Wolfillo el irrepetible hombre lobo albino, final

X. El inevitable enfrentamiento con Hulk.

Felizmente llegamos al final del acuático y buceado viaje sin ningún tipo de complicación, y al amparo de la oscuridad y del coscorrón que estaba pegando el vigía que hacía guardia en la puerta, pudimos escapar por fin de allí aunque no todo iban a ser alegrías. En mi pensamiento cada vez se hacía más enorme y amenazante la imagen de Hulk rompiéndome la crisma cuando nos viera llegar juntos y en tan buena armonía. Mi lobezna me iba diciendo que no me preocupase tanto, y confiase más en mis posibilidades, las cosas pasan porque pasan y ya está. Me infundió confianza en mí mismo y me descargó un poco del sentimiento de culpa que tenía diciéndome que yo había respetado la relación de Hulk con ella hasta lo inimaginable, ella igual, pero que había cosas contra las que no se podía luchar. El destino se había encargado de unirnos y ante eso nada podíamos hacer.

Poco a poco y conforme íbamos llegando mi valor fue en aumento. Aunque a Hulk le tenía un inmenso respeto, miedo a enfrentarme a él no, total, en el peor de los casos la única cosa que podría ocurrirme era perecer a las primeras de cambio, pero bueno, era el riesgo que debía de correr y estaba completamente decidido a jugar mis cartas. Algún as tenía escondido debajo de la manga, y si tenía que recurrir a él lo haría sin dudarlo, que por algo era el genuino e irrepetible hombre lobo albino.

El momento encuentro llegó. Estábamos ya en las inmediaciones del campamento lobezno, y podía ver claramente la silueta de Hulk esperando como siempre de impaciente la llegada de la que él aún creía su lobezna preferida. Conforme íbamos avanzando, supongo que a Hulk los ojos le empezaron a hacer chiribitas porque con sus ambas dos zarpas se restregaba los ojos como si quisiese quitarse una molesta e inoportuna mota. Pero claro, no era eso, Hulk creía estar viendo visiones albinas al vernos llegar juntos, y para más INRI...agarraditos por las zarpas como toda pareja de enamorados que se preciara. Ya no había remedio. Estábamos enfrente de él y romper el silencio diciendo eso de “esto no es lo que parece” no creí que fuese lo más conveniente. El rostro de Hulk era todo un poema. Su cara afable de siempre había desaparecido. La florida cornamenta lobezna le había cambiado el rostro. Daba auténtico pavor. No hacía falta que hiciese ningún efecto especial porque en ese momento los tenía todos. No preguntó nada. Se limitó a preparar con toda la rabia y casi a cámara lenta el golpe de gracia sobre mi albino y acojonado cuerpo con flequillo incorporado. Busqué el as ese que tenía guardado en la manga pero digo que lo perdí durante el viaje. Había olvidado el pequeño detalle que mangas no tenía ninguna y se me debió caer al suelo. Hulk no atendió a razones. No consintió que le explicara nada por mucho que titubeantemente lo intenté. Tampoco sirvió de nada que mi lobezna preferida se interpusiese entre ambos pues de un nada cariñoso empujón la apartó quedándonos los dos a solas en el campo de batalla. Si de verdad había valor dentro de mí era la hora de animarlo que viera a Hulk en directo y en tres dimensiones, porque Hulk estaba por la labor de zanjar el asunto por la tremenda. El resto de licántropos nos rodeó expectante a la espera del desenlace del ataque cornamental y florido de Hulk.

En las apuestas sobre el vencedor de la contienda yo iba claramente en desventaja. Nadie había arriesgado su renta per cápita apostando por mí, hasta incluso yo aposté por Hulk (que había que ir a lo seguro). El inicio de la contienda no podía posponerse por más tiempo pues por el ambiente empezaba a querer olisquearse un cierto aroma a cobardía procedente justamente de donde yo me encontraba. Mi aguerrido y aventurero carácter manchego tampoco podía consentirlo. De repente, todo mi sistema hormonal entró en erupción. Toda la blanca pelambrera de mi cuerpo se erizó como nunca antes lo había hecho. Mis morretes se retro activaron para atrás hasta casi confluir en mi nuca. Mi lobezna y amenazante dentadura se quedó al descubierto. Mi efecto especial preferido se desbocó sin control por sí solo. Ya no era ese característico hilillo de salibescos y rabiosos fluidos, eran auténticas y terroríficas cataratas de adrenalina dispuestas a explosionar, vamos, que por no demostrar desconcierto, que si no hubiese jurado que esas cosas no me estaban ocurriendo a mí. Siempre fiel a ese dicho popular de “que quien da primero da dos veces”, el primero en dar fue Hulk, más experimentado en estas lides. El ostión fue inolvidable para mí. Salí despedido a casi diez metros de distancia como si la fuerza de la gravedad hubiese dejado de existir. Me incorporé como pude saboreando por primera vez el característico sabor de mi propia sangre que escapaba de mis morretes ¡Estaba sangrando a borbotones!. Eso me enfureció sobre manera. Hulk estaba enloquecido y no iba a tener piedad de mí pues ya venía otra vez para obsequiarme con el descabello final. Pero lo que no sabía es que esta vez se iba a encontrar con todo un toro de lidia. Repelí su segundo ataque con una hábil esquiva de cintura, y contraataqué con un crochet de derecha que sorprendió a mi rival. Proseguí encadenando una serie de zarpazos acabando con un gancho direccionado al mentón de mi oponente, que provocó su caída inesperada al suelo. No a tanta distancia como a la que él me mandó a mí, pero tampoco estuvo nada mal comprobar que yo también podía hacer daño. Nadie hasta ese momento había conseguido hacerle caer.

Los sucesivos ataques por ambas partes se fueron sucediendo. El genuino e irrepetible hombre lobo albino, al final, iba a resultar ser un hueso más duro de roer de lo que parecía. Nada que ver con ese por el que nadie daba un duro. Conforme la contienda iba avanzando, nuestros cuerpos se fueron convirtiendo en un auténtico poema. Incisas heridas sangrantes daban un especial colorido al ambiente. Mi cuerpo era el que más coloreado estaba. El ser albino era lo que tenía. En él podía verse claramente hasta el más mínimo arañazo. Mi lobezna preferida no hacía nada más que gritar que lo dejásemos ya, que ambos nos íbamos a matar, y llevaba razón, esa pelea había pasado de ser el resarcimiento de un floreado ataque de cuernos por parte de Hulk, a convertirse en una pelea a muerte. El desenlace pronto iba a llegar. Hulk al final hizo valer su mayor envergadura y potencia, y de otro ostión bastante semejante al primero que recibí de él, me mandó directamente a Marte. Ya no pude levantarme. Estaba en unas condiciones lamentables y apenas me quedaban las fuerzas suficientes para poder respirar, y por lo menos no morir completamente desoxigenado. Abriendo dificultosamente mi boca intentaba poder coger alguna bocanada de aire para esos pulmones tan faltos de oxigeno que había dentro de mí.

Hulk no iba a tener compasión de mí. Nadie se atrevió a suplicarle clemencia para el genuino hombre lobo albino, especie en extinción que pronto se iba a extinguir por completo si un milagro no lo remediaba. Mi lobezna preferida fue la única que se abalanzó sobre la espalda de Hulk intentando evitar el wolfillicidio. De nada le valió pues fue tratada de la misma manera que la vez anterior. Hulk estaba cegado por el odio y no reconocida a nada ni a nadie. Tan sólo me reconocía a mí, y a mí vino como protagonista estelar para ser el causante de mi violenta transición al más allá.

No supliqué clemencia. No sé si de haberlo hecho hubiese perdonado, y quizás siempre me quede esa duda, porque lo cierto es que cuando estaba de pie ante mi inerte cuerpo, un terrible impacto en su espalda le hizo caer sobre mí. Me lo quité de encima como pude dándome cuenta que mi hermano Hulk estaba respirando con dificultad su último aire en esta vida terrenal. Un balazo plateado había entrado por su espalda abriendo un gran boquete en su pecho. La sangre salía a borbotones a golpes de corazón. Mi lobezna preferida con lágrimas en los ojos y llorando desconsoladamente se arrodillo ante él. Yo también lo hice, Hulk, aunque había pretendido acabar con mi lobezna vida, no dejaba de ser una de las personas que más quise (y le llamaré persona, por qué no). Él con su último aliento nos miró a ambos con una cara en la cual ya no apreciábamos odio sino todo lo contrario, Hulk, preso de terribles convulsiones murió ante nuestros ojos a los pocos minutos. Mi lobezna preferida y yo nos abrazamos llorando amargamente, mientras, el cuerpo lobezno de Hulk comenzó a transformarse en su apariencia humana dejándonos ver cuál era su identidad. Yo nunca le había visto y ella tampoco, pero esa imagen jamás podríamos borrarla de nuestra mente.

Como si una nebulosa nos rodeara y protegiera, habíamos permanecido ajenos a lo que había ocurrido y estaba ocurriendo. Reinaba el desconcierto entre nuestros congéneres. Numerosos impactos plateados habían acertado en el blanco. Los humanos habían dado con nuestro selvático escondite. Tanta expectación había suscitado mi pelea con Hulk, que la proximidad de la presencia humana había pasado desapercibida para todos. Había que salir de allí lo más rápido posible pues nos habían pillado completamente en fuera de juego, y en esas condiciones no podíamos enfrentarnos a ellos. Tiempo habría para organizarnos y plantarle la batalla que durante tanto tiempo con su agresiva actitud estaban buscando.

Las bajas aunque no fueron muy numerosas, sí que eran importantes para nosotros por escasez de efectivos. Escondidos entre la espesa maleza del lugar fuimos tristes espectadores de los pocos escrúpulos de los humanos para nuestros hermanos asesinados. Ella y yo, que sí éramos consciente de nuestra realidad humana, de haber podido, seguramente hubiésemos repudiado esa etapa de nuestra existencia, y muy a gusto hubiésemos renegado de ella quedándonos como lobos de por vida. Desconocíamos que tanta crueldad pudiese existir. Los cuerpos humanos de nuestros hermanos eran profanados con las más detestables y salvajes acciones que se pudiesen imaginar. Entre trago y trago de vino de garrafón, aquellos valerosos y etílicos humanos decidieron ofrecer en sacrificio los cuerpos de nuestros hermanos a la fauna autóctona del lugar para que fuesen devorados. Los humanos se fueron convencidos de que todos nosotros nos habíamos ido y, que efectivamente, los que yacían allí iban a ser pasto de las alimañas para posteriormente servir de abono y fermentar la tierra que les vio morir. Muy cautos todos nosotros fuimos saliendo para la rueda de reconocimiento de los caídos en combate. No sé para qué, porque a excepción de nosotros, los demás por la mañana no se acordarían de nada.

Cientos de dolientes aullidos se oyeron por todo el lugar y zonas limítrofes. Fue nuestra peculiar manera de rendirles homenaje. Tras enterrar sus cuerpos, y en concreto mi lobezna preferida y yo darle nuestro último adiós a Hulk, partimos hacia un futuro de muy oscuras perspectivas. Primero debíamos curar mis heridas, y después debíamos encontrar un nuevo hogar donde poder seguir con nuestras licántropas vidas. También se debería dilucidar quién en la escala sucesoria debería de ser el idóneo sucesor de Hulk, y que abanderaría nuestra sed de venganza. A nuestro Dios “El lobo feroz” pusimos por testigo, y juramos a aullido limpio que íbamos a ser todo lo crueles que los humanos habían sido con nosotros. No íbamos a tener piedad con ellos cada vez que el destino cruzara a ambas dos razas.

Mis heridas curaron más rápidamente de lo que pensaba. Eran más superficiales de lo que aparentaban. Quizás Hulk no calculó bien la distancia cuando me golpeaba o bien no quiso calcularla adrede pues puede que su intención no fuese acabar con mi vida sino simplemente purgar su mala leche sobre mí, causante de su floreado y corneado dolor sentimental.


XI. En busca de un nuevo hogar.


El resto de la noche la pasamos buscando nuestro nuevo cuartel general. Nos dispersamos para abarcar todos los frentes posibles. Juntitos como borregos no íbamos a ir a ningún lado y podíamos ser blanco fácil, ¡Casualidades de la vida nuevamente!, tenía que ser precisamente yo, y aquellos que eligieron acompañarme, los que encontrásemos el lugar idóneo. Estaba muy alejado de nuestro anterior enclave, y eso nos daría tiempo a organizarnos. Entre aullidos fuimos pasando la novedad hasta que todos llegaron a donde nos encontrábamos para dar el visto bueno o, por el contrario, dar el visto malo. El visto que se dio por todos fue satisfactorio. Era un lugar que cubría plenamente todas nuestras expectativas, frondoso, espeso, y con mucha vegetación donde poder camuflarnos en caso de peligro inminente.

Supongo que la relación tan estrecha que había mantenido con Hulk, además de ser el único que había tenido los suficientes arrestos para enfrentarse con él, y ser ahora la selvática pareja de su compañera, fueron argumentos lo suficientemente válidos como para que me eligiesen el jefe de las lobeznas hordas vengativas. Acepté gustosamente el ofrecimiento. ¡El genuino e irrepetible hombre lobo albino se había convertido en el jefe! ¡Wolfillo era el rey de los licántropos!.

A la mañana siguiente mi lobezna y yo fuimos en pos de también buscar asentamiento para nuestra etapa humana. Si volvíamos a nuestro lugar de procedencia estaríamos en el lugar dominado por el orondo gobernador adicto a tirar al personal al foso común, y correríamos serio peligro tanto ella como yo. Seguramente la estarían buscando pues esa mañana no la encontrarían en el castillo. No teníamos donde ir. Debíamos arriesgarnos y buscar asilo político en el hogar de algún integrante de los labriegos de la mesa ovalada. Ahora debían cumplir una de aquellas promesas que a voz en grito dijeron cuando creyeron que las pirañas iban a acabar conmigo “Estaremos siempre contigo”. No nos fallaron y aunque se quedaron alucinados al verme, les convencieron mis engañosas explicaciones y aceptaron asilarnos políticamente, algo cautelosos porque ellos también se encontraban en el ojo del huracán.

Los labriegos de la mesa ovalada, a raíz de aquí se reorganizaron, para ser más exactos, yo los reorganicé que para eso era el socio fundador. Ya no teníamos la más mínima duda de que por las buenas no iba a haber manera de hacer entrar en razones al orondo gobernador ni a los de su ilustre ralea, además, que me informaron que a raíz de creer que había acabado con mi sublevada vida, su ego se envalentonó aún más, y se había convertido en un tirano en el más amplio sentido de la palabra. De nada valían ya realizar más esfuerzos diplomáticos ni más historias. Era la hora de alzarse en armas, y ahora era cuando la misión encomendada a mí en exclusividad de unir en pos de un bien común a humanos y lobos, debía llevarse a efecto. Aún no sabía cómo coño iba a ser capaz de hacerlo, pero debía conseguirlo costase lo que costase, y para ello era imprescindible que conociesen a sus lobeznos compañeros en la causa común, tarea nada fácil.

Mi estrategia para conseguir este fin fue sencillamente magistral. Para ello les conté una fábula inventada por mí en el que lobos y humanos compartían espacio y tiempo. Toda una noche estuve pensando en la fabulita hasta que por fin y casi en las postrimerías de esa insomne noche se me ocurrió.

>> Éste es otro dato para la posteridad. El copyright de esta fábula tan genial me fue arrebatada y convertida en un mísero y caótico cuento no hace tanto tiempo, en un claro acto de sabotaje intelectual. Qué fácil les resultó. Tampoco se estrujaron mucho la materia gris. Cambiaron ligeramente el título y algunos párrafos para que el lobo fuese muy feroz cuando realmente era todo lo contrario, y ríanse eh, llamaron a mi cuento “Caperucita Roja y el lobo Feroz”, cuando el título original de mi fábula era “Perucita la roja y el Lobo fiel”. Esto no hizo otra cosa que acrecentar el odio contra todo aquel ser que aullara.

En mi cuento, la victima realmente era el lobo. Lobo al que crió desde pequeño una repelente y odiosa niña pija, que precisamente es la que da nombre al título de mi fábula. Lo de la roja no es peyorativo. Simplemente era por el color de su piel, que parecía que siempre estuviera recalentada por el sol de lo roja que la tenía. Tampoco dejemos de lado ni nos olvidemos de la dichosa ancianita eh, que ningún lobo podría habérsela comido por mucho que lo hubiese intentado, además, que seguramente hubiese muerto envenenado, ¡Anda que no tenía mala leche la colega!. Y de enferma y en la camita nada eh, tenía una salud de hierro, y sólo se acostaba para echarse la siesta siempre con un ojo abierto por si las moscas.

¡Pero señores lectores del fraudulento cuento!, el lobo era un sol de animal. Cada vez que veía a la anciana se metía despavorido dentro de la pija casita prefabricada que le habían construido huyendo de los pescozones que siempre le daba la dulce ancianita cuando se le ponía a tiro. Siempre lo tenían atado, y únicamente le daban vidilla cuando llegaban las pijas amigas de Perucita a tomar el té y alardear de la últimas tendencias de la moda femenina, acompañadas de sus mascotas que no pasaban de ser perros pekineses o chihuahuas. Perucita entonces, y llevada por una ira igual de pija que ella para siempre ser la más, decía: ¡Ah sí! ¡Perritos a mí!, ahora veréis, os vais a quedar de piedra cuando veáis a mi mascota ¡Ala!, entonces Perucita salía y desataba al lobo para que aullase y aterrorizara al pijo clan.

No me extenderé en el cuento. Simplemente les diré que realmente el que la casca al final es el lobo, y ni Perucita ni la anciana de su abuela quisieron darle lobezna sepultura.

Mucha huella debió dejar mi fábula en ellos cuando lo conté en la primera reunión oficial de los labriegos de la mesa ovalada, porque tras la meticulosa explicación de mis planes no pusieron ninguna objeción a conocer a sus lobeznos compañeros de lucha. Pero había que esperar un poco hasta que llegase la noche de luna llena. Mientras tanto, mi lobezna y yo seguíamos viviendo apasionadamente nuestro amor. No podíamos olvidar a Hulk, pero poco a poco cada vez fue haciéndonos menos daño su falta y, aunque no es cierto eso que dicen de que el tiempo todo lo cura, sí que nos ayudó a sobrellevarlo.

>> Créanme, el tiempo no lo cura todo y yo puedo volver a dar fe de ello. Por suerte o por desgracia, por mí ha pasado casi todo el tiempo del mundo, y en mi corazón quedan muchas heridas sin cicatrizar, y que me llevaré a la tumba sin que el paso del tiempo haya podido hacer algo por remediarlo.

La siguiente luna llena llegó, y los labriegos de la mesa ovalada y simpatizantes nos dirigimos al lugar donde iba a producirse el primer contacto entre ambos mundos. Los labriegos ya habían sido informados que realmente sí que existían los hombres lobos, y que no eran seres tan macabros como los pintaban, prueba de ello éramos mi lobezna preferida y yo. La prueba de todas mis afirmaciones la iban a tener esa misma noche cuando asistiesen en palco VIP a nuestra metamorfosis. Ese momento iba a ser crucial. Sería la clave de todo.

Conforme íbamos llegando, mi lobezna y yo comenzamos a notar los primeros síntomas del cambio, así se lo hicimos saber al resto de acompañantes, unos cuarenta. Fueron mentalizados para que no se asustasen. No iban a correr ningún peligro aunque el sobresalto inicial iba a ser inevitable. Si bien es cierto que realmente a nosotros no nos dolía la transformación, la impresión que podría dar visto desde fuera era otra muy distinta. Ellos verían dos cuerpos que se retorcían. Huesos que se desencajarían de su sitio. Aullidos que parecerían agónicos, y que no serían otra cosa que exclamaciones de satisfacción porque por fin nuestra otra parte podía ser libre.

La transformación se consumó como otras tantas veces. Les debimos parecer seres enormes pues con cara de incredulidad fueron poco a poco subiendo su mirada hasta abarcarnos con ella por completo. Aunque perplejos ante lo que habían presenciado, podríamos decir que estaban dentro de los límites de una relativa tranquilidad. Habían tenido el privilegio de ser testigos presenciales de algo que jamás ningún humano había visto. Estaban junto a un hombre y una mujer loba, y parecían percibir que no corrían ningún peligro.

Una parte de la misión estaba hecha, quedaba la otra, tocaba convencer a mis lobeznos compañeros que tampoco corrían peligro si se dejaban ver por los humanos que nos acompañaban, ¡Vaya follón que me había tocado en suerte por designios del destino y la divina providencia!. Cuando estuvimos ya en territorio amigo, animé a mis licántropos congéneres que estaban agazapados entre la angosta vegetación a que saliesen a la luz pública. Al principio fueron muy reacios hasta que astutamente se percataron de que mi lobezna preferida y yo estábamos entre humanos, y estábamos tan vivitos y tan coleando.

Hablé extensamente con ellos explicándoles que por diferentes y variopintos motivos ellos también buscaban lo que nosotros. No era otra cosa que enfrentarse a la tiranía de los humanos llamémosles de alto standing. Las cosas estaban bastantes claras pero la divina providencia no había pensado en que a ver cómo narices podía yo comunicarme con los labriegos de la mesa redonda y simpatizantes siendo hombre lobo, a aullidos no me entenderían, menos mal que Wolfillo y yo teníamos salida para todo. La única forma posible de comunicación era la escritura en la modalidad de caligrafía terrestre. Debería escribir en el suelo y en un manchego entendible todo aquello que quisiese comunicarles. A partir de ese momento pasé a ser el genuino hombre lobo albino con nueve uñas en sus zarpas en vez de diez. Eran un poco zoquetes para entender a las primeras de cambio lo que quería decirles, y tantas veces debía de explicarles lo mismo, que hacía verdaderas zanjas en el suelo intentando hacerme entender, vamos, que las generaciones futuras aprovecharon los túneles que hice en aquella época para meter las primera acometidas de la historia.

Lo que peor se me daba, y así he de reconocerlo era eso de dibujar. Nunca fue mi fuerte, y había veces que era imprescindible hacerlo. Podríamos decir que mi estilo era muy personal e intransferible, le denominé cubismo, ¿Les suena?, ¿sí?, pues acaban de pensar lo cierto, yo que fui el pionero y el que inventó este estilo pictórico, resulta que está mas tieso que un ajo, y que aquel que me copió, se pegó una vida que ni te cuento (otro dato para la historia).



XII. La batalla final contra los humanos.



Para organizar toda nuestra estrategia combativa, lo primordial era no ser incordiados por nadie ajeno, y por supuesto ningún humano debía invadir nuestro territorial bosque. Debíamos ingeniárnosla para conseguir que éste diese repelús con sólo nombrarlo. Esta misión se la encargué a los labriegos de la mesa ovalada y simpatizantes. Harían correr la voz en sus respectivos lugares de procedencia de que nuestro lejano bosque era habitado por maléficas fuerzas desconocidas, y que todo aquel que osara acceder a él, desoyendo las advertencias, moriría de una manera terrible no encontrando su alma jamás descanso eterno (esto del alma fue una pequeña licencia que se tomaron los labriegos para dar más espectacularidad al bulo, que yo no les dije nada al respecto). La primera puesta en escena la teníamos claramente a nuestro favor sin habérnoslo propuesto. Aquel lugar la verdad es que por la noche daba un poco de no sé qué. Era de una oscuridad total. La espesa y alta vegetación hacía casi imposible que nuestra diosa la Luna, estuviese llena o no, pudiese colonizar el territorio. Igualmente, una intensa y fantasmagórica neblina lo recorría y los peculiares cantos de las aves autóctonas del lugar le daban un toque a oraciones en procesión de la santa compaña que para qué las prisas. Ya nosotros nos encargábamos de la pertinente puesta en escena si algún incauto humano quería comprobar por experiencia propia la veracidad de lo que los labriegos de la mesa ovalada habían dicho. Pero o bien porque no había muchos valientes, o bien porque realmente los labriegos habían llevado a cabo la misión con total credibilidad, lo cierto es que por allí no se atrevían a pasar ni las águilas.

El siguiente paso era infringir daños económicos y morales a las arcas de las huestes enemigas, cuanto menos pelas, menos plata y menos balazos plateados, todo estaba en relación. Por el día eran continuas nuestras emboscadas a los convoyes que pasaban bordeando nuestro territorio. Por la noche los hombres lobos hacían incursiones en las inmensas mansiones de los señores arrasando con todo lo que se les ponía a tiro, y fuese susceptible de convertirse por arte de magia en plateadas balas. No quedó un candelabro sano ni elementos semejantes, y estén seguros que teníamos un don natural para saber cuáles eran de plata y cuáles no. Se nos ponía la carne de gallina por la alergia que nos causaba simplemente verlos.

El sacrificio que tuvieron que hacer los labriegos y simpatizantes fue muy a tener en cuenta pues tuvieron que abandonar a sus familias para protegerlas de las represalias. Nuestras hazañas iban de boca en boca por todos los rincones de la comunidad autónoma de Castilla La Mancha. Para las clases menos pudientes pasamos a ser verdaderos héroes. Siempre pillaban algo de lo que robábamos. Robábamos a los ricos para dárselo a los pobres, y esto ayudaba a ser considerados como tales, a mí, como jefe de todo aquel equipo, incluso me pusieron el cariñoso apelativo de Wolfi Hood.

Fueron pasando los meses y con ellos casi la banca rota para todos los adinerados señores. Los cargamentos de dinero se habían acabado. Ni el gobierno central se atrevía a mandar económicos envíos, ni los señores podían evadir ya las divisas conseguidas con el inexistente sudor de sus frentes. Allí las únicas frentes que siempre habían sudado de lo lindo habían sido la de generaciones de gentes como nosotros, y allí estábamos nosotros para impedir todo intercambio monetario fuese en especies o en moneda de curso legal. Liamos la de Dios. El único dinero negro que corría por allí era el nuestro, y el de todo aquel afín a nuestra causa.

En mi lobezna preferida estos mismos meses le fueron dejando un claro y palpable rastro. Efectivamente su vientre había adquirido ya un volumen bastante aceptable. Su embarazo iba poco a poco afianzándose y ya quedaba poco para que diese a luz o a luna, tampoco lo teníamos muy claro. Fue una terminación de embarazo muy estresante para ambos. No teníamos ni idea de qué es lo que saldría de allí dentro, ¿Sería un niño? ¿Sería una niña? ¿Sería un lobillo? ¿Sería una lobilla?. Ignorábamos si el resultado de la "explosión" vendría supeditado a si el parto le venía siendo mujer loba, o mujer a secas. Puedo asegurarles que fue un sin vivir. Yo a menudo pegaba la oreja a su vientre para ver si podía oír algo que me indujese a sospechar qué regalito nos aguardaba. A favor de que fuese un lobillo en toda regla, teníamos que lo que fuese aquello se creó como fruto de un completo amor lobezno, pero por otra parte, los espermatozoides enviados por correo postal hacia los adentros de ella salieron del mismo lugar fuese lobezno o no, de mí, y no creíamos que estos fuesen diferentes en las noches de luna llena. Quizás algo más cegatos por falta de luz, sí, pero vamos, que yo estaba casi convencido de que mis ovoides partes no fabricaban espermatozoides lobeznos. No me pregunten por qué, quizás intuición, o quizás porque tendría cojones la cosa que veintinueve días fabricando espermatozoides como los de toda la vida, y en la única noche que lo había hecho como lobo se hubiese colado de rondón algún cabezón aullando. Eso no podía ser, pero el tiempo nos sacaría de la parturienta duda.

Mientras llegaba el deseado momento, los labriegos de la mesa redonda, simpatizantes y licántropos, seguíamos con nuestra particular guerra. Nuestra belicosa actitud fue secundada a nivel nacional incluidas las más reacias eran las que a día de hoy se denominan Cataluña y País Vasco. La guerra civil ya era inevitable, y debíamos prepararnos. Las primeras escaramuzas empezaron. En cuestión de armamentos ellos tenían las de ganar porque nuestras armas eran muy rudimentarias, y no podíamos hacerles frente. Nuestras bajas fueron numerosas, y los ánimos después de tantos varapalos estaban por los suelos. La única posibilidad que nos quedaba era que la guerra durase lo suficiente como para poder llegar vivos a la noche de luna llena y poder contar con la poderosa ayuda de los hombres lobo. Muchos ya habían caído también mientras eran humanos guerreros. La genial idea mía, y compartida por los jefes de las demás regiones de retirarnos, fue la más acertada.

El día que daría paso a la noche de luna llena y en la cual lanzaríamos nuestro terrible ataque final había llegado. Ese día mi lobezna preferida se puso precisamente de humano parto por la mañana bien tempranito. Fue todo un santo día de angustiosa espera. Mientras era asistida por una humana ducha en estos menesteres, yo rezaba para que todo saliera bien, y a ser posible sin pelo ni morretes.

>>Los muy perspicaces estarán pensando, que si tanto siempre deseaba ser hombre lobo, por qué quería que mi primer vástago fuese humano. Muy buena pregunta que todo hay que decirlo. Mi contestación es muy simple. No tenía idea de si el parto se producía siendo mi compañera loba, qué podría suceder. Sabía que yo nací humano y ya luego pasó lo que pasó, pero claro, si este aún no nacido, fuese desde sus inicios lobo...¿Podría transformarse en humano? o ¿Se quedaría siempre siendo lobo?

El caso es que mal síntoma fue un doloroso ¡Ayyyy! que oí cómo exclamó la comadrona al intentar introducir su mano en los adentros de mi lobezna. Lo que había allí dentro la había mordido. Me temí lo peor. Aquello tenía toda la pinta de que lo que iba a salir de allí iba a tener más pelo de la cuenta. De repente, y aprovechando que la comadrona se había dado la vuelta para curarse el dedo herido, vi como de la semejante parte de mi lobezna preferida, asomaban dos manitas que abrieron paso a una pequeña cabeza peluda que se asomó para visualizar exteriores. Aquella pequeña cabeza peluda miró para un lado y para otro, y volvió a introducirse otra vez para adentro. Parece ser que no le había gustado lo observado, y se sentía muy a gusto en el lugar en que había vivido los nueve meses anteriores, habiendo decidido posponer su salida para mejor momento, ¡Pero eso no podía ser!. Yo me tenía que ir a la guerra y quería estrecharle antes entre mis brazos porque quizás no tendría otra oportunidad de hacerlo. Cautelosamente me acerqué a la puerta de la casa de la pequeña cabeza peluda, y le llamé con mucha delicadeza para no asustarle: ¡Pssssss....Pssssss!...Pequeña cabeza peluda ¿Estás por ahí?. Soy tu papi. Tienes que salir ya eh. Ya sé que la comadrona se parece a Cuasimodo, y te habrás pegado un buen susto, pero venga machote sal. Di algo. Llora. Aulla, haz lo que quieras, pero sal ya que vea lo que eres, que me va a dar un infarto.

Por más que mi lobezna apretaba para que saliese, no había manera. Aquella pequeña cabeza peluda parecía como si tuviese ventosas en las manos, y lo peor es que cada vez que metías la mano para sacarle, te pegaba un mordisco que veías las estrellas y todas las constelaciones del cielo. La comadrona ya lo había dejado por imposible, y porque casi se queda manca en un último intento por sacarle.

La noche de la batalla final llegó y Wolfillo con ella. Me quedé pasmado. Mi lobezna preferida no se había transformado y desconocía cuál podía ser el motivo. Ella seguía humanamente con el interminable parto de la pequeña cabeza peluda que seguía sin querer salir. No pude entender por qué no se había transformado. Su estado era preocupante pues estaba muy debilitada. Ya no podía demorarse más el parto y Wolfillo aguerridamente se hizo cargo de la situación. Él, que había osado enfrentarse a Hulk. Que había osado enfrentarse a las hambrientas pirañas y a todo ser viviente, no iba a consentir que una pequeña cabeza peluda hiciese un borrón en su intachable currículo. Arrugué morretes para impresionar al ente peludo, gruñí, y cuál fue mi sorpresa cuando una pequeña manita salió de no sé dónde, y me acarició la cabeza. Me dio la lobezna impresión que me había confundido con un osito de peluche o algo así, porque sin que nadie le dijese nada asomó su pequeña cabeza peluda y salió tan campante. Allí estaba en cuerpo presente nuestro testarudo retoño. Mi lobezna preferida notó la fulgurante y esperada salida, y me preguntó qué era. El sexo carecía de importancia, bien sabía yo que se refería a si era humano o no. La primera impresión que me dio es que aunque de pelo no andaba desasistido, era humano. Para confirmar datos y tras cortar el cordón umbilical con una de mis afiladas uñas, lo coloqué sobre el regazo de su madre. La imagen era de lo más tierna. El bebé era un niño, y se parecía bastante a mí, no de Wolfillo claro. Los tres permanecimos juntos hasta que llegó la hora de la partida. A partir de ese momento todo fueron llantos. Mi lobezna (que a lo mejor había dejado ya de serlo) me suplicó que no fuese, tenía el presentimiento de que no regresaría. Se me hizo muy cuesta arriba marcharme dejándoles allí, pero mi participación era fundamental y no podía dejar a mis valientes compañeros de fatigas en la estacada.

Salí de la compañía de los dos seres que más quería llorando como una Magdalena. Formé a las tropas, y sabedores de que muchos íbamos a morir, fuimos en pos de la cruenta batalla. Conforme miraba a aquel ejercito de hombres lobos capitaneados por mí, tenía que reconocer que había que tener mucho valor para enfrentarse a nosotros. Ya no éramos aquellos temerosos lobeznos que aunque sabedores del poder que poseíamos, nos negábamos a enfrentarnos a los humanos, ahora íbamos a por todas, ¡Qué orgulloso se hubiese sentido Hulk de todos nosotros! en especial de mí, había tenido un digno sucesor.

La batalla fue cruenta. Éramos auténtica bestias ávidas de sangre humana sin ningún reparo en matar, yo el primero. Perdí la cuenta de las vidas que quité, y al igual que yo, los demás, también muchos de los nuestros murieron, tanto lobos como humanos.



XIII. Epílogo.



>>No profundizaré más en el relato de los hechos que allí ocurrieron. Son demasiados terribles para contarlos aquí con pelos y señales, y podrían herir la sensibilidad del lector, cosa que ni pretendí hacer cuando comencé, ni pretendo hacer ahora. Sirva el apunte de que ganamos la batalla, y que a raíz de esa sangrienta noche, la igualdad social se logró, y por fin dejaron que los hombres lobos viviesen en tranquilidad sus lobeznas vidas en un lugar recóndito y perdido del mundo negociado por todas las partes en conflicto.

Cierto es que estuvimos mucho tiempo en paz creyendo que todo lo que sacrificamos había merecido la pena al sentirnos integrados en un mundo que era de todos, y en el cual todos teníamos cabida. No contamos con que para las futuras generaciones toda nuestra lucha cayó en saco roto y volvimos a ser perseguidos y extinguidos como otros tantos seres vivos que hoy sólo se sabe de ellos porque alguna página de alguna enciclopedia los describe. 

Mi lobezna preferida a raíz del parto ya jamás volvió a compartir conmigo la otra mitad de mi vida. Entonces comprendí por qué había tan pocas mujeres lobas. Ellas dejaban de serlo al dar a luz a su primer hijo si este parto ocurría estando con su forma humana, que por otra parte era la más habitual. Lo trágico y doloroso de este hecho es que al haber perdido su otra lobezna mitad y ser completamente humana, también había dejado de poseer todas las buenas cosas que ser mujer loba tenía. Por desgracia para mí, más que para ella, su vida no iba a poder ser tan larga como la mía. A Nuestro hijo en común siempre le llamábamos pequeño Hulk en recuerdo de nuestro amigo. Fue un humano normal durante toda su existencia, y nunca se transformó en lobo. Fue un bypass de espera hasta quizás futuras generaciones, que nunca llegarían ni por su parte ni por la mía.

He sido testigo de tantos y tantos hechos históricos, que se haría prácticamente eterno narrarlos aquí. Mi intención primera cuando me planteé contar mi historia fue que aparte de mi vida, estos hechos debería darlos a conocer al mundo pues como dije al principio, dista mucho de la realidad que les ha llegado a ustedes. Pero durante el transcurso de ésta he cambiado de parecer y no lo haré. Quizás sea mejor que las cosas se queden como están, y lo más conveniente sea también no remover el pasado pues eso podría afectar a lo que ustedes conocen como presente, y afectar seriamente a su desconocido futuro.

Mi lobezna preferida (siempre seguí llamándola así) falleció a la edad de ciento cincuenta y seis años. Sólo vivió completamente de humana a mi lado quince años. Fue víctima de unas fiebres para las que todavía no había cura. Su pérdida marcó ya para siempre mi lobezno futuro. Nunca me volví a emparejar con ninguna otra mujer fuese loba o no. Tanto la quise que me fue imposible mantener ninguna otra relación estable. Todo me lo recordaba a ella. Los días eran interminables sin ella, y en las noches de luna llena añoraba como sólo Dios sabe aquel tiempo atrás en el que nos metamorfoseábamos juntos. El único consuelo que me quedó fue el haber tenido la inmensa fortuna de haberla conocido y haberla podido amar. La amé a más no poder como hombre, y la amé a más no poder cuando Wolfillo emergía de mis adentros. Ella murió en paz entre el abrazo y el quimérico llanto de su querido Wolfillo. Nos dejó con una tierna sonrisa entre sus labios. Wolfillo aullaría de pena a partir de ese día todas las noches de luna llena que le quedarían por vivir, y yo he llorado de dolor todos los días de mi vida.

Tanto he vivido que ya no me quedan fuerzas para continuar, tampoco quiero hacerlo, el último hombre lobo morirá conmigo. Ignoro por qué sólo he quedado yo como furtiva representación de mi raza, pero así es. En el largo deambular de mi vida he tenido que ir dejando en la cuneta a todos los que más quería sin poder hacer nada por evitar tantos y tantos desgarradores adioses. Wolfillo tampoco volverá. Hace tiempo que ya no siento su compañía. Dejé de sentirlo en mi interior. Fue más afortunado que yo, él dejó ya de aullar de pena, y ojalá mañana mismo la muerte me conceda la gracia del último despertar, y pueda yo también por fin dejar de llorar de dolor.

Sé que este inesperado final difiere mucho de lo alegremente que comenzó la historia de mi lobezna vida. Rememorar tantos recuerdos ha conseguido que me invada un poco la melancolía, pero les pido a ustedes que me han acompañado que no entristezcan, que yo triste no estoy. Por primera vez en muchísimos años soy feliz. Poco me importa ya que una plateada bala se cruce en mi camino, es más, ojalá lo hiciese ahora mismo para poner fin a todo aunque ahora ya no tenga razón de ser, es curioso, toda la vida huyendo de ellas y ahora que las busco no las encuentro.

Por fortuna, muy pronto mi aguerrido espíritu manchego se al fin por vencido y sucumbirá. Será entonces cuando vuelva a ver a Wolfillo y a Pepón pegado a su culo, dando por saco, pero lo más importante de todo será que al cruzar el umbral, sé que mi lobezna preferida estará esperándome con una sonrisa en sus labios meciendo en su regazo a la pequeña cabeza peluda.

Si alguna vez alguien les pregunta sobre la veracidad de esta historia, díganle que posiblemente sea la invención de un desconocido anciano que no estaba en su sano juicio.

¡¡¡Por favor, los hombres lobos nunca existieron y jamás existirán!!!.

 

 

 

 

                                                                                      


 

 

 

 

 

 

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