Wolfillo el irrepetible hombre lobo albino, parte 3ª

 

A nuestra llegada todo fue casi idéntico a la vez anterior, incluido guiñito de la secreta lobezna de mis amores, que por cierto, en este guiñito creí notar un algo más que en el anterior. Ese algo más que yo creí ver iba a estar muy difícil de poder realizar mientras el Hulk estuviese, pues lo que nunca haría sería traicionar esa amistad que me ofreció, aparte, que en caso de que se enterase podría arrancarme mi albina cabeza con sólo soplarme. Yo no era así, eso de “no le hagas a los demás lo que los demás no quieres que te hagan a ti” era una convicción que tenía muy arraigada. Pero conste en acta que todo esto eran imaginaciones mías porque apenas la conocía, y siempre fui también muy fantasioso, enamoradizo, y creía ver otras cosas donde quizás lisa y llanamente sólo había simpatía o una cierta amistad. Digo cierta amistad porque mi larga y longeva experiencia me ha demostrado en multitud de ocasiones que entre dos personas de diferentes sexos y de buen ver, pocas veces es cierto eso de que “somos amigos íntimos”, o eso otro de es “mi amigo o amiga del alma”; eso no existe. O lo que existe es simplemente una cierta amistad, o si hay “algo” más incluyendo en ese “algo” todos los significados que se nos ocurran, nunca pasará por ser amigos íntimos. Lo que ocurre es que por diferentes motivos no se puede o no se quiere dar el paso siguiente. Aunque esta es mi forma de pensar al respecto, no cabe duda que excepciones hay que confirman la regla.

Esa noche me libré de ser el primero en probar la cruda cena. Ya no era invitado y algún privilegio tendría que tener. Esa noche, el menú de degustación era plumífero. Supongo que no tenían muchas ganas de correr detrás de más liebres salvajes. El plato de degustación iba a ser pato vivo con cua cua incluido aunque de lo que no me libré fue del privilegio de retorcerle yo mismo el gaznate. Con lo sensible que yo era, estaba convencido que me iba a ser imposible sesgar una inocente y acuática vida. Era de ley. No pude. Me separé del resto para sacrificar aquella vida pero tal como me fui, volví. El pato estaba tan relajado en mi regazo que hasta incluso se durmió. Había visto que sus congéneres plumíferos no habían tenido tanta suerte en ocasiones anteriores. La madura impronta hizo que no quisiese separarse de mí, y me siguiera a partir de ese momento a todos lados. A este paso todos los animales del mundo me iban a seguir. Al llegar a la hoguera familiar di las preceptivas y correspondiente explicaciones esperándome lo peor. Si no era capaz de matar ni un simple pato, ¿Qué clase de salvaje hombre lobo era yo?. Una cosa era no poseer a humanas ni comer niñas, y otra muy distinta era ni tan siquiera poder matar animalejos para sobrevivir. Esperaba el destierro sin honores, pero mi clara y sincera explicación les convenció. Nunca habían pensado en ello. Les dije que para siguientes ocasiones podíamos venir ya de casa todos cenaditos, o si no podía ser así, por una noche que no cenásemos no pasaba nada. Nadie se muere por una noche sin cenar. No se morían los humanos que eran de lo más perecederos...así que nosotros que éramos de lo más longevos, pues menos...y si no que me lo digan a mí con mis cuatrocientos y pico de años, ¡Anda que no me habré tirado noches sin cenar y aquí sigo!.

Mi argumentación fue aclamada en honor de lobeznas multitudes, y un fervoroso aplauso se oyó por todo los confines del universo. Mis congéneres se percataron que a partir de ahora contaban entre sus filas con un gran pensador de innato don de gentes y alma de líder, y quién sabe si algún día no sería el jefe del clan.

Esa noche Hulk, aparte de un poco hambriento (por mi culpa), estaba un poco preocupado, había hecho recuento de población activa, y precisamente un activo había faltado a lista, cosa que nunca había ocurrido. Tenía la corazonada de que algo grave le había pasado para no dar señales de vida. La ciencia infusa vino a mí, y sin saber cómo ni por qué, ya podía hacerme entender a base de sonidos guturales. La verdad es que me veía ridículo hablando así, pero bueno, le dije que por qué no íbamos en su busca. Eso hicimos, ir en su busca, toda la noche estuvimos buscándole hasta que dimos con él. Debajo de unos arbustos estaba su cuerpo totalmente inerte. Estaba “descanse en paz”, y buitres negros y leonados estaban empezando a dar buena cuenta de sus restos mortales. La naturaleza estaba siguiendo su curso. Tras espantarlos, hubo dos cosas que cuando pasó el momento sofocón me sorprendieron. La primera fue que tenía su forma humana, raro, la noche aún no había acabado. La segunda era que le conocía, era Pedro, aquel al que pregunté por lo de la luna llena y que tantas preguntas me hizo. Hulk incrustó uno de sus afilados dedos dentro de una herida que tenía en el pecho y extrajo una bala, ¡Era de plata! ¡Había caído víctima de un balazo plateado!. .Qué cosa me entró, y nunca saldría ya de mis adentros!. Siempre perduraría en mí el miedo a los metales preciosos, en concreto a la plata.

Cargamos con nuestro amigo, llevándoles a nuestro territorio. Había que darle cristiana y lobezna sepultura. Mi inmaculado color blanco les hizo decidirse porque yo hiciese los honores y dijera algunas palabras en tan fúnebre momento. No pude negarme, y me dispuse a pronunciar mis eclesiásticas palabras en terminología lobezna:

>>Queridos lobeznos todos, estamos aquí reunidos, aparte de que no tenemos otro lugar porque los humanos nos tienen tirria y están deseando platearnos vivos, para rendir homenaje a este amigo que murió según la temperatura de su hígado hace cuatro horas. Qué decir...pues que la vida es así de jodida sobre todo para él, que a la vista está. Para los que quedamos aquí ya lo iremos viendo. Recemos un lobezno y personalizado Padre nuestro por él y por sus circunstancias. Guiemos con esta oración a su alma para que pueda encontrar el lugar a la derecha del padre, lugar muy solicitado por cierto. Digo que en la zona izquierda está la cosa jodidilla , y nadie dice de ponerse en ese lado.

En oratoria posición comenzamos a rezar el lobezno padrenuestro.

< Pedro la ha cascado, por si no sabías su nombre.
Venga a nosotros lo más tarde posible (visto lo visto) tu reino.
Que hagan otros tu voluntad, que nosotros estamos mejor en la tierra que en el cielo
El pan nuestro de cada día, Pedro ya no nos lo dará hoy.

No dio tiempo a finalizar el sepelio, ni a mí el responso. Nuestros agudizados sentidos dieron la señal de alarma. A mí, en concreto fue Pepón el que me avisó poniéndose repentina y completamente en posición erecta. Como siempre que pasaba eso, yo quedaba haciendo el pino en una posición nada decorosa para mi ego lobezno, Hulk nos reunió urgentemente a todos. Bien sabía él lo que ocurría, ¡Osos!, estos vecinos de zona geográfica habían salido de su letargo invernal y estaban con unas ganas de hincarle a algo el diente que para qué las prisas. Después de los humanos, los osos eran nuestros más encarnizados enemigos. Estaban equiparados en fuerza y poder a nosotros pero con más mala leche. Había que poner pies en polvorosa y evitar el enfrentamiento pues las bajas serían numerosas, y yo tenía muchas papeletas de ser su primer bocado primaveral. La tribu lobezna quería dispersarse como siempre habían hecho, incluso Hulk compartía este pensar pero yo no. Yo era el que más tenía que perder. Ellos podrían quizás camuflarse entre la espesa vegetación, pero a ver dónde coño me escondía yo con mi colorcito blanco para pasar desapercibido. Tuve que usar rápidamente la astucia que siempre me caracterizó para intentar convencerles que lo ideal era permanecer unidos, y si era menester repeler el ataque. No fue fácil porque la otra manera de actuar siempre les había resultado satisfactoria y no estaban mucho por la labor. Tan sólo uno de todos supo ver mis ocultas intenciones y ese fue Hulk. Me miró, y haciéndome un gesto de complicidad, ordenó que nos dispusiésemos para el combate. Pepón y yo respiramos tranquilos. Hulk era un mastodonte de hombre lobo y muy poco debía temer si permanecía a su lado y al de su compañera sentimental.



VI. Demostrando mi poder



Las hojas de los árboles comenzaron a moverse indicando que los osos se estaban cebando en ellos marcando territorio. Era digno de ver los salvajes y temibles que parecían todos mis congéneres. Fauces abiertas mostrando unos colmillos enormes. Ojos vidriosos y enrojecidos por la mezcla de tensión y rabia. Pelo erizado a más no poder. Yo no tenía ningún género de duda que los osos también deberían pensárselo muy mucho si pretendían atacarnos. Mientras tanto, yo permanecía allí agazapado detrás de Hulk y al lado de la lobezna de mis amores. Ésta me miraba como decepcionada ante mi exacerbado miedo, y por ende cobardía, mientras, veía cómo miraba a Hulk con completa devoción sintiéndose protegida mientras a mí me temblaba hasta el instinto. Nunca había pasado por esa experiencia y estaba asustadísimo. Mi efecto especial preferido allí no servía para nada viendo los efectos especiales de los cuales hacían gala los demás. Pero no podía consentirlo, yo era un hombre lobo también, y tenía que demostrarlo; o le echaba lobezna testosterona en esta ocasión a la vida, o era casi seguro que siempre sería un blanco fácil de abatir. Pepón se percató de la cuestión, y yo notaba cómo tiraba frenéticamente de mí intentando impedir lo que estaba seguro que iba a ocurrir. Pero esta vez Pepón no llevaba la voz cantante, esta vez Wolfillo se iba a hacer dueño y señor de la situación, y si moría en el intento le daba igual, “Más valía morir de pie y con dignidad, que no morir de una sobredosis de cobardía lobezna”.

Encomendado mi peludo todo yo a quién quisiera aceptarlo, salté furibundamente por encima de Hulk, y me coloqué en primera línea de batalla. Hulk se quedó de piedra al ver mi tremenda osadía, y mi total indiferencia hacía mi inminente final. Me puse a cuatro patas para reducir blanco mirando para atrás por si las moscas, que eso de dejar mis posteriores zonas desprotegida no me gustaba. Arrugué salvajemente mis morretes como nunca lo había hecho, y abrí completamente mi boca dejando a mis colmillos observar el riesgo en primera persona. Pepón también se puso en situación, y dejó de esconderse detrás de mí para colocarse por encima de mi hombro también en posición amenazante. De la última fila de árboles que ya daba al claro del bosque en el cual nos encontrábamos, comenzaron a moverse también las hojas. ¡Estaban ya aquí!. Efectivamente, el primer paquidermo que salió de la espesa vegetación ¡había que verlo!. Aunque delgado y desnutrido parecía un chalet adosado. ¡Era inmenso!, ni Hulk hubiese podido con él, y ahí estaba el genuino e irrepetible hombre lobo albino dispuesto al enfrentamiento por una poco meditada decisión personal. El oso paró su deambular al verme, era raro, no salían más aunque tampoco hacía falta porque él solito se bastaba.

Estábamos escasamente a unos diez metros. El oso se puso sobre sus dos patas traseras y se rascó la espalda con un árbol tan tranquilamente observándome con curiosidad. Yo seguía igual de fiero pero más cagado que antes de ver a aquel colosal ser. El oso terminó de rascarse, y se fue acercando abriendo sus fauces y rascando el suelo con una de sus patas delanteras como si quisiera encontrar petróleo, a la vez que lanzaba contra mí cara el fruto de sus extracciones. Yo seguía estático. No podía ni moverme. Mi cuerpo no me obedecía. Si lo hubiese hecho habría salido de allí como si me hubiesen puesto un petardo en el culo, y que luego me hubiesen criticado, “más vale vivo como sea, que muerto con toda la dignidad del mundo”. Al oso, mi estática posición le extrañó, y mi color supongo que mucho más. El caso es que ni uno ni otro decidíamos qué hacer, mejor dicho, él era el que no había decidido nada, que yo de haber podido, la decisión la tenía bastante clara porque a correr no me ganaba nadie. Los minutos fueron pasando, y el oso seguía con toda su amenazante parafernalia sin hacer nada. Así nos iban a dar las uvas. En un alarde de selvático ímpetu, decidí poner punto y final a aquella situación y justamente cuando el oso comenzó a acercarse a mí a cuatro patas y la distancia entre nuestras cabezas era de centímetros...estornudé. Supongo que era alérgico al pelaje de los osos, y Dios mío de mi vida cómo puse al oso de comprimida saliva. El oso no se lo esperaba y pegó una encogida para atrás. Quizás fuese el desconcierto que le causó que yo le "atacase" primero, y además de esa manera.

>>No piensen que tenía decidido atacar de esa forma tan estornudada, que no , que no es eso. Ya dije que creo que era alérgico a los osos. Desde que se fue acercando me estaban entrando unas ganas de estornudar del copón, que me aguanté para no ofender al oso, pero tanto había postergado el estornudo que cuando ya no pude más, éste fue sísmico.

El final de la contienda estaba cerca, si el oso se había sentido herido en su orgullo, yo estaba acabado, y mi lobezna vida duraría dos lunas llenas, pero si por el contrario su orgullo no se lo había llevado puesto ese día, y además le daba por pensar que éramos muchos hombres lobos los allí reunidos, y que a estornudo por individuo se iba a llevar unos cuantos, quizás se fuese a por una oveja o a por algo que fuese más manejable.

Desconozco lo que pensaría pero el caso es que dio media vuelta y cuando llegó a la fila de árboles, antesala del frondoso bosque, volvió a erguirse sobre sus patas traseras, se rascó nuevamente la espalda, y marchó. Debo decir que Pepón fue una parte muy importante de esta victoria pues tuvo la suficiente sangre fría como para atreverse a limpiar la cabreada y desconcertada cara del oso. Quizás así evitó que se enfadase más, y que le importase un pepino los estornudos a los que se tuviera que enfrentar.

Pepón y yo, altivamente abandonamos nuestra defensiva posición, y volvimos con el resto que no se creían lo que acababan de ver, aunque ver, aparte de mi culo, vieron más bien poco, y quizás por eso sobre valoraron lo ocurrido. El comentario era general: Wolfillo, importándole un huevo perder la vida, había tenido los suficientes arrestos para enfrentarse él solito al padre de todos los osos.

Entretanto yo, como restándole importancia me reuní con Hulk y con mi lobezna preferida. Habíamos dejado algo a medías que debíamos de acabar. Debíamos finalizar con el sepelio de nuestro asesinado compañero Pedro. Cuando llegamos, los buitres y demás aves de rapiña casi habían acabado con él por lo que ya no merecía la pena continuar con el lobezno y personalizado padre nuestro, total, por unos huesos que quedaban.

Con prisa y sin pausa procedimos a enterrar los pocos restos que quedaban. Como finalización dije eso tan típico de “Vuelva la tierra a la tierra y el polvo al polvo”, y enterramos su estructura ósea porque vísceras no quedó ni una.

Tras estas sentidas y última palabras le dimos nuestro adiós definitivo. Aunque la experiencia con el oso me había marcado, el daño irreparable que podía causarme un plateado proyectil me había dejado profundamente preocupado. Mi vida de hombre lobo iba a ser más un problema que una bendición. Para nada me imaginaba que iba a tener que estar a todas horas ojo avizor por si mi culo era violentado por una balita de esas. Menos mal que las riquezas no abundaban como para ir haciendo balitas así como así, incluso Pepón estaba asustado, y ya no iba de acá para allá tan alegremente. Se hizo un peludo ovillo parapetándose detrás de mi espalda. En el transcurso de lo que quedó de noche, incluso olvidé que lo llevaba detrás pegado como una lapa a mí. Mi lobezna preferida mientras comentaba con Hulk todo lo que había ocurrido en esa noche, no dejaba de mirarme con ojos de equivocada admiración y ese “algo más” volvía a sentirse en el ambiente, incluso Hulk empezó a darse cuenta de la lobezna química que había entre su compañera y yo, pero de momento nada dijimos ninguno de los tres; había que darle tiempo al tiempo y ver qué iba ocurriendo.

Esa noche de tantos sobresaltos nos había dejado exhaustos a Pepón y a mí. No estábamos acostumbrados a esa nocturna vida tan ajetreada.

Cuando el día comenzaba a dar sus primeros coletazos volvimos a despedirnos mi lobezna preferida y yo. Cuando este momento llegó, nos miramos a los ojos. Quería grabar en mi mente aquella intensa mirada, pues no descansaría hasta encontrarla a plena luz del día. Una noche al mes era demasiado poco tiempo para lo que yo deseaba estar con ella.

Esa mirada se grabó en mi mente a sangre y a fuego, de hecho, a partir de ese día, noche tras noche soñé con esos ojos, y llegué a conocerlos como si fuesen los míos. Con lo fácil que hubiese resultado que me dijese quién era y dónde vivía, pero desconozco por qué eso no podía ser. Esa información estaba completamente vedada para nosotros. Era como una pared mental que nos impedía saberlo quizás como una forma más de autoprotección. Jamás nadie de los de mi raza ha conseguido encontrarse fuera de las noches de luna llena, inclusive Hulk desconocía quién era realmente ella cuando su parte humana la invadía. Pero yo no iba a cejar en mi empeño. Estaba seguro que daría con ella fuese como fuese, y tardase lo que tardase.

Nadie puede ni siquiera imaginar cómo la busqué y la busqué...por tierra...por mar...y porque globos aerostáticos no había, que si no también la hubiese buscado por el aire. Pero no pude encontrarla. Para mí era un suplicio sólo poder verla una noche al mes, y siempre en compañía de Hulk.



VII. Los labriegos de la mesa redonda. 



El tiempo fue pasando más rápidamente de lo que nosotros hubiésemos deseado, y las situaciones entre nosotros tres se iban poco a poco caldeando. Ella no perdía oportunidad de estar conmigo, y yo de estar con ella. Para entonces yo ya no era aquel lobezno chiquillo que con dieciocho años empezaba su errática e ignorante andadura por el mundo lobezno. Sin ser muy espectacular, ya nada tenía que envidiarles a la mayoría de ellos ni en corpulencia ni en fuerza, además, era muy respetado por todos, incluso por Hulk. ¡Cuántas veces deseé no ser amigo suyo y poder pelear por ella!, pero Hulk había hecho mucho por mí, y jamás podría ser mi enemigo aunque por ello tuviera que sacrificar mi amor. Mi única esperanza era encontrarla cuando la relación entre ella y Hulk era inexistente, que no era otra que en los veintinueve días restantes en los que no había luna llena.

La relación entre los hombres y nosotros, los licántropos, iban cada vez a peor. Poco a poco los humanos nos estaban comiendo terreno e incluso ya habían hecho incursiones por nuestro territorio. No sabíamos cómo, pero sus olorosas señales habían dejado constancia de su paso. Nosotros no estábamos dispuestos a ser expulsados también de allí, y aunque siempre intentamos evitar toparnos con ellos, era inevitable que tendríamos que luchar por nuestra supervivencia.

De humano mi vida transcurría con una normalidad aparente. Cada vez me costaba más trabajo ocultarles a mis padres mi otra realidad. Nunca me había dado por contarles mi secreto, pero debía averiguar por qué yo era el genuino e irrepetible hombre lobo albino, y no lo era también por ejemplo el repelente de mi hermano pequeño, o incluso mi padre. No me hizo falta decirles nada pues un día de esos mensuales en el que por la noche la luna llena iba a hacer su aparición, enfermé; el virus de la gripe venció a mis humanas defensas e invadió mis adentros. Tenía mucha fiebre y no pude levantarme de la cama. Mi madre estuvo todo el día cuidándome. La noche llegó y con ella un Wolfillo griposo hizo acto de aparición debajo de aquellas sábanas y mantas. Intenté levantarme y pirarme de allí a toda leche, pero me fue imposible. No podía dar ni un solo paso. La fiebre me había dejado muy debilitado e imposibilitado para moverme. Mi secreto se iba a ir al garete en breves instantes, y con él, quizás algún infarto que otro iba a encontrar refugio en alguno de los corazones de mi familia, concretamente en el primero que me viera. Pepón tampoco estaba para muchas alegrías, estaba cabizbajo y sólo tenía fuerzas para mover levemente su peluda punta. Un toc toc en la puerta dio paso al probable síncope familiar. Era mi padre que antes de acostarse quería saber cómo me encontraba, y no por un interés paternal hacía mí, no, era por saber si al día siguiente podría levantarme para trabajar. Mi padre entró y yo me introduje aún más debajo del edredón nórdico. Mi padre habitualmente no reparaba en mí, pero ese día le dio por sentarse a los pies de mi cama, que también tenía guasa la cosa. Yo le hacía constantes señas a Pepón para que se ocultase también, pero ni caso. Nunca había visto a mi padre, bueno, a su padre, bueno, no, en fin, que no sé….que no había visto al padre nuestro, y la curiosidad era superior a él. Ni corto ni perezoso asomó la gaita como siempre en plan periscopio, y estudio concienzudamente sus características físicas. No me dejó ya otra opción que mostrarme todo yo en plan lobezno. No quería que mi padre creyese que un lobo normal había entrado en la casa pues sin dudarlo hubiese ido a por algo para acabar con sus aulladores días. Así que me destapé, y esperándome lo peor, cerré los ojos aullando en plan cariñoso. Me quedé de piedra pues al contrario de lo que hubiese pensado, mi padre estaba tan tranquilo. Él era la piedra filosofal. Él no se infartó porque no le sorprendió que yo fuese un hombre lobo, pero por qué.

Mi padre me dijo que no hablara que él no podía entenderme, pero que le escuchase muy atentamente. Total, para simplificar, me dijo que la verdad es que no esperaba que en su descendencia ocurriese, pero que lo supo desde el primer día que me ocurrió. Había oído perfectamente a la cacatúa, y al levantarse para ver qué ocurría, me vio. Empezó a atar cabos y averiguó lo que pasaba. Según me dijo, generaciones atrás, uno de mis antepasados fue mordido en defensa propia por un hombre lobo, y cayó preso de esa maldición. A partir de ahí todos los descendientes de este antepasado la llevan latente en su interior aunque a excepción del tatarabuelo de mi padre, ningún otro familiar la había padecido, que él supiera. También me aclaró el por qué de mi color blanco. Aquel primer antepasado que fue mordido era albino también, y por esas graciosas casualidades del destino, ese cabroncete gen de él vivía en mí. Este tatarabuelo de mi padre sólo vivió ciento ochenta y cinco años. Una bala de plata lo fulminó, ¡Las dichosas balitas plateadas otra vez!. Parece ser que ni incluso mi familia se había librado de sus impactos. Yo tenía la esperanza que esos impactos no fuesen múltiples y se hubiesen simplificado al llegar a mí.

¡Qué peso se me había quitado de encima! ¡Tantos años ocultándolo!. Ahora me explicaba por qué me era tan fácil irme de casa y volver, vamos, que como si hubiese ido a comprar pipas. El único que no lo sabía era el repelente de mi hermano, que era seguro que se lo hubiese dicho a todo bicho viviente.

Los años fueron pasando y mis padres fallecieron. El repelente de mi hermano contrajo nupcias con una prostituida dama que le hizo la vida imposible hasta acabar sus días muy suicidado todo él por no poder soportar tanta cornamenta florida de las cuales fue consentidora víctima. Dirán Uds. que observan muy poco sentimiento fraternal, y que parece que me hubiese dado igual, llevan razón, me dio igual; no nos apreciábamos precisamente. Los hermanos aparte de nacer, se tienen que ir haciendo con el día a día, y al repelente de mi hermano y a mí, el único lazo que nos unía como tales era haber salido ambos dos por el mismo lugar. A parte de eso poco más. No teníamos nada que ver el uno con el otro. Siempre fuimos extraños habitando debajo del mismo techo.

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