Este manual de autoayuda no pretende ser ningún otro nuevo testamento ni el susum corda en lo que respecta a nuestro primer cambio de pañales, simplemente quiero sentar unas sencillas bases de cuál ha de ser nuestra forma de actuación si no nos queda más remedio que enfrentarnos a éste “nuestro primer aromático momento con espeluznante visión en 3D y en las cortas distancias”.
Debemos tener en cuenta que aunque dicen que los bebés vienen con un pan debajo del brazo, esto no es totalmente cierto. Lo cierto es que vienen con otro tipo de cosas y no precisamente debajo del brazo, sino de las profundidades de sus adentros después de una elaborada fermentación gástrica.
Muchas veces he oído también decir que las sustancias llamémoslas “mareantes” que nuestros bebés expulsan de sus interiores no dan repelús porque son los restos de papillas, potitos, y demás baby potingues. Todo cosas naturales, sanas, y de primera calidad. Respecto a esto tengo que decir que es totalmente falso pues involuntariamente por mi parte estuve presente en uno de estos maravillosos momentos, y vive Dios que la pestuza fue impresionante. A los primerizos padres del causante de mi malestar general les pregunté que si había comido su bebé algún cocido o algo en estado de descomposición. Me dijeron que no, que le habían dado potitos de variadas frutas.
Dado estos antecedentes, no es menos cierto que enfrentarnos a nuestro primer cambio de baby pañales es únicamente por nuestra culpa. Traer una persona humana al mundo tiene estos aromáticos inconvenientes, a parte de otros que el paso del tiempo se irá encargando de demostrarnos.
Pero bueno, si ya no hay remedio y el nene o la nena ya ha venido al mundo para habitar entre nosotros, no nos quepa duda que por mucho que nos queramos escaquear, algún día no podremos hacerlo y deberemos enfrentarnos al desastroso momento con algún tipo de preparación y conocimientos adquiridos. El pabellón lo tenemos que dejar alto, y esto es precisamente lo que pretendo con este manual de autoayuda porque quizás hayan pensado hacer como en los cursillos de primeros auxilios en los que se utiliza un muñeco sin vida ni sentimientos, ¡Nada que ver primerizos padres!. De nada nos valdrá utilizar uno de esos muñecos o muñecas que le regalaron al bebé cuando nació porque todas las habilidades que hayamos adquirido se borrarán de nuestra mente cuando le quitemos el pañal a ese escueto ser vivo que tenemos enfrente, y veamos lo que ha aparecido ante nuestros ojos.
No obstante, tampoco hay que hacer de esto un melodrama aunque a partir de ese momento ya no podamos comer jamás algo que se parezca a un puré.
Tras este preámbulo dejen el pabellón alto para la posteridad y sigan a rajatabla todos los consejos que a partir de ahora les daré. Que nunca se les pueda echar en cara que no supieron hacerlo debidamente.
El primer paso es intentar escaquearse como sea, cueste lo que cueste, y utilizando para ello todas las artimañas que nos podamos sacar de la manga. Si en otras ocasiones nos ha dado muy buenos resultados ¿Por qué en ésta no puede ocurrir igual? ¿Pues por qué va a ser? Pues porque no. Porque nuestra conyugal compañera está ya hasta los mismísimos ovarios de que nunca hallamos aportado nuestro granito de arena a la causa, y siempre tenga que ser ella la que efectúa la limpieza y desinfección de la parte explosiva del bebé de ambos.
Asumido ya que de ese aromático momento no nos libra ni la caridad, tengamos presente que debemos hacerle frente con mucha entereza pues el momento llegará cuando uno menos se lo espera. Cabe la posibilidad más que fundada que estemos tan tranquilamente viendo la tele después de cenar, y empecemos a olisquear en el ambiente los inicios de lo que pronto llegará a ser un fétido hedor de esos que tiran para atrás. En un último esfuerzo intentaremos hacernos los longuis intentando pasar la pelota a nuestra compañera sentimental que está igual de tranquila que nosotros viendo la tele. Trataremos de aguantar todo lo posible la respiración y alternaremos inspiraciones y expiraciones pausadamente para que los pulmones no nos exploten. Quizás hasta miremos a nuestra contraria para ver si observamos algún signo evidente de que ella está presta a solucionar el problema, pero ese día precisamente no está por la labor y se planta de una vez por todas. Además que el bebé ese día ha ido excesivamente suelto, y ha sido ella la que ha hecho frente a las variopintas situaciones durante todo el día, y de hoy no pasa que el varón de la casa haga su primer cambio de pañales en tan nocturno horario.
Al poco tiempo esos aromáticos inicios se habrán transformado en un nauseabundo hedor que incluso le está restando oxígeno al resto de la casa y al ambiente familiar. Casi inmediatamente el bebé comenzará a llorar desaforadamente para advertirnos (por si no nos hemos enterado) de que algo en su espacio vital no anda muy bien y quiere urgentemente que se le ponga remedio.
Ya no podemos postergar más nuestra entrada en escena porque tampoco es cuestión de que a nuestro vástago se le irrite la zona a desinfectar. En un alarde de entereza y valentía salimos disparados del sofá con dirección a ese lugar que sabemos que existe en la casa, y en donde precisamente se encuentran todo el material imprescindible para efectuar el cambio de baby pañales. El inconveniente es que desconocemos cuál es ese lugar y debemos de preguntarlo. Para ello nuestra contraria nos informa con todo lujo de detalles del lugar en cuestión, y a los pocos minutos hacemos nuestra aparición en el salón, recorriendo éste como si fuésemos avanzando por una hipotética alfombra roja que nos fuese a llevar al momento en que nos entregarán nuestros preciado oscar al mejor actor protagonista por la película “Manos a la obra que esto está que arde”.
A partir de aquí es donde realmente da inicio mi elegante pero a la vez sencillo manual de autoayuda:
Primeramente nos situaremos estratégicamente enfrente de nuestro retoño, y observaremos, si todo está siguiendo su curso normal, si está muy colorado o no. Si no lo está quizás podamos salir vivos del momento al cual debemos enfrentarnos pues cabe la posibilidad de que haya sido un ligero escape de acompañamiento a una baby micción del nene. Pero si desgraciadamente el color adquirido por el nene vemos que es casi tirando a rojo carmesí, entonces podemos darnos por debidamente jodidos. Esto nos querrá indicar sin ningún género de duda que el nene no se ha andado con chiquitas, y ha puesto toda su fuerza y empuje en expulsar todo aquello que le sobraba en sus adentros.
Aunque como ya estamos avisados, adelantándonos a los acontecimientos procederemos a oxigenar un poco nuestros pulmones a base de profundas inspiraciones, porque lógicamente a partir de este momento cuanto menos respiremos mejor para nuestra salud. Seguidamente cogeremos con mucha sutileza al nene, y lo colocaremos en una superficie lo suficientemente extensa para que quepa. La mesa del salón es lo que más a mano tenemos. Tengamos cuidado de no quitarle la vista de encima no vaya a ser que en un involuntario descuido nuestro, le dé al nene por hacer rafting y tengamos que recoger al nene con todo lo que ha expelido del suelo.
Ahora sin respirar, muy meticulosamente y utilizando únicamente nuestras manos, desenganchamos las trabillas de sujeción y abrimos muy despacito el pañal, no vaya a ser que nos salpique algo, y……¡Ohhhhhh!...¡Uffff! por Dios qué visión más espeluznante. ¿Pero qué es ello? ¿Pero cómo puede ser que todo eso se haya emancipado de ese cuerpo tan pequeño? Lamentablemente no hallaremos respuesta. De todas formas para qué, lo que hay es lo que hay, y por mucho que no lo entendamos, no hay ninguna máquina del tiempo en nuestro espacio vital que podamos utilizar para volver al pasado cuando nos planteamos que por qué no íbamos a por un nene. Quisimos aportar un contribuyente más al conjunto global de la sociedad española, y ahora deberemos de correr con las aromáticas consecuencias de nuestros inconscientes actos.
Como el que no se consuela es porque no quiere, podemos inclusive animarnos pensando que con un poco de suerte cuando cumpla cuatro o cinco años, quizás, y si nos ha salido el nene con un coeficiente intelectual lo suficientemente alto, pueda ya él solito hacerse sus limpiezas corporales.
Pero que estos pensamientos no nos descentren. Tenemos al nene llorando, y a todo ese volumen de materia orgánica en putrefacción delante de nosotros. Hay que proceder a su radical eliminación.
Para ello cogemos al nene de sus ambas dos piernecitas y lo ponemos en la acertadamente llamada “postura conífera”, es decir, haciendo el pino. Intentemos que entre su alopécica cabecita y la mesa del salón medie una distancia aproximada de medio metro. De esta manera podremos quitar el pañal con todo lo que tiene de un solo tirón. Hay otra modalidad que está muy extendida que es asir las piernecitas del nene mientras está tumbado de espaldas sobre algún sitio, y levantarlas lo suficiente como para poder extraer el pañal. Yo particularmente no la aconsejo porque el nene en esa postura no deja de dar pataditas, y tardaremos más en efectuar la extracción del pañal, cosa que aumentaría nuestra agonía. Lo mejor es poner al nene en postura conífera que así seguro que no se menea. Si observásemos que al nene no le cambia el color ese rojo carmesí que adquirió cuando dio al traste con nuestra tranquila noche, planteémonos la posibilidad de colocarlo nuevamente en la mesa del salón de espaldas sobre ésta. El riesgo que tiene la postura ésta es que al nene toda la sangre se le va a ir a la cabeza, y a no ser que sea excesivamente cabezón, no va a poder aguantar mucho así, y todo puede ser que le de alguna crisis comatosa.
Hecho esto, y si el nene está normal en la conífera postura, nos encontraremos seguramente con que tendremos dos cosas en nuestras manos. La primera es un pañal lleno de materia prima en nuestra mano izquierda. La segunda es que en la otra tendremos a un nene sujeto por sus piernecitas haciendo el pino, y muy cabreado para su joven edad.
Deberemos decidirnos por cuál de las dos cosas debemos decantarnos para soltar en primer lugar. Aquí no debemos dudarlo pues las dos no las podemos soltar a la vez. Por razones obvias debe de ser el pañal lo que soltemos primero teniendo mucho cuidado de que no pase como con las tostadas en las leyes de Murphy. El producto interior bruto que siempre nos quede apuntando a los cielos cuando dejemos el pañal.
Tras esto, muy cariñosamente dejaremos al nene en la mesa del salón, y saldremos por un tiempo indeterminado al balcón a respirar aire puro y oxigenar nuestros pulmones mientras por el camino tiramos el pañal a la basura. Incluso podemos echarnos un cigarro y guardar todo el humo en nuestros adentros para que haga como de tapón ante lo que nos estamos tragando vía nasogástrica.
A todo esto el nene sigue llorando pues en su cuerpecito aún quedan patentes las secuelas de su deposición, que por si no nos hemos dado cuenta aún debemos limpiarle al angelito. Esta es la faena más delicada en todo el desarrollo de nuestro primer cambio de pañal. Demos por seguro que nuestra contraria no nos ayudará para nada, ni nos aconsejará sobre el mejor método para tratar la zona afectada.
El angelito que tenemos enfrente nos mira con pícaros ojitos pues bien sabe lo que nos está haciendo padecer. Que esto no nos atormente. Ya nos vengaremos cuando nos traiga los primeros suspensos de su vida. Vamos a lo que vamos que hay que acabar prontito.
A partir de este momento debemos de ser muy sensibles y cariñosos. Hay publicaciones que incluso dicen que compartir todos estos momentos con nuestro nene une una barbaridad. Dicen que son momentos muy tiernos y que a la larga ninguno de los dos individuos participantes lo podrá olvidar jamás. Yo diría que a la larga no lo sé, pero lo que es a la corta, fijo que ese momento tan tierno no lo olvidaremos en una corta temporadita.
Pero no divaguemos ni queramos salirnos por la tangente, que el nene está de los nervios y ya casi escocido por nuestra tardanza.
Para limpiar la zona de esos restos que han quedado adheridos al cuerpecito retozón de nuestro nene, utilizaremos toallitas humedecidas aromatizadas con olor a limón. Cogemos una toallita de éstas, y comparando densidades observamos que con una toallita vamos a hacer más bien poco, más nos valdrá coger quince o veinte no vaya a ser que por escasez nos topemos dactilarmente con todo aquello.
Con las quince o veinte toallitas ya en nuestras manos procedemos a la limpieza muy meticulosa direccionando desde delante hacia atrás con mucho cuidado de que no se nos vaya la mano muy hacia atrás, no vaya a ser que le pringuemos al nene la espalda de su propio producto y se nos cabree más.
Después de tanto esfuerzo que hemos realizado, nos damos cuenta de que con las toallitas no ha sido suficiente, y que todo nuestro espacio vital lo tenemos abarrotadito de baby cacas, y lo peor de todo es que no sabemos qué hacer con todo eso, sobre todo con las babys cacas. Quizás por un momento alberguemos alguna esperanza de que éstas se difuminen en el ambiente y no tengamos que volver a recogerlas para depositarlas en la basura con nuestras propias manos.
A estas alturas el nene ya está asimilando la situación, y sabe que por mucho que se queje nada va a conseguir. Somos primerizos y necesitamos nuestro tiempo de adaptación. Hace bien en asimilarlo y callarse que nos tiene de los nervios.
La cuestión es que va quedando menos, como con las toallitas no vamos a acabar en la vida, miramos en el dispensario de accesorios para nenes, y con mucha alegría vemos que hay un esplendoroso paño almidonado el cual puede venirnos de perlas si nuestra contraria no se da cuenta de este lamentable hecho, pues no creemos que el que lo fabricó se llegase a imaginar por un momento el uso que se le iba a dar. Aunque a nosotros eso no debe importarnos que lo que prima es la necesidad.
Con mucha cautela avanzamos hacia donde sigue estando el nene. No se ha ido a buscarse novia, y mientras le hacemos gilipolleces, quiero decir…..roros, dejamos el paño almidonado encima del radiador para que se caliente un poco, y no esté excesivamente frío, que sólo faltaba que el nene se nos constipase en éste nuestro primer cambio.
Cuando consideremos que el trapo está calentito, lo introducimos sin que haga chop chop en la palangana de agua templada y enjabonada al vacío. Inmediatamente después y ya sin contemplaciones ni direcciones que valgan le limpiamos al nene todo lo que le queda, y tiramos el paño almidonado por la ventana antes de que sea el intermedio de los hombres de Paco y nuestra contra nos pille in fraganti sin las manos en la masa.
Tras esto dejamos momentos de expansión al nene para que se aireé, y posteriormente aplicamos el aceite especial para nenes en esa zona. No apliquemos mucho aceite que tampoco vamos a hacer un churrasco. El aceite es para que la zona se hidrate y quede suavecita hasta la próxima vez que vuelva a ocurrir lo inevitable.
La peor parte ya está hecha, ahora sólo nos queda colocar el pañal nuevo, para ello cogemos el pañal y al nene, lo dejamos encima del sofá para que no estorbe, y procedemos a armar el susodicho pañal. Una vez armado lo dejamos holguero porque luego debemos introducir al nene dentro de él. Esto no nos resultará excesivamente complicado pues para ello bastará con que colguemos el pañal en el tendedero asido con dos pinzas a la cuerda correspondiente. Inmediatamente después cogemos al nene que habíamos dejado en el sofá con cara de sorprendido y de no saber qué es lo que ocurre, y con sumo cuidado lo cogemos por las axilitas y lo dejamos caer suavemente. El aceite que le aplicamos también nos habrá servido para esto pues el nene resbalará sin ningún tipo de impedimentos por los entresijos del pañal hasta que le quede perfectamente puesto.
Posiblemente tras este cambio del pañal, el nene se lo pensará muy mucho antes de jodernos la noche y evitará explosionar cuando estemos nosotros en la casa.
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