sepa Dios lo que hay allí y no tenemos ningún interés por salir de la duda, mejor seguir para adelante y encontrar una cuevecita que se adapte a nuestras necesidades y que en el colmo de la buena suerte contenga en sus adentros algún cangrejo.

    La suerte parece que está siendo cómplice nuestra y nuestro brazo ha encontrado una apetecible cueva que tiene de profundidad justamente hasta nuestro codo. Frenemos en seco sin dudarlo. Muy despacito y ayudado por la sensibilidad de nuestra mano intentemos visualizar mentalmente el interior de la cueva. No introduzcamos la cabeza porque podríamos quedarnos encajados y deber permanecer allí para el resto de nuestra vida. Recorramos suavemente su arquitectura intentando ser lo más precisos posible. Acabamos de visualizar al contactar con él, algo duro como con pelos, quizás no sean pelos y sean bigotes, ¿Porqué no puede ser nuestro primer preciado cangrejo?, ahora sí que vamos a salir de la duda. Mientras vamos recorriendo su dura fisonomía (a ver con qué nos encontramos) vayamos visualizándolo a la vez, concentrémonos, estamos visualizando que la dura fisonomía del portador de los bigotes parece no tener fin en un futuro a corto plazo...¡Ayyyyyyyy!, nos hemos desconcentrado de repente. Acabamos de visualizar súbitamente con todo lujo de detalles cómo algo nos ha mordido y ha hecho dolorosa presa en nuestro dedo pulgar. El dolor se hace insoportable y de un tirón sacamos nuestro brazo de allí. Está muy oscuro y no vemos al “alien” que llevamos adjuntado a nuestro dedo.

    Antes de averiguarlo sería conveniente comprobar que tenemos el brazo intacto y que no nos falta ninguna parte de él. Cuando salimos de casa pesábamos setenta y dos kilos y debemos volver con el mismo peso corporal, si no es que algo ha fallado y no estamos enteros ¡Ufffff!, ¡Menos mal!, lo tenemos todo. La adrenalina ante esta súbita preocupación que nos ha invadido ha ocasionado que remita el incesante dolor que atosiga a nuestro dedo. Pero la preocupación pasa y la adrenalina como ya no pinta nada dentro de nuestro torrente sanguíneo decide abandonarnos a nuestra suerte.

    El dolor en nuestro dedo se hace cada vez más y más agudo, e inclusive a veces, un poco obtuso. El momento más terrorífico ha llegado, ¿Qué es lo que nos causa tan insufrible agonía? Cogemos nuestra linterna alcalina e intentamos dirigirla hacia el foco del dolor, la encendemos, y sentimos un fogonazo en nuestro rostro que casi nos tira para atrás, la hemos sacado al revés y eso casi nos cuesta llegar a casa con el mismo peso pero ciegos. Ese algo vivo que llevamos adherido en nuestro dedo pulgar se está descojonando de nosotros o por lo menos eso nos parece. Aplicamos un giro de 180º grados a la linterna y ahora sí, el foco del dolor aparece en todo su esplendor. Lo que vemos frente a nosotros hace que se nos pongan los pelos de punta. En nuestro dedo llevamos adherido al padre de todos los cangrejos. Hemos tenido tanta suerte que nos ha dado la bienvenida el jefe del río como él sólo sabe hacerlo. Es una mole ávida de sangre humana, además, está más colorado que un tomate de la huerta murciana. Nuestra mirada se cruza con la de él y el careto del mastodonte asusta y además no está retando con sus enormes bigotes.

“The Hulk” deja de amenazarnos y con la otra pinza que le queda libre, como si de un espadachín se tratase, intenta claramente seccionar nuestra inocente yugular. Hemos de intentar soltarnos de aquello como sea. Como sea lo hacemos y no lo conseguimos, incluso parece gustarle el vaivén porque no nos suelta. Por otra parte ya llevamos mucho tiempo zambullidos en el agua y estamos empezando a encoger. Los pies nos bailan dentro de la botas. No nos queda más remedio que irnos de allí o morir con las botas puestas.

    No considero conveniente pedirle opinión al cangrejo, lo mejor es irnos con nuestro cangrejito a las urgencias más próximas para que efectúen la extracción de “la cosa” sin tener que perder nuestro querido y valorado dedo pulgar, que como siga así la cuestión a no tardar se habrá convertido por arte de magia en pulgarcito.

    La velocidad tan vertiginosa que llevamos ocasiona que unos avezados agentes de la guardia civil de tráfico se percaten de este hecho y nos paren. Estos estaban agazapados en un cambio de rasante. Tras hacernos a nosotros y al cangrejo el test de alcoholemia pues según ellos estamos ambos dos muy colorados, damos negativo. Nuestras explicaciones son atendidas y los guardias parecen entrar en razón. Ya han hecho el cupo de multas que le correspondían y valorando la situación deciden llamar por la emisora a urgencias diciendo que va un herido grave por arma de pinza para que preparen el quirófano. Cuando llegamos escoltados por la guardia civil ya nos están esperando una silla de ruedas, un cirujano, una ATS y un celador que es el encargado de trasladarnos a la mesa de operación.

    En aquel quirófano todo son nervios y prisas, nunca se habían enfrentado a esta situación, no saben cómo actuar, están estudiando si anestesiar al cangrejo o a nosotros porque uno de los dos quizás no salga vivo de la operación, somos siameses unidos por nuestras extremidades superiores.

    Tras la valoración preliminar, incomprensiblemente deciden salvarle la vida al cangrejo. Nosotros aun estamos conscientes y esa decisión nos duele, si cabe más que el dolor que ya llevamos.

    Las razones que les han llevado a tomar esta decisión es que parece ser que el cangrejo se encuentra más entero y tiene más posibilidades de sobrevivir.

    Nosotros poco a poco nos encontramos cada vez peor y entramos en un estado de somnolencia bastante preocupante. Mientras esto nos ocurre han anestesiado ya al cangrejo y la ATS está comenzando a entubarle. Por nuestra mente pasan fugazmente todos los recuerdos vividos hasta ese momento. Estamos comenzando a entrar en un túnel de metro donde al final vemos un iluminado cartel informativo que nos dice en letras góticas, “Dirección al cielo andén cuatro, cuidadín con el andén tres” y nos dirigimos allí sin pasar por taquilla. Éste, el último viaje es el único en que hemos tomado acomodo gratuitamente. Parece que estuviese esperándonos una maravillosa y radiante luz celestial. Quizás la muerte ha venido en nuestra busca y muy pronto nos encontraremos en el más allá al lado de nuestros seres más queridos para echarnos una cañas con sus correspondientes tapillas, ¡Pero alto! (si alguno es alto, no es un aviso para él, es una expresión), algo ocurre, no queremos irnos, eso del andén tres nos ha mosqueado, la luz por más celestial que sea no nos acaba de convencer y nos agarramos a la vida con todas nuestras fuerzas. Una voz celestial en “off” nos dice que aún no ha llegado nuestro momento. Que todavía no estamos preparados para cruzar el andén tres sin correr riesgos. Debemos regresar para hacer el bien y dar fe de lo que hemos vivido; dando las gracias por esta nueva oportunidad regresamos por el extenso túnel y despertamos, todo había sido un mal sueño.

    Cuando reaccionamos vemos cómo la separación de los siameses ha sido todo un éxito. A nuestro lado se encuentra el cangrejo saliendo de la anestesia. Le preguntamos al celador qué es lo que ha pasado. Este celador que acaba de entrar de turno nos responde que hemos tenido un niño colorado y que los dos nos encontramos muy bien aunque el niño ha pesado solamente kilo y medio, quizás tenga que pasar algún tiempo en la incubadora. Esta opinión es compartida por los médicos y acto seguido lo llevan a la sala de neonatos donde es más que probable que deba permanecer una semana hasta que adquiera más peso.

    Seguidamente llega una auxiliar de enfermería y nos traslada a la tercera planta habitación 305, concretamente a ginecología donde si todo sale bien nos deberemos recuperar de la extracción. En aquella sala y como es lógico no hay nada más que mujeres que acaban de dar a luz igual que nosotros. Todas tienen a sus babynenes en su regazo y lloran de felicidad. Nosotros al ver esto no podemos hacer otra cosa que llorar pero de pena, no tenemos a nuestros engendro con nosotros. Las parturientas intentan consolarnos y nos preguntan que si ha sido niño o niña. Sonándonos los mocos, que inevitablemente fluyen ante tanto llanto, les respondemos que hemos tenido un cangrejo de kilo y medio pero que nos lo han arrebatado. La tristeza se apodera de toda la sala. Ss incomprensible tanta crueldad hospitalaria, nos dicen que no nos preocupemos que seguramente pronto podremos ir a verle.

    El día va pasando inexorablemente. Una ATS nos ha dejado encima de la mesita un paquete de plástico con algo dentro que pone higiene femenina. No sabemos qué puede ser, quizás sea un souvenirs hospitalario felicitándonos por nuestra reciente paternidad, pero no, cuando abrimos el paquete resulta que son compresas con alerones. Los alerones son kilométricos y bien podían darle dos veces la vuelta al mundo. Nosotros nos preguntamos que para qué nos dan eso. Como no sea para hacer puenting para poco nos puede valer a excepción de para poder secarnos el sudor pos parto, pero bueno, ellos son los profesionales y sabrán el porqué han tenido ese detallazo compresivo y aleteador con nosotros.

    Al día siguiente y después de no haber dejado dormir ni a Dios pues somos de ronquido fácil, viene el cirujano que nos operó para que vayamos a ver al fruto de la extracción. Nuestro cangrejo, la verdad es que a simple vista no ha engordado mucho que digamos, va de un lado para otro de la incubadora con una cara de mala leche del copón, eso sí, siempre culo contra la pared de cristal. El médico nos dice que le han hecho analíticas de sangre y orina no encontrando nada anormal. Sólo les faltaría hacerle un tacto rectal para ver en qué condiciones está su próstata pero que no se ha dejado. De todas formas nos dice que cree que el problema radica en que va ser enano y por eso pesa tan poco. Podemos llevárnoslo a casa, y eso sí, nos aconseja que debemos darle mucho cariño para hacerle más llevadero su falta de tamaño.

Aclaración: Amables lectores, si habéis seguido con atención todo esto, habréis visto que todo ha salido bien aunque habría que rectificar en algo el nombre de la receta, concretamente en lo concerniente al número de cangrejos, sólo tenemos uno, así que nuestra nueva receta y sintiéndolo mucho porque no era lo que queríamos, será “Un cangrejo de río en salsa de ostras Pedrín”, a veces pasan estas contrariedades.

    Llegamos a casa con nuestro amenazante (como siempre) cangrejo. Lo sacamos de la jaula en la cual lo trasladamos y le dejamos que vaya a su bola por la cocina para que haga un poco de ejercicio y no nos salga entumecido cuando se le coccione. De todas formas va a hacer lo que quiera porque no hay Cristo que le plante cara. Ya lo cogeremos, ahora está en nuestro terreno.

    Vamos a disponernos a hacer la salsa de ostras. Para ello son imprescindibles las ostras Pedrín!; ahora que recordamos, no hemos comprado las ostras, ¡Jesús qué leches!, tendremos que bajar a comprar.

    Sin reparar en esfuerzos bajamos al mercado que está a punto de cerrar y tan sólo queda un puesto de venta abierto. Le preguntamos que si le quedan ostras Pedrín. El tendero nos contesta que en la vida ha tenido ostras y menos de Pedrín, que su puesto es de frutas y verduras. Lo único que tiene que se le parezca es una latilla de berberechos Pedrín que no le ha dado tiempo a comerse y puede vendérnosla.

Aclaración segunda: Amables lectores, sopesando debidamente la situación, a este paso de la receta original no va a quedar nada, pero no tenemos tiempo de ir a buscarlas a otro lado, así que deberemos comprar aquella latilla de indómitos berberechos Pedrín. Como supondréis el nombre de la receta ha vuelto a variar, ahora la llamaremos “Un cangrejo cabreao de río con salsa de berberechos Pedrín”.

    Volvemos al piso y vemos con estupor y asombro, o viceversa, que el cangrejo no ha perdido el tiempo durante nuestra ausencia y está tumbado en el sofá viendo la telenovela “pensión de gavilanes” con el mando a distancia en una de sus pinzas. Parece estar cómodo y nos hace ostensibles señas de que nos apartemos y no le molestemos.

    Este cangrejo no deja de sorprendernos, es más, estamos empezando a tomarle culinario afecto. Somos sensiblones y nos va a entristecer mucho hacerle fallecer pero la receta es la receta.

    A espera de que acabe la telenovela para proceder al asesinato de nuestro amigo el cangrejo, vamos a ir preparando la salsa de berberechos Pedrín. Cogemos los tomates, los pimientos y las cebollas, y lo trituramos todo a partes iguales. Lo debemos licuar hasta que salpique y se salga por el borde del recipiente que lo contiene. Es importante que no nos queden grumos. Nos cercionaremos de esto haciendo uso de la lupa de cocina que seguro que todos tenemos en casa. No nos asustemos si al pegar el ojo a la lupa de cocina y acercarla al recipiente pareciese que lo que hay dentro nos fuese a comer, es un efecto óptico debido a la proximidad del ojo con la salsa que ha salido. Si no podemos soportar la visión que observamos podemos retirar un poco nuestro ojo de la lupa y el susto inicial pasará, este es un pequeño truco que se adquiere con la experiencia y que muy gustosamente os ofrezco.

    Para que esté completa nuestra salsa, sólo nos queda echarles los berberechos Pedrín. Abrimos la latilla a mordiscos pues hemos roto la anilla por ser excesivamente impetuosos, y vemos que efectivamente dentro están los berberechos. Según Pedrín (marca de la latilla) debe de haber quince berberechos con aproximadamente doce centímetros cúbicos de tierra. Aunque nos quedemos con catorce, es aconsejable que probemos uno y comprobamos que los datos sobre la cantidad de tierra son correctos; inclusive diríamos que Pedrín se ha quedado corto tras rompernos una muela con un pedrusco.

     Posterior a la destrucción de nuestra mandíbula, sumergimos a los catorce berberechos en el recipiente donde está la salsa sin grumos hasta comprobar que no respira ninguno. Debemos asegurarnos que no había ninguno vivo. Cuando comprobemos que realmente no tienen pulso cardíaco lo pondremos todo al baño María para que poco a poco vayan cogiendo el sabor a la salsa.

    Cuando creamos que María ya se ha bañado lo suficiente la dejamos reposar diez minutos, no a María, sino a la salsa, así mientras, le damos tiempo al cangrejo que ahora está viendo el diario de Patricia, nos ha salido teleadicto el jodio.

    El caso es que ya no podemos esperar más, debemos efectuar un homicidio sobre la vida del cangrejo teleadicto. Nos acercamos a él a traición y cuando con el martillo de cocina vamos a proceder a darle el golpe de gracia, algo nos lo impide. El cangrejo aparta su molusca mirada de la pantalla y nos mira con los ojos llorosos. Ya no tiene el mando a distancia en su pinza, ahora lo que tiene es el pañito de uno de los cojines y se está secando las lágrimas. Está muy emocionado pues él también lleva doce años sin saber nada de su hermana pequeña Dorothy. Esto nos destroza el alma, cómo vamos a asesinar a aquel cangrejo que de repente se ha vuelto tan sensible, si se hubiese comportado como cuando lo conocimos no hubiésemos tenido ningún reparo, le hubiésemos asesinado en defensa propia, pero así nos es imposible

Aclaración tercera: Amables lectores, visto lo visto no nos va a quedar más remedio que renombrar nuevamente a nuestra inicial receta, ahora ya se ha quedado escuetamente en salsa de berberechos Pedrín, sólo debemos pedir a Dios que Pedrín en lo que queda de día  no se declare en quiebra y cierre la fábrica porque sino ya me contaréis qué pasa con mi receta, ya sería salsa a secas.

    Nos damos por vencidos, no podemos asesinar al cangrejo, el cangrejo sensible pasará a ser nuestra mascota. Para celebrar tan bello momento porqué no invitarle a que comparta mesa y mantel con nosotros.

    Tras echar la salsa de los aún berberechos Pedrín en un plato de centro, llamamos a nuestra mascota, está no se lo esperaba pues creía que la odiábamos. Parsimoniosamente pega un saltito del sofá y con pasitos lastimeros viene a nuestro encuentro colocándose dócilmente a nuestros píes. No estamos acostumbrados a tener este tipo de mascotas y no caemos en la cuenta de que los cangrejos no vuelan. Dándonos repetidamente con la pinza en nuestro desnudo tobillo nos lo hace saber para que le subamos a la mesa, cosa que hacemos. Al cangrejo sensible lo que es la salsa en sí no le hace mucha gracia, prefiere los berberechos Pedrín que con gran maestría agarra entre sus pinzas no dejándonos comer ni uno.

    Bueno, seguidores míos, la receta al final no ha salido como yo pensaba al principio. Quizás de tanto pasar de padres a hijos etcétera, etcétera, etcétera....se halla perdido algún dato importante, pero en esta vida de todo se aprende y hoy hemos aprendido que los cangrejos aunque tengan esa cara de malas pulgas también son criaturitas de Dios y que sus amenazantes pinzas son armas defensivas como en la mayoría de animales, y aunque de vez en cuando nos los comamos en salsa merecen todo nuestro respeto y más si al final resulta que son tan sensibles como mi mascota.

 

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