Cierto día, estando disfrutando de unas merecidas vacaciones que decidí pasar en Rumanía, me encontraba visitando un barrio antiguo de una ciudad de cuyo nombre no quiero acordarme, más que nada, porque a no ser que uno fuese de aquel lugar, imposible deletrearlo. Era un rincón de la humanidad pintoresco, en el que parecía que el tiempo se había detenido muchos siglos atrás. Multitud de establecimientos se encontraban a ambas aceras de la calle. Los artículos que ofrecían eran de lo más variopintos, y todos tenían la singular particularidad de caracterizarse por ser muy antiguos, y yo no haberlos visto nunca, lógico, nunca había estado allí.

    Mi deambular me llevó a darme de bruces con un pequeño establecimiento que rompía con la estética del lugar. Este establecimiento se dedicaba, según podía observar desde afuera, a la venta de libros muy antiguos. Como gran apasionado que soy, no podía dejar pasar la oportunidad de acceder dentro y echar un vistazo. Estaba convencido que me encontraría con alguna publicación interesante. Quizás con alguna reliquia de esas que suelen pasar desapercibidas para los neófitos en el tema.

    Ya dentro del pequeño establecimiento, observé que el mostrador estaba vacío, y por mucho que llamé para que alguien me atendiera, no lo conseguí. Parecía que no había nadie. Mientras esperaba, recorrí la tienda, y cierto es que había muchos libros antiquísimos y seguramente muy valiosos, digo seguramente porque en ninguno de los que ojeé estaba el precio puesto. Por casualidad, mientras pasaba por uno de los pasillos de aquel establecimiento, vi una puerta entreabierta a la que tras pedir permiso de acceso y nadie contestarme, decidí profanar. Si los libros que hasta ahora había visto eran antiquísimos, los que ahora sorprendido estaba viendo debían de ser del neolítico a juzgar por lo deteriorada que estaban tanto sus pastas como sus hojas, apenas legibles.

   Cuando me iba a marchar de allí, uno de esos libros cayó por delante de mí, no sé de dónde. Estuve a un paso de dejarlo, pero algo me dijo que debía de cogerlo. A primera vista me pareció un libro de caballería. El casi inapreciable emblema que decoraba la pasta así parecía atestiguarlo y, echándole mucha imaginación, podría decir que parecía como un escudo de armas, pero no lo sé porque apenas era visible.

    Lo ojeé muy cuidadosamente porque las hojas no estaban para muchas manipulaciones. Estaba casi todo borroso, pero por lo poco que pude leer me pareció muy interesante. Salí con él de aquella pequeña habitación y esperé en uno de los mostradores a que alguien viniese para poder comprarlo y llevármelo. Nadie vino, y decidí llevármelo gratis. Tenía la intuición de que no me iba a arrepentir de leerlo.

    Cuando llegué a la habitación de mi hotel procedí a su cuidadosa limpieza, apareciendo por fin el título ante mí. Este libro se titulaba “Vladimir Drakulinski – La historia de un Vampiro”. Por mucho que seguí revisándolo, en ningún lado pude hallar el nombre del autor o de la autora.

    Impresionado me quedé cuando acabé con su lectura. Incluso creo que este libro no fue escrito por la capacidad inventiva de alguien, sino que estoy casi convencido que es un hecho verídico y, si no lo es en su totalidad, sí que muchas de los episodios que en él se cuentan pueden ser perfectamente reales. Por motivos que desconozco, este libro ha permanecido oculto ajeno al paso del tiempo, por eso, y ya que he sido tan afortunado de encontrarlo, o de que él me encontrase a mí, no quiero ser la única persona que tenga el privilegio de saber de él. Quiero compartirlo con todo aquel que tenga la curiosidad de leerlo, pues esta historia no sería justo que quedase en el olvido.

    Tardé mucho tiempo en desmenuzar todo lo que en él había. como dije, estaba en un estado muy deteriorado y había párrafos completos apenas legibles. Estaba escrito en un idioma que yo desconocía. Tuve que pedir ayuda a insignes entendidos amigos míos y que compartían mis inquietudes para que me ayudasen a desentrañar sus misterios. Creo que el trabajo que realizamos puede considerarse satisfactorio, y entre todos los que me ayudaron hemos vuelto a rescribirlo para que se pueda leer lo mejor posible.

    Espero y deseo que los medios justifiquen el fin, y todos puedan conocer a Vladimir Drakulinski y lo que fue su historia que, como dije, para mí criterio personal está basado en hecho reales.

 

I. La santa anunciación vampiresca

 

Dª Vladimira Petroskaya quedó en estado de buena esperanza, o embarazada, en una oscura noche de cuarto menguante en la más solitaria de las soledades, de una forma nada habitual. No fue fecundada como colofón al rito tradicional de hombre conoce a mujer; mujer conoce a hombre; hombre y mujer se atraen; pasan días meses o años, y comienzan a salir; hombre pide matrimonio a mujer; mujer al principio se hace de rogar para no dar la impresión de ser ligerilla de cascos; mujer por fin accede; hombre sufre un súbito subidón hormonal; mujer al ver esto se contagia hormonalmente hablando, y el hombre por fin dispersa la semillita en los adentros de la mujer. ¡No! ¡No fue así!. El embarazo de Dª Vladimira fue de sopetón. Dª Vladimira Petroskaya se encontraba plácidamente entre los ambos dos brazos de Morfeo, cuando entre nubosas brumas  apareció colgado boca debajo de un saliente de madera que había en el techo de la habitación, un ser alado de aspecto poco agraciado que con tempestuosa voz, le dijo:


     ― ¡Vladimira despierta!. Lo que estás viviendo no es una pesadilla. Yo soy real, y tengo algo que decirte. Esta es la santa anunciación vampiresca. Mañana no te acordarás de nada. Has sido la designada por mi señor para engendrar en la tierra a su más querido vástago, aunque entre tú y yo Vladimira, y que no salga de aquí, la verdad es que se lo quiere quitar de encima porque no puede hacer carrera de él, y ha pensado que viva aquí una vida o dos, o tres, vamos, las que hagan falta a ver si espabila y aprende lo dura que es la vida fuera de su protección paternal. Una vez que su hijo consiga esto, será el encargado de cicatrizar una vieja herida que aún hoy permanece latente en el vampírico corazón de su padre ―.

    ― ¡Vladimira!, mañana cuando despiertes estarás embarazada sin remisión ni marcha atrás. Siéntete orgullosa que mi señor te haya elegido precisamente a ti, y no a otra, para dar a luz a tan entrañable ser. ¡Vladimira!, me voy ya como alma que lleva el diablo. Hacía tiempo que no había cobrado vida y estoy desentrenado. Se me está bajando toda la sangre a la cabeza, y me estoy empezando a marear. Pero antes tengo que advertirte. Es trascendental y muy importante que nunca le digas a uno de la existencia del otro. Ahora no entenderás nada de lo que te digo. Todo a su debido tiempo, pero es vital que se den cuenta por ellos mismos de lo que en realidad son ―.

Dicho esto, las nubosas brumas volvieron, y a su amparo, este ser de tan poca agraciada fisonomía desapareció.

    Efectivamente así ocurrió, Vladimira comprobó que no fue un sueño cuando casi al octavo mes de aquella supuesta anunciación vampiresca “sufrió” el parto. Durante los siete meses anteriores, Vladimira creyó que padecía algún tipo de enfermedad que le ocasionaban esos malestares que sentía. En su abdomen apenas se notaban los síntomas del embarazo, con la salvedad que, a veces, y no con la asiduidad mensual, Vladimira manchaba, y nunca pensó que eso no fuese la menstruación. No había tenido en todo ese tiempo ningún tipo de relación sexual con ningún hombre, e impensable para ella suponer que esa fatiga que sentía, y esa debilidad que tenía pudieran deberse a que en sus entrañas llevase un ser vivo.

 

II. Nacimiento de Vladimir

 

Para nacer, nuestro pequeño Vladimir no se anduvo con miramientos de ningún tipo. Su madre terrestre ni siquiera tuvo que apretar. Vladimir fluyó a la primera contracción del vientre de su madre. Como el parto ocurrió por la noche, Vladimir vio por primera vez este mundo transformado en murcielaguito, y como tal, salió aleteando sin dificultad del vientre de su madre.

     La verdad es que Vladimir no mostró mucha habilidad en esa primera elevación. Su corto primer vuelo finalizó prematuramente al estrellarse contra el marco de la puerta del salón comedor. Vladimir rebotó contra el marco, y fue a parar encima del fregadero junto a unas alas de pollo que su madre había dejado en estado letárgico hasta poderlas preparar al día siguiente. Este primer incidente no fue el último, ya que su madre cuando se recuperó de tan efímero parto, y al tenerle un terror atroz a los murciélagos, salió detrás de él con un matamoscas a ver si le podía dar caza. Vladimir tuvo que hacer un uso rápido de su vampírico instinto, y tras pegar varios vuelos rasantes por toda la casa, se paró encima del armario. Con cara de enfadado por lo ajetreado de sus primeros momentos en este mundo le dijo a su madre:

    ― ¡Mami, stop eh!, suelta el matamoscas que soy hijo tuyo aunque no lo parezca con esta pinta. Espera a ver si soy capaz de tomar la forma humana para que veas que no miento.

    Algo le dijo a Vladimira que aquel murcielaguito pelón era sangre de su sangre,  y no se sabe por qué, le vino a la memoria el recuerdo de aquella aparición de hace ocho meses, y de algunas de las cosas que le dijo. Entonces lo comprendió. ¡Aquel murcielaguito sietemesino era su hijo!.

    Nuestro murcielaguito de nueva adquisición intentó por todos los medios tomar la apariencia humana, pero no había manera. Ya no sabía qué hacer. Subido encima del armario con las alas en jarra y con la cabecita agachada, daba paseos de un lado para otro por el borde del armario con claros gestos de preocupación. No entendía por qué no podía hacerlo. Algo fallaba. Por otra parte, el cansancio y el hambre que sentía su joven cuerpo le estaba pasando factura, y los primeros bostezos hicieron su aparición. La madre al ver lo cansado que se encontraba lo cogió con muchísima dulzura entre los pliegues de su mano y se dispuso a amamantarlo. Cuál fue su sorpresa y el dolor que sintió en seno derecho, cuando Vladimir en vez de succionar como hacen todos los bebés, clavó sus dos colmillitos y mordió la teta materna, un ¡Ay! de su madre, y un capirotazo de ésta sobre su cogote, le indicó a Vladimir que eso no eran formas de estrechar lazos entre madre e hijo, y que debía tratar el asunto con más delicadeza. Vladimir así lo hizo y cuando succionó la primera vez, le cambió el color sonrosado de la cara. Con un asqueroso  ― Puaggg, qué malo está esto mami ― Vladimir mostró su desacuerdo por esa alimentación tan rara. Su paladar no estaba preparado para eso, y sus genéticos recuerdos tampoco.

    Dª Vladimira le dio a probar muchos tipos de alimentos para ver cuáles eran de su agrado, fruta, yogures, Krispis de Kellocks, hasta que un inconfundible olorcillo se paseó por las fosas nasales de Vladimir. Era un aroma intenso que le hizo enfilar su carita hacía la procedencia del olorcillo en cuestión. Sus ojos se pusieron bizcos, y un intenso temblor invadió su pequeño cuerpecito. El mordisco infringido con sus pequeños colmillos a la teta materna había dejado escapar dos pequeños hilillos de sangre.

    Vladimir ya no podía aguantarlo más. La debilidad casi le impedía respirar. En un último esfuerzo logró adherirse nuevamente en tan agradable seno materno, y Dª Vladimira enseguida captó el mensaje. Aunque reacia al principio pues no era eso precisamente lo que ella suponía que era amamantar a su bebé, no le quedó más opción que ceder ante el alarmante estado de desnutrición de su pequeñín, en contrapartida, como la naturaleza es sabia y siempre da algo a cambio, la saliva de Vladimir estaba compuesta de un potente anestésico que impedía que sintiera cualquier tipo de dolor, a la vez que impedía que la herida coagulase. Vladimir no hizo un uso indebido de esa segunda cualidad de su saliva porque no quería enfrentarse a otro capirotazo de la madre, así que dejó que coagulase lo justo para simplemente saciar un poco su hambre.

    Dª Vladimira comenzó a sentir sensaciones agradables mientras Vladimir succionaba. Tampoco era para dar saltos de alegría, pero bueno, por lo menos no le dolía como aquel primer mordisco. Vladimir, al ser tan pequeñín, tardó muy poco tiempo en quedar satisfecho, pero aunque tenía pocas horas de vida terrenal, supo que no podía volver a alimentarse de la sangre de su madre. Cuando acabó, y después de apretar con sus alitas la mano de la madre en señal de agradecimiento, se quedó literalmente frito enganchado por sus garras boca abajo al dedo índice de su mamá. La mamá con mucha delicadeza, y tras sopesar los posibles lugares donde acomodarlo hasta ver qué pasaba, optó por introducirlo en la jaula en compañía de un canario cantor que tenía. Lentamente lo colgó en una de las barras transversales de la jaula y así fue como Vladimir pasó su primera noche, en éste, su nuevo mundo.

    A la mañana siguiente, Vladimir amaneció tumbado en el suelo en posición de decúbito supino y con un ligero hematoma en el lateral derecho de su cara. Esto posiblemente fue debido al trompazo que se pegó cuando debido a la pertinente transformación a persona humana, la jaula se le quedó pequeña. También notó un ligero cosquilleo en su axila derecha. Vladimir comprobó que su axila había sido utilizada cual mullido lecho durmiente por su compañero nocturno de jaula, el canario cantor.

 >> El motivo de no haberse podido transformar a voluntad en humano, era porque dependía del día para ello. Vladimir tampoco era un vampiro cualquiera. La luz del sol no le afectaba porque para eso era el hijo del jefe que se hizo carne para habitar entre nosotros. Vladimir no era el típico vampiro. No infundía ningún tipo de terror, al contrario, cuando su madre lo vio por primera vez en su forma humana se quedó prendada de él, y asombrada al mismo tiempo cuando le escuchó decir mami, pues aunque Vladimir era un bebé, tenía la facultad de poder hablar.

    Todo fueron entre ellos besos y arrumacos. Vladimir miró al seno materno pues tenía bastante hambre. Vladimir observó que su mamá tenía allí un hematoma succionador con dos pequeñas incisiones, y le preguntó el porqué de aquella herida en semejante parte. Dª Vladimira nada le dijo pues a la memoria le vinieron los recuerdos de las palabras de aquel poco agraciado ser en aquel solemne día de la santa anunciación.

 

III. La infancia de Vladimir

 

La niñez de nuestro pequeño murcielaguito fue muy delicada debido a su forzada abstinencia sanguínea. Vladimir fue víctima de una continuada y galopante anemia, pues aunque como humano se pegaba atracones de padre y muy señor mío, cuando la noche llegaba, su alado cuerpecito echaba en falta la ingesta de glóbulos rojos, blancos, plaquetas, y demás componentes existentes en la sangre.

    Vladimir a causa de esa debilidad nunca pudo emprender el vuelo debidamente, de hecho, en las claras noches de luna llena, su presencia en la zona solía pasar desapercibida. Siempre estaba solo. Sus  nocturnos congéneres juveniles sí podían volar, él no, él tenía que desplazarse de un lado para otro dando saltitos de tejado en tejado.

    Era víctima de las más humillantes y pesadas bromas que le dejaban hundido en la más profunda de las tristezas. Sus bromistas congéneres no podían entender que Vladimir era diferente a ellos, y que contaba con el agravante de no tener una madre murciélago que pudiera guiar sus pasos en esas largas horas en las cuales su apariencia humana desaparecía, además él, era un vampiro, y lo que veía cazar a sus semejantes no le hacía mucho tilín. Le repugnaba ver cómo comían toda clase de insectos.

    Un día, sentado en actitud meditabunda en el saliente de un tejado, Vladimir Drakulinski vio la luz. Pudo ver en la lejanía las luces destellantes de los rotativos de una ambulancia que se dirigía de urgencia al hospital, y para su sensible pituitaria no pasó desapercibido un ligero tufillo a ese ansiado y nutritivo líquido vampiresco. Vladimir se dejó simplemente llevar hacia donde lo llevó ese suculento aroma,  y donde también por fin pudo darse su primer atracón de glóbulos rojos, en concreto, del grupo cero negativo, la primera que halló en el banco de sangre del hospital.

 >> La lectura de esto último me hizo comprender que la historia de Vladimir no era tan antiquísima como yo pensaba. Si ya existían ambulancias, lógico era pensar de su contemporaneidad. Lo que no entendía entonces era porqué el libro estaba en ese estado tan deteriorado y lamentable, y sobre todo, por qué estaba en aquella tienda de antigüedades. Ese no debería ser su sitio. Llegué incluso a pensar que precisamente estaba allí para que yo lo encontrase y pudiese dar fe de todo.

    Nuestro pequeñín Drakulinski fue a aquel hospital noche sí y noche también. Siempre esperaba que el vigilante acabara la ronda para sutilmente acceder a la sala donde había un amplio abanico de sangres variopintas. Nuestro pequeñín tras probar todos los tipos de RH existentes, confirmó que su “caviar” pasaría a ser la sangre del grupo cero positivo. Las otras le resultaban poco sabrosas,  e incluso algunas le producían ardores.

    Poco a poco nuestro querido protagonista fue superando esa debilitante anemia para ir transformándose en un robusto vampiro, en comparación de los pequeños murciélagos de los que continuamente estaba rodeado. Ahora era la envidia de toda la sociedad alada del lugar. Animal y humano compartían un mismo espacio tiempo pero ninguno de los dos sabía que tenían otra vida. Vlade (así fue bautizado Vladimir en su etapa humana) era un hombre sin noche, y Vladimir era un vampiro sin día; eternamente unidos pero a la vez tan separados y tan diferentes. Lo cierto es que Vladimir poco a poco fue perdiendo todo contacto con sus recuerdos humanos. Ya ni reconocía a su madre como tal. La veía como a una humana más, y esto sumía en una profunda tristeza a Dª Vladimira. Pero ella sabía que nada podía hacer para remediarlo. Lo único que podía hacer era esperar y esperar.

 

IV. Vlade y Vladimir

 

Vlade era el prototipo perfecto de persona seria, responsable, y ligeramente encerrada en sí misma. Le gustaba tenerlo todo controlado. Nunca dejaba nada al azar ni a la improvisación. Era un tipo a quien la naturaleza había dotado de un físico espectacular, y de un coeficiente intelectual nada despreciable. En contrapartida, Vladimir era todo lo contrario. Vladimir era un vampiro de lo más cachondo que uno se pudiera encontrar. Despistado como él solo. Le iba la juerga vampiresca más que a un tonto un lápiz. Rara era la noche que no la liaba. Era un ligón de padre y muy señor mío, continuamente asediado por las sexys murciélagas de su entorno, y no porque fuese como vampiro nada espectacular para la raza vampiresca (como pasaba con su otro yo, Vlade, con la raza humana) que no lo era, sino porque el único vampiro era él, los demás eran simples murciélagos de bajo standing, y claro, pues la verdad es que las impresionaba.

    Mientras sus congéneres se pasaban toda la noche a la caza y captura de insectos, él, después de realizar su pertinente visita nocturna al banco de sangre, plácidamente se tumbaba en un habitáculo que se había agenciado en el tejado de una casa para pasar la noche. Siempre estaba acompañado de su harem. Vladimir tenía la sana costumbre de tras el preceptivo casquete nocturno, echar un pequeño coscorrón para recuperar energías y así poder continuar con su “estresante” noche. Esta manera de tomarse la vida dejaba completamente anonadadas a sus muchísimas concubinas, las cuales le mimaban y era siempre el centro de todas las atenciones habidas y por haber. En compensación a tanto mimo, él era el encargado de satisfacer sus deseos carnales vampirescos y cual “Cid Campeador”, defenderlas de cualquier peligro que las pudiera acosar.

    Vladimir Drakulinski cuando el alba despuntaba sobre el horizonte, siempre comenzaba a encontrarse somnoliento y cansado. Sin saber por qué, siempre era guiado por no se sabe qué fuerza superior, a una casa en concreto donde finalmente y tras nunca poder realizar la maniobra aleteadora para poder efectuar el aterrizaje en la litera de abajo, se acostaba en la litera de arriba, entrando inmediatamente en los acogedores brazos de un reactivador sueño tras lo cual volvía a la vida su otro yo, Vlade, que siempre se quedaba extrañado al no entender por qué siempre despertaba en la litera de arriba cuando él se acostaba en la de abajo. Se preguntaba si sería sonámbulo compulsivo.

 >>Se hace pertinente una pequeña aclaración. Se preguntarán como hice yo, que si uno se transforma en el otro, y cada uno vive su particular vida, ¿Cuándo duermen?. Vlade en teoría debería dormir por la noche pero no puede porque se transforma en nuestro vampirín preferido, y al contrario ídem de ídem, ¿Entonces?. La respuesta más lógica que pude encontrar, porque en el libro nada ponía al respecto, es que es una forma de dormir ligeramente atípica, como igual de atípicos son nuestros protagonistas. Las transformaciones no interrumpen el sueño de ninguno de los dos debido a que cada uno duerme mientras es el otro quien vive. Tienen su parte mental implementada en el otro. Esto resulta un poco raro y engorroso, pero hay que darse cuenta que no estamos hablando de un hijo normal venido de padres humanos, y quizás por esto se escape a nuestro entendimiento.

    Vlade despertaba placenteramente como si realmente hubiera estado toda la noche inmerso en un sueño reparador, preparándose para afrontar otro soleado día. Tras darle un cariñoso abrazo a su madre, partía hacia su trabajo. Vlade a base de mucho sacrificio consiguió sacar adelante la cátedra de historia. Una vez que aprobó unas durísimas oposiciones, fue contratado como profesor en la Universidad autónoma de Transilvania.

    Vlade era un profesor muy querido sobre todo por las féminas estudiantes que, embelesadas, no le quitaban sus lascivos ojos de encima mientras impartía las clases. Esta clase era la que más suspensos sacaba por parte del alumnado femenino de toda la universidad. También era la que más solicitudes para entrar a formar parte de ella tenía, y es que cuando el profesor Vlade hacía acto de presencia, todo eran suspiros anhelantes. Las pícaras miradas de reojillo entre las alumnas lo decían todo. Tanto es así, que las de la primera fila hacían poses no muy ortodoxos y académicos que digamos, abriendo ligeramente las piernas así como el que no quiere la cosa, para ver si el profesor Vlade echaba una furtiva miradilla hacia sálvese qué partes de ellas. Pero no, o por lo menos al profesor Vlade no se le notaba. Al profesor Vlade jamás se le pasaría por la cabeza semejante cosa. Eran sus alumnas y como tales las miraba. Él pensaba que eran ligeros despistes de adolescentes, y no le daba la más mínima importancia. Seguro, que si en vez de ser Vlade hubiese sido Vladimir otro gallo hubiera cantado. Menos mal que Vladimir permanecía en la más absoluta ignorancia de las actuaciones al respecto de su otro yo, porque se hubiese tirado de los pelos. Vladimir fijo que se hubiera cepillado a la mitad más una, y le hubiera importado un huevo que fueran sus alumnas o no.

    La rutina académica de Vlade cambió cuando cierto día la clase fue interrumpida por la directora del centro, la cual entró acompañada de una nueva alumna. Las dos fueron al encuentro de Vlade e hicieron las presentaciones de rigor. La nueva alumna fue presentada como Nadia. Vlade y Nadia se miraron y no hizo falta que hablaran, sus ojos se lo dijeron todo. Vlade sintió que la conocía de toda la vida aunque nunca antes se habían visto. En los ojos de ella vio cómo él tampoco le era indiferente, es más, creyó ver que Nadia también había tenido ese fugaz pensamiento.

    En la Universidad todo eran comentarios sobre el profesor de historia Sr. Vlade. No se le conocía acompañante femenina, y tampoco se le veía salir a divertirse por las noches. Nadie lo entendía. Era joven, guapo, inteligente, y podría tener a la chica que hubiera querido. Las lenguas viperinas y envidiosas dejaron correr el malintencionado rumor de que Vlade era homosexual. Impensable inclinación sexual para la época en la que se encontraban. Cómo iban a saber que por la noches Vlade no existía, y que por el día pagaba caro los excesos sexuales nocturnos de Vladimir con un desinterés total por las mujeres. Vladimir era la parte dominante en esta extraña simbiosis vampiresca. Vlade siempre iba a remolque de lo que a su otro yo le ocurriera en su deambular nocturno, incluso en su cuerpo, a veces, podían observarse señales inequívocas de estas andanzas.

    Nada de esto era ajeno a la paternal mirada de Drácula, el padre de Vladimir. Él permanecía como mero observador por si en algún momento se hiciese imprescindible su intervención. De momento sus planes fallaban. Vladimir seguía igual que siempre. Seguía sin importarle nada. Solo en el mundo y quizás por esto, él iba a su bola. Era igual de rebelde que siempre, pero Drácula tenía la certeza que llegaría el día en el que Vladimir alcanzaría la madurez necesaria para poder llevar a cabo la misión para la que había sido enviado a la tierra,  y por la que el solitario Conde Drácula pudiera por fin terminar de pagar una culpa que le atormentaba desde toda la eternidad. Para ello necesitaba la estimable ayuda de su pasota vástago Vladimir Drakulinski, y donde el amor tendría muchas cosas que contar.

    El tiempo fue pasando y las cosas se complicaron para Vladimir Drakulinski. Una noche como otras tantas en la que iba a por su hematóloga ración diaria, al llegar al hospital y cuando se disponía a aterrizar como siempre fatal, se dio de bruces con un cartel informativo que estaba colocado en la entrada y que decía textualmente:

    ― Cerrado por defunción de todos los enfermos y personal sanitario, debido a una epidemia de tuberculosis que no se sabe por qué contrajeron. Se recomienda a todo el personal al que se le hayan practicado transfusiones, o que por otra causa hayan estado en contacto con la sangre de aquí, acudan urgentemente al hospital más cercano para que les sean realizados estudios exhaustivos por si han contraído la temible enfermedad. No hace falta volante del médico de familia, y tendrán preferencia los que al toser observen que arrancan de sus adentros sustancias sanguinolentas―.

    ― Para acabar quisiera decir un par de cosas. Una, que soy el vigilante del hospital, y que si alguien está leyendo esto ya la habré cascado. Dos, que el ratón ese enorme con alas que todas las noches esperaba que empezara la ronda para entrar al banco de sangre, que no se crea que me la pegaba, incluso dormido me hubiera dado cuenta de su presencia. Era imposible que pasara desapercibido. Hacía un montón de ruido al golpearse con todas las paredes que había entre la entrada del hospital y la puerta del banco de sangre, pero me hice el despistado porque la sangre no era mía, y para lo que me pagaban, tampoco tenía mucha ilusión en salir detrás de él a escobazos ―.

    Vladimir Drakulinski se quedó petrificado tras la lectura de ese aviso tan conciso y a la vez tan significativo. ¿Habría contraído él la pulmonar enfermedad?. Preocupantes dudas se apoderaron de él. Con un temor nada afín a su ilustre cuna, a Vladimir no le quedaba más remedio que efectuarse a sí mismo la prueba que había leído en el aviso del hospital. Tenía que producirse un tosido propio para ver qué era lo que arrancaba. Vladimir alzó el vuelo y se encaramó sobre las ramas de un árbol. Supuso que allí correrían aires más saludables. Cuando estuvo preparado y concentrado, hizo el primer intento. Titubeante dejó escapar un casi imperceptible egg….eggg….del cual no fue capaz de arrancar nada, lo único que produjo este leve intento en su garganta fueron cosquillas vampirescas, pero esto le sirvió de entrenamiento y para adquirir auto confianza, y sí, a la segunda fue la vencida, Vladimir inundó de aire sin ningún miedo sus pulmones, y ante el estruendo del tosido, miles de avecillas nocturnas salieron de estampida. Vladimir casi echó el bofe por la boca. Ahora sólo era cuestión de comprobar el resultado.

    Vladimir se dio la vuelta para que nadie lo pudiera ver, y dejó escapar aquel producto de sus adentros en su mano derecha. ¡Horror! ¡Había echado sangre a mansalva!. Todos los pelos de su cuerpo, incluidas las alas, se pusieron como escarpias. Debido a la impresión, súbitamente el alerón derecho le golpeó en los morros, y al no estar bien sujeto a la rama perdió el equilibrio y cayó en barrena sobre el suelo del bosque de coníferas. El impacto fue demoledor. Vladimir estuvo dos horas y media inconsciente a merced de cualquier alimaña que pudiera coincidir con él en tiempo y lugar. Nuestro vampirín tuvo muchísima fortuna, y ésta se alió con él porque la única alimaña que pasó por allí lo confundió con un geyper man alado, y no le prestó la más mínima atención, aparte de que esta alimaña en concreto, padecía sinusitis y vista cansada debido a la edad. Los sentidos del olfato y de la vista los tenía ligeramente jodidos.

 

V. Vlade y Nadia

 

Vladimir esa noche no pudo regresar a su litera de arriba pues el día le sorprendió inconsciente. El lugar de nuestro vampiro preferido ya había sido ocupado por Vlade, el cual no daba crédito a lo que veía. ¿Cómo había llegado él allí en aquellas condiciones? ¡Estaba en bolas!. En su fuero interno la idea de su supuesto sonambulismo cada vez se hacía más patente. ¡Pero algo le pasaba! ¡No se encontraba bien!. Se notaba cansado. Tenía un terrible dolor de cabeza y una carraspera en la garganta digna de record Guiness. Tenía una extraña sensación. Sentía que había estado inmerso en un sueño, pero no uno como otros tantos, no, este sueño tenía algo diferente, era demasiado real para ser simplemente eso. Como pudo llegó a casa. Desayunó sin mucho apetito, y tras darle un abrazo a su querida madre se dirigió a la universidad como habitualmente hacía todos los días. Antes se pasó por el kiosco que había enfrente y compró el periódico. Observó que en el "New Transilvania Times" en enormes titulares decía:

    — “Tragedy in The Hospital Center of Transilvaniski”. Una epidemia de tuberculosis ha acabado con la vida de todos los enfermos y personal sanitario. Dicho hospital estuvo secretamente en cuarentena durante cinco años y medio, por lo que no se cree que nadie del exterior haya contraído la fatídica enfermedad

    ¡Vlade no podía creerlo! ¡Él ya lo sabía porque su sueño se lo había revelado!. Entonces no se sabe a ciencia cierta porqué le vino a su memoria la imagen de un vampiro cayendo de un árbol estampándose contra el suelo. ¿Qué papel jugaba ese vampiro en sus recuerdos?. Meditabundo y cabizbajo se dirigió a su aula para impartir las preceptivas enseñanzas históricas. Las alumnas notaron enseguida que su admirado y deseado profesor no era el mismo de todos los días. Tenía continuas lagunas mentales mientras iba desarrollando los temas preparados. Su aspecto físico, que era en lo que ellas más se fijaban, dejaba también mucho que desear; ojeras como pianos acompañaban como amigos inseparables a sus ojos, pero sobre todo lo que más preocupó al alumnado femenino era esa actitud de agotamiento tan bestial del que hacía gala. Nadia, la alumna nueva, se levantó de su pupitre y fue al encuentro del profesor Vlade, éste, levantó la cabeza, y dejando escapar una tímida sonrisa le preguntó qué era lo que quería. La nueva alumna alentó al profesor con sus dulces palabras. Nadie pudo escuchar la conversación entre ambos. Sólo pudieron observar que se fueron juntos cuando el profesor Vlade dio por finalizado aquel día la clase.

    Nadia convenció a Vlade que debería ir a algún hospital para que le hiciesen pruebas y saber cuál era el motivo de aquel cambio tan repentino de salud. Ella gustosamente le acompañaría. Como en aquella comunidad autónoma no había más hospital que el que había cerrado por defunción de toda persona viva, decidieron desplazarse a la comunidad autónoma contigua a la suya donde pudiesen dar con el problema de salud que le afectaba.

    Entretanto Nadia, mientras esperaba en sala de espera, no podía dejar de pensar en Vlade. Algo en Vlade le decía que tenían muchas más cosas en común de lo que pensaban. Su instinto le decía que Vlade era la persona que había estado buscando toda su vida, y que por fin había encontrado.

    Vlade por fin salió, y encontrándose a la espera de conocer los resultados del concienzudo estudio que le hicieron, llamó a Nadia para que estuviera con él en esos momentos tan importantes.

    El eminente bacteriólogo Dr. Virulenski, tras estudiar detenidamente todas las pruebas realizadas y pedirle a Nadia que los dejara solos, le comunicó a Vlade que padecía una rara enfermedad en su sangre. Enfermedad que él no entendía porque su sangre no era de grupo conocido alguno, aparte de ser víctima de un agotamiento físico de órdago. También le dijo que debería dejar el tabaco ya que tenía los pulmones algo afectados y oscurecidos. Vlade le respondió que eso era imposible. Él llevaba una vida de lo más sana y sin ningún tipo de excesos. Nunca había fumado, pero a Vlade lo que más le preocupó fue el problema con su sangre y le preguntó al Dr. sobre ello. El Dr. Virulenski le respondió que no podía decirle nada más porque su ignorancia sobre esa dolencia era total. Simplemente le aconsejó que intentara cuidarse lo máximo posible, a la espera de acontecimientos para ver la evolución de su mal. Ya luego decidirían qué hacer y dónde, cosa que el doctor no tenía ni la más remota idea para poder tratarle sobre ese tipo de sangre desconocida, y esa anemia galopante que padecía.

    Vlade salió de la consulta muy preocupado y cariacontecido. Preocupación que no pasó desapercibida para Nadia. Vlade no quiso decirle la verdad sobre la conversación que sostuvo con el médico, y simplemente le dijo que estaba bajo de defensas, y que debía de cuidarse. Vlade y Nadia salieron juntos de aquel hospital y se dirigieron a casa de ella donde tras una cariñosa despedida decidieron que quedarían para otro día. Vlade con un lento caminar y meditabundo llegó a casa. Esa noche no quiso cenar. Sólo quería acostarse en su litera de abajo y dormirse para no tener que pensar.

    La noche llegó y con ella nuestro Vladimir. También al igual que Vlade, Vladimir esa noche se sentía algo extraño. Sus vivencias de la noche anterior volvieron a tomar forma en su vampírica memoria. Esa noche no alzó el vuelo. Por algún motivo no quería abandonar la casa, sólo dio un saltito y se quedó sentado en el marco de la ventana dirigiendo su mirada al cielo. Vladimir observó sorprendido como una nubosa bruma apareció de la nada ante él, y cómo de entre esa bruma asomó un ser muy parecido a él, aunque eso sí, bastante más grande. Era el lugarteniente del jefe, el cual le dijo a Vladimir:

Lugarteniente - ¡Vladimir! ¿Qué te pasa hombre, quiero decir...Vampiro?

Vladimir -  ¿Tú quién eres y por qué sabes que me pasa algo?

>>Vladimir en otras circunstancias se hubiera pegado un susto de mírame y no me toques, pero esa noche ni cayo en eso, estaba con la moral por los suelos.

Lugarteniente - No seas preguntón Vladimir y contéstame.

Vladimir - ¡Pues qué me va a pasar!. Creo que tengo tuberculosis y estoy muy acojonado. Anoche cuando tosí aposta, vi que escupí sangre, principal y claro síntoma de que tengo esa enfermedad.

    >>El lugarteniente, a sabiendas que podría cagarla si su jefe se enteraba que iba a ayudar a Vladimir, le volvió a decir:

Lugarteniente - Vamos a ver Vladimir. Soy tu vampiro de la guarda (tampoco quería que Vladimir atara cabos y recordara quién era realmente). Cómo cojones no vas a tener sangre dentro de ti mismo si eres un vampiro. No querrás tener gelatina de fresa. Pues claro que tienes sangre como todos los de tu estirpe, pero te puedo asegurar que tuberculosis no, así que venga y espabila ¡eh!

     >>Para demostrárselo, el lugarteniente del jefe hizo exactamente lo mismo que Vladimir, y tosió aposta mostrándole luego el resultado. Nuestro vampirín preferido, muy alegre todo él, comprobó que le había pasado lo mismo, y se quedó muchísimo más tranquilo.

    Tras darle las gracias a aquel poco agraciado y alado ser, las brumas volvieron como siempre, y antes de partir este ser le dijo:

Lugarteniente -  Vladimir, que esto no caiga en saco roto que me la estoy jugando por ti.

    >>Dicho esto, la nubosa bruma desapareció, y el "vampiro de la guarda" se esfumó con ella.

    Para Vladimir Drakulinski esas palabras fueron como cantos de dioses vampirescos caídas del cielo, porque de un plumazo desaparecieron todos los síntomas tuberculosos que creía padecer. Sin pensárselo dos veces, sólo lo pensó una y algo, cogió carrerilla y despegó como siempre fatal. Cuando se dirigía a una dirección concreta frenó bruscamente en seco en el aire pues recordó que su sustento diario ya no se encontraba allí ¡Joder!, dijo ligeramente enfadado, ¿Ahora cómo me la maravillaría yo?. Dándole vueltas y más vueltas a la cabeza, y visto que el hambre que sentía se estaba haciendo fuerte dentro de su ser, no tuvo más remedio que ponerse a observar cómo sus inferiores congéneres seguían buscándose la vida cazando insectos. Él quiso probar. A lo mejor aquellos bichos no estaban tan repugnantemente malos, y el caso era subsistir como fuera. Su supervivencia estomacal mandaba, y no veía que le fuera a resultar tan difícil cazar algo que llevarse a la boca. Él era el más grande, y si aquellos jodidos pequeñajos podían hacerlo, él también podría.

    Con aires de suficiencia, y sabiendo que era el blanco de las miradas de su harem murcielaguil, que nunca lo habían visto cazar porque nunca tuvo la necesidad de hacerlo, se dispuso a dar muestra de su habilidad. Previa observación de las tácticas de caza de sus súbditos, y de hacer un intenso estudio de su entorno, su primera víctima hizo aparición. Era una polilla dominguera de aceptables dimensiones, y con una cara de mala ostia que para qué las prisas. Vladimir no se lo pensó. Tampoco era lo suyo, y se lanzó sobre ella. La astuta polilla, al ver la habilidad para despegar de su oponente, no pudo hacer otra cosa que troncharse de la risa. El orgullo de nuestro vampirete estaba quedando en entredicho. Vladimir bastante enfadado le dijo: ¡Con que esas tenemos eh! ¡Ahora verás!

    Haciendo uso de su innato sentido de radar, enfocó a la polilla dominguera, y atacó nuevamente con mucha más convicción si cabe, pero Vladimir no cayó en la cuenta que pocas veces le había hecho falta su uso y disfrute, y su innato radar andaba ligeramente desajustado por falta de práctica. La polilla dominguera le hizo un dribling en el último momento, el cual consiguió que Vladimir errara en el ataque. Vladimir tampoco se había percatado que detrás de la polilla había un edificio de cinco pisos con ático incluido. No le dio tiempo a evitarlo, y sin remisión se estampó contra él. El harem murcielaguil al ver semejante demostración de audacia no pudo por más que al unísono carcajearse de Vladimir Drakulinski sin ningún tipo de recato ni moderación. Sus congéneres de bajo rango hicieron una parada en su frenética caza, y todos, como si de una película de humor se tratara, se sentaron en primera fila para ver in situ en acción a quien tantas veces les había menospreciado, y por supuesto, ni que decir tiene, descojonarse de él con frases tales como: —Vladiiii jajaja, si no has sido capaz de cazar a ese polillón ¿cuando lleguen los mosquitos qué vas a hacer?? Jajajajaja —  o  — Vladiiiii jajajaja noooo, que eso es una bellota, que no es una libélula jajajaja —

    El cachondeo que se formó allí fue tremendo. Seres alados de todas las latitudes llegaron allí para comprobar por sí mismos semejante acontecimiento.

    Nuestro vampirín preferido lo único que pudo cazar en tres horas que estuvo dale que te pego, fue una cagada de una golondrina que le sobrevoló. El ridículo que hizo fue espantoso, y su estatus social en aquella comunidad había caído en picado por muchos cortes de mangas que les hiciera. Vladimir desistió. Ya las fuerzas le fallaban, y los calambres empezaron a hacer acto de aparición en sus alas impidiéndole volar. Pero algo tenía que hacer, a él lo que realmente le gustaba era la sangre, pero a ver de dónde narices la sacaba. Como no podía volar por el cansancio acumulado, Vladimir bajó reptando por la pared del edificio donde se encontraba, y una vez en el suelo comenzó a dar paseítos de un lado para otro con la cabeza agachada y las garras asidas por detrás. Estaba intentando pensar. Tan absorto estaba en sus pensamientos que, sin darse cuenta, fue a dar con sus huesos a una granja avícola que se hallaba por los alrededores.  Como un furtivo ladrón escurridizo, y después de esquivar en varias ocasiones las patadas que le lanzaban las vacas que allí había, fue a parar a una zona bastante más esperanzadora para sus fines comestibles. Nunca había visto a esos animales con cresta, pero al igual que cuando la ambulancia, también aquí comenzó a oler ese tufillo que sin duda le indicaba que allí había sangre por algún lado ¿Pero dónde?, no veía ninguna bolsa esterilizada por allí, y él no conocía otros recipientes que pudieran contener su preciado suero de la vida.

Vladimir haciendo uso de su aguda vista nocturna, que antes utilizaba para otros menesteres más lúdicos, vio cómo del lomo plumífero de un animal de aquellos, brotaba un reguerillo rojo. Los ojos le empezaron a hacer chiribitas nuevamente porque ahí es donde estaba su tan deseado manjar. Ni corto ni perezoso se subió al palo de ese gallinero, y se colocó al lado del animal aquel. Le pareció inmenso. La estrategia que pensó de momento fue hacerse el despistado allí a su lado para actuar cuando aquella mole se durmiera. Para conseguirlo no se le ocurrió otra cosa que ponerse a silbar la canción de la gallina Turuleta. Iba bien para la ocasión. Al rato, y casi cuando el que se estaba quedando dormido era él, miró, y vio que aquella mole por fin cerraba los ojos.

 ¡Ahora es la mía!, dijo para sus adentros. Se acercó con cautela a aquellas enormes patas, y clavó sus colmillos con gran gula, pero se había precipitado, como nunca había hecho eso, no sabía que debía hacerlo poco a poco para dar tiempo a que el anestésico y el anticoagulante que tenía su saliva surtiera efecto, así su víctima no sentiría dolor por tan tremenda incisión. La mala suerte de Vladimir fue que aparte de que la dosis de sangre que consiguió succionar no le había quitado para nada el hambre porque la sangre se coaguló al primer chupetón, don gallo, que era el semental del gallinero, se despertase al sentir el súbito mordisco de Vladimir Drakulinski :

¡Eh!  ¿Qué ha sido eso?

Esto pensó la mole con cresta al no haber sentido nunca esa dolorosa sensación. El gallo en cuestión miró para abajo y pilló in fraganti a Vladimir. Éste, al verse sorprendido, miró para arriba hasta donde casi su mirada se perdía, y con cara de yo no he sido, y sonriendo lastimeramente le dijo:

¡Perdón! creí que las patas no eran suyas. Como tiene la cabeza tan arriba, creí que iban aparte, perdón, perdón

    Vladimir, aprovechando esos momentos de indecisión del gallo ante el coraje que le demostró, y la poca energía que logró reunir con ese escueto aperitivo sanguíneo, alzó con gran potencia nuevamente el vuelo. Si en condiciones normales siempre que despegaba tenía serios problemas, ahora ese ímpetu hizo que atravesara la pared de madera de aquel gallinero como si tal cosa. Para su sorpresa no le dolió nada. El terror que le produjo aquella cabeza con cresta pudo más que otro golpe más de los tantos que se pegaba en sus nocturnos vuelos. Pero esta experiencia le había enseñado los lugares donde a partir de ahora podía encontrar la sangre que tanto necesitaba. Ya nadie se volvería a reír de él. Vladimir sabía que él no era como esos murcielaguillos, y también tenía muy claro que tendría que buscarse otro lugar a donde ir, y donde nadie supiera nada sobre él.

    Después de esta gran victoria, Vladimir revoloteó sobre el cielo transilvánico ejecutando infinidad de arriesgadas piruetas. Se sentía capaz de hacer cualquier cosa tras haberse enfrentado con tanto éxito al gallo aquel. También se permitió el lujo de hacerle una pedorreta a la polilla dominguera que tanto se descojonó de él, y que se encontró nuevamente por casualidad. La persiguió detallándole toda la gama de improperios vampirescos que tenía estudiados. La polilla, ajena a esta nueva gilipollez del pesado del vampiro, siguió su camino como si tal cosa.

    Vladimir en esta ocasión, en vez de salir a toda leche en dirección a la casa antes de que el amanecer lo sorprendiera como siempre hacía, se fue una hora antes y relajadamente en su litera de arriba esperó esa dulce sensación de dejadez que le llevaba a no sabía qué parte.

    Vlade como cada día despertó, y su primer pensamiento fue para Nadia y lo bien que se había portado con él. Presurosamente se vistió. Tenía unas ganas enormes de volver a encontrarse con ella. Nunca había sentido tanta atracción por una mujer y, por supuesto, no estaba dispuesto a dejarla escapar. Vlade llegó a la clase y allí estaba. Los dos volvieron a mirarse, y los dos dejaron escapar una ligera sonrisa de complicidad. Lo del día anterior no fue por mera casualidad. Entre ellos había nacido algo maravilloso. Era como si hubieran estado enamorados toda la vida, y los dos estaban deseando que la clase concluyese para poder estar juntos.

    Nadia esperó a Vlade en un lugar fuera de posibles miradas indiscretas. seguían siendo profesor y alumna, y de momento, el inicio de su relación debía permanecer en el más absoluto secreto. Vlade y Nadia se fueron juntos a un lugar apartado donde estuvieron hablando horas y horas. Se lo contaron todo sin ningún tipo de reservas abriendo sus corazones de par en par. En sus vidas había muchas coincidencias inclusive en las nulas relaciones de ambos con personas del otro sexo, y la también inexistente vida nocturna, pero los dos voluntariamente omitieron comentar nada más sobre ello, Vlade por ignorancia, y Nadia por miedo a perder lo que durante tanto tiempo había ansiado encontrar y ahora tenía. Entonces entre ellos lo inevitable ocurrió. Dejándose llevar por el momento dieron rienda suelta a sus más ocultos deseos, y tras un titubeante y tímido beso entraron en un sin fin de caricias y abrazos, para acabar haciendo frenéticamente el amor.

    Vlade, tras acompañar a Nadia y despedir ese maravilloso día, no volvió a su casa como siempre, prefirió dar un paseo al amparo de ese cielo estrellado que había sido testigo de tanto cariño. Vlade ascendió una pequeña colina desde la cual se divisaba la solitaria e iluminada ciudad. Ensimismado y absorto en sus pensamientos se quedó plácidamente dormido. Al instante siguiente, un bulto enfurruñado corría para arriba y para abajo intentando salir de entre tanta ropa sin encontrar la forma de hacerlo. Se había quedado encerrado dentro de los slips de cuello alto que Vlade llevaba puestos, y se estaba empezando a atufar pues aunque Vlade era una persona muy pulcra, después de tanto ajetreo sexual, la cosa no estaba como para respirar naturaleza que digamos. Vladimir entre ¡Cachis en diez! y diversos ¡Mecagoentoloquesemenea!, haciendo un último y supino esfuerzo logró salir por la bragueta del pantalón, no sin antes mantener una dura lucha con los botones de ésta. Tras unos breves momentos que se tomó para llenar sus pulmoncillos vampirescos de aire puro natural y nocturno, voló y voló en pos de la conquista de nuevos territorios donde nunca hubieran oído hablar de él.

VI. Natasha

Sin saber cómo (lo contrario hubiese sido inaudito), Vladimir llegó a un lugar donde antes nunca había estado. Era un bosque que helaba la sangre y no para su conservación y posterior degustación, sino por lo tétrico que resultaba. Así se quedó Vladimir, helado hasta tal punto que un ala se le encogió de tal manera que se iba manteniendo a duras penas firme en el aire. Veía sombras terroríficas por todos sitios. Hasta los árboles le parecían monstruosas formas dispuestas a acabar con él. Con un tembleque que hasta los pensamientos le tiritaban, Vladimir pudo refugiarse en un nido donde la compañía de tres polluelos de indefensos aguiluchos le tranquilizó. Vladimir se pegó a ellos como una lapa. Pensó que si era verdad eso de que la unión hacía la fuerza, quedarse allí era su mejor opción, mejor dicho, su única opción.

    Cuando los tiritones se le pasaron y pudo pensar con claridad, cayó en la cuenta que su integridad física corría serio peligro si la progenitora de dichos compañeros de fatigas llegaba, así que ya más sereno y previa comprobación de que su acojonado alerón volvía a dejarse dominar por él, abandonó aquel lúgubre e inhóspito bosque como si le hubieran puesto un cartucho de dinamita en su real trasero. La noche no empezaba nada bien. Pensó que quizás no era buena idea haber abandonado su anterior hábitat por muchas humillaciones que hubiese tenido que soportar. Todo le resultaba tan extraño… pero ya no había marcha atrás. A lo hecho pecho. Esta dura prueba que la vida le estaba obligando a pasar no le amilanaría.

    Vladimír puso rumbo a su más que incierto futuro. Debía hacerse un hueco en este mundo cruel, y encontrar lo antes posible otro nuevo hogar. Se prometió a sí mismo solemnemente que jamás volvería a hacer el espantoso ridículo que le obligó a abandonar su tan alto estatus social dentro de aquel clan vampiromurcielaguil. Como llevado en volandas, y como si el destino quisiera entrar a formar parte activa de su vida, nuestro vampirín preferido llegó a un lugar y frenó en seco su vuelo. ese lugar le inspiraba confianza. Como era habitual en él, antes de terminar de frenar del todo, se estampó contra una rama que un inoportuno árbol había osado poner en su camino. Esto fue realmente lo que le frenó. Cuando se recuperó del fuerte golpe, se puso a inspeccionar visualmente aquel nuevo hábitat. La primera impresión fue bastante reconfortante para él. Aquel lugar era lo que estaba buscando. Un lugar en el que su presencia pasaría totalmente inadvertida para el resto de la fauna animal que allí habitaba. Muchos de aquellos animales ya los había visto alguna vez, y no se sentía para nada en tierra extraña.

    Después de escuetos minutos de metódica observación, y de sacar sus propias conclusiones sobre todo lo que estaba viendo (que por cierto no sacó ninguna conclusión, para qué) Vladimir vio fugazmente cómo una alada silueta de sugerentes formas sobrevoló su cabeza. Ésta hizo que ante sus ambos dos ojos desapareciera brevemente la magnética visión de la luna llena — ¡Joder, qué ha sido eso! — se preguntó. No se podía quedar así sin hacer nada, además, el rebufo de aquella alada silueta que había sobrevolado su cabeza, le había acelerado sus latidos cardiacos, y le había hecho sentir cardíacas sensaciones que hasta ese momento jamás había sentido en sus adentros corpóreos. Por un aromático tufillo característico que dejó tras su paso, y que a un vampiro que se precie no se le escapa, Vladimir tuvo claro que se trataba de una hembra, aunque no sabía de qué especie.

    Dejándose llevar por su sentido más desarrollado, que no era otro que el de la orientación, Vladimir se dirigió justo en dirección contraria hacia donde debería de haber ido para descubrir qué era aquella silueta alada. Cuando quiso percatarse de su nuevo error, de aquella sombra alada sólo quedaba eso, la sombra. Él, alguna vez sin saber dónde, había escuchado que preguntando siempre se llegaba a Roma, y eso pretendió hacer aunque poco después desechase esta idea. ¿Para qué iba a preguntar por dónde se iba a Roma?. A él que más le daba eso. Debía preguntar qué o quién era aquello que vio. Eso intentó hacer pero ni Dios le entendió porque la fauna aquella hablaba Transilvánico cerrado. Vladimir lo intentó de todas las formas posibles, ¿Espikininglis?, ¿Parles vous francés?, ¿Parláre italiano?. Nada, la única respuesta que encontraba eran caras de estupefacción e incredulidad por doquier hasta que por fin a sus oídos llegaron sendos pssssss,,,psssss. Dichos dos sonidos onomatopéyicos procedían de un viejo búho real que se encontraba encima de un árbol, y que en su juventud había estado de vacaciones en la tierra donde Vladimir había nacido.

Búho Real -  ¡Vampiro!, ¿Qué te ocurre?

Vladimir - Pues mira...., es que soy un recién llegado, y mientras estaba observando este lugar he visto pasar algo que no sé muy bien lo que era, pero la verdad es que me ha causado un impacto tremendo. Era una silueta alada, y digo yo que esa silueta sería de alguien ¿Tú sabes algo?

>>El búho real, que por cierto era el cotillo del lugar asintió con la cabeza.

Búho Real - ¡Claro que lo sé!. He sido espectador ocasional de lo que me cuentas. Se trata de Natasha la vampiresa.

Vladimir - ¿Vampiresa?.

>> Vladimir no daba crédito a lo que había escuchado. Nunca había visto ninguna. El nombrecito que le dijo el búho real le puso los pelos, y lo que no son los pelos de punta. ¡Natashaaa!. Vladimir no voló, literalmente flotó. No le hicieron falta ni sus alerones para ascender ingrávido casi hasta los cielos. Fue la primera vez que mostró una sublime elegancia en su vuelo. Parecía un bailarín de claque dominando los más variados estilos de vuelos vampirescos. Con premura e inquietud preguntó al búho real dónde la podría encontrar.

Vladimir - ¿Dónde puedo encontrarla?

>>Conrado, que así se llamaba el búho real, le dijo.

Conrado – No lo sé Vampiro. Nadie sabe nada sobre ella. Natasha se deja ver por aquí muy de tarde en tarde. Todo lo que rodea a la solitaria y enigmática Natasha es un completo misterio para toda la comunidad. Lo que sí te puedo decir es que no lo vas a tener nada fácil para dar con ella.

>>Vladimir no se desanimó ante el varapalo dialéctico del búho, al contrario, nuestro vampirín preferido que si algo era, era cabezón, se juró a si mismo que daría con ella pasase el tiempo que pasase, aunque tuviera que remover cielo y tierra la encontraría. Tenía toda una vida para hacerlo. Sólo había un pequeño inconveniente. ¿Por dónde narices empezar su búsqueda?. El tiempo se le estaba echando encima, y ya empezaba a notar los primeros síntomas inequívocos de que el día estaba empezaba a dar sus primeros coletazos, y debía volver a su litera de arriba. Vlade estaba comenzando a llamar insistentemente a la puerta de su subconsciente. 


>>Vladimir se despidió del búho cotillo, no sin antes cerciorarse de que lo encontraría allí la próxima vez. Vladimir se dio cuenta de que era un aliado idóneo para sus pretensiones debido al tan desarrollado sentido del cotilleo del que hacía gala, y podía sacarle muchísima información.


    Vladimir alzó el vuelo y partió de allí a meteórica velocidad. Se durmió esa mañana pensando en esa silueta alada de la cual se había quedado prendado. Pensaba que si aquella silueta sin propietaria visible le había acelerado el ritmo cardiaco cuan caballo desbocado, cuando conociera a la inquilina de esa silueta ¿Qué le ocurriría? Con una sonrisilla maliciosa se acurrucó en brazos de Morfeo, y la transformación en Vlade se produjo de inmediato como todos los días y fiestas de guardar.

VII. Vlade y el psicoanálisis

Vlade despertó pero cada vez los recuerdos de las noches vividas por Vladimir eran más reales e intensos. Sentía que no era el único dueño de su vida. Tenía claro que algo le ocurría. Después de desperezarse y desayunar, Vlade pensó que iría a hablar con el rector para pedirle que le sustituyeran ese día. Le debían un día de asuntos propios, y su intención era aprovecharlo para averiguar qué le pasaba. La única manera que creyó que sería la ideal, era acudir a la consulta de un afamado psiquiatra de la ciudad que se anunciaba en las páginas de contactos. No se habían inventado todavía las páginas amarillas; y en algún sitio se tenía que anunciar el buen señor. Iría y le contaría su problema. Quería desechar cualquier idea de una posible enfermedad psicosomática. Vlade acudió a la consulta particular del Dr. Freudoski.


>>El Dr. Freudoski era una eminencia en el campo del Psicoanálisis. Había resuelto satisfactoriamente multitud de difíciles casos de esquizofrenia, psicosis obsesivas, y demás disfunciones psíquicas, vamos, que los había resuelto satisfactoriamente para su gusto, porque para los enfermos que padecían esas enfermedades mentales, la verdad es que a raíz de acabar la terapia del doctor, su vida sexual quedaba destruida completamente para siempre. Este afamado doctor parece ser que era muy dado a relacionar cualquier tipo de enfermedad mental con disfunciones o problemas sexuales. 

    Hubo un caso muy famoso que pasó a los anales de la historia de la psiquiatría, y que aún hoy después de tantísimo tiempo sigue siendo punto de referencia para los nuevos valores de la psiquiatría actual. Este caso fue conocido coloquialmente como el caso de la “pandereta carnívora”, y así consta en hoja que venia suelta acompañando a la página, y que trascribo textualmente.

>>Un paciente, una noche sí y la otra también, tenía fuertes y terroríficas pesadillas. En navidad, unas grandes manos sacaban de un baúl una pandereta que le había regalado su madre. La empezaba a golpear y golpear violentamente hasta que la destrozaba. Cuando esas manos desaparecían,  a la pandereta le crecían dientes afilados como cuchillos que perseguían sin compasión al durmiente dándole caza y sesgando de raíz sus nobles partes.

>>Tras largos meses de terapia y psicoanálisis, el doctor Freudoski llegó a la conclusión que aparte de que el poseedor de la enfermedad era pelín gay, este sueño era tan repetitivo porque el paciente en plena adolescencia, y sin tener las ideas muy claras sobre sus tendencias sexuales…un día 25 de Diciembre fun, fun ,fun....se cepilló sin miramientos a una prima lejana. Cuando su padre se enteró de este lamentable hecho, le puso el culo como un bebedero de patos, a base de azotes, que le impidió poder sentarse sin dolores en dos semanas, por lo que el subconsciente del enfermo en cuestión, intentaba comunicarle a su propietario que eso de “cuanto más primo más te lo arrimo” de eso nada de nada. Así que simbólicamente hablando, relacionó la somanta de palos del padre en el culo de su hijo con la pandereta, y con su hasta ese momento desconocida, para él, homosexualidad latente.

>> Cuando el paciente fue informado del diagnóstico y del consecuente tratamiento, le dio una apoplejía en su miembro viril de la cual ya no se recuperó jamás, teniendo en cuenta además, que dicho paciente no tenía ni tuvo ninguna prima ni lejana ni cercana, y que tampoco era homosexual. El único consuelo que le quedó a este paciente fue pensar que menos mal que no le había dado a su subconsciente por mandarle mensajitos en el que se viera soplando el saxofón de otro.

    Vlade entró a la consulta siendo desconocedor de todo esto. Tras las preceptivas presentaciones, sin dilación pasó a contarle su problema y sueños. Vlade le explicó al doctor Freudoski que últimamente sentía que no era dueño de su vida. Nunca había recordado nada de lo que ocurría por las noches en esos sueños, a excepción de efímeros flashes, pero que de un tiempo a esta parte eran incesantes las vivencias que padecía con un torpe vampiro. Eran tan reales que los sentía como propios. Una vez que acabó la pormenorizada explicación sobre su gran problema, se hizo el silencio. Vlade no se atrevió a decir nada al creer que el doctor estaba pensando concienzudamente en lo que le acaba de narrar. A las dos horas y media, un tremendo ronquido del doctor Freudoski sacó también a Vlade de un inesperado coscorrón que le había sumido en un profundo sueño mientras esperaba a que el doctor dijera algo.


    ¡Ejem...ejemm..! dijo el doctor. Estimado paciente, me he quedado atónito ante lo que he oído, y después de sopesarlo he llegado a la conclusión que sería conveniente probar con usted mi último y revolucionario método curativo. Todavía está en vías de desarrollo, pero usted cumple todo los requisitos que considero imprescindibles. Es el paciente ideal. Le propongo poner en práctica un método de diagnosis mediante hipnosis regresiva mucho más sofisticada que la que actualmente está en vigor. Vlade confiando plenamente autorizó dicha práctica, y tras entregarle un pequeño tratamiento pre hipnótico fue citado para la siguiente semana.

    Vlade salió algo desorientado de la consulta, y se dirigió a casa de Nadia, la cual estaba esperándole ansiosamente. Nadia le preguntó por qué no había asistido a impartir las clases, estaba preocupada. Vlade no tuvo ningún reparo en contarle lo que había hecho. Para eso tuvo que explicárselo todo con señales y pelos. Nadia estuvo a punto de no poder reprimir los deseos de decirle a Vlade lo que realmente le ocurría. Ardía en deseos de poder hablar con él, y decirle que la noche anterior…pero no podía hacerlo.

    Nadia quería compartir con él los días y las noches. Tanto amor sentía, que su corazón lloraba lágrimas de sangre cuando la noche los separaba. Pero donde tanto había estado esperando, ahora que por fin había encontrado a su otra mitad, nada lograría hacerla desmoronarse. Esperaría lo que fuese menester.

    Los días fueron pasando, y Vladimir fue incapaz de encontrar a Natasha. Él no sabía que hasta que no estuviera preparado para ello jamás la encontraría, además, sus planes se habían venido a pique, ya que su fuente de información, es decir, Conrado, el viejo búho real, había fallecido. Un inesperado y súbito infarto de miocardio real había acabado con sus somnolientos y cotillos días.

    Igual que para Vladimir, para Vlade fueron pasando esos mismos días, y llegó el momento en el que tenía que ir de nuevo a la consulta del eminente psiquiatra. Algo nervioso llegó a la consulta y se sentó a esperar la llamada de la enfermera buenorra que le haría pasar al encuentro del psiquiatra. Mientras esperaba, Vlade ojeó algunas revistas que había para leer y relajarse, no en vano, el eminente psiquiatra iba a entrar en sus más profundos secretos, secretos que por otra parte Vlade ignoraba. La mayoría de estas revistas eran de sociedad y prensa rosa, pero he aquí que la casualité quiso que se percatase accidentalmente de la existencia de una revista sobre mitos y leyendas urbanas. Eso atrajo su atención, y como si las hojas tuvieran vida propia, ante sus ojos apareció un articulo llamado ¿Existió realmente el Conde Drácula?. Él, alguna vez había oído algo sobre esta supuesta leyenda, e incluso recordó algo que tenía olvidado. De adolescente fue a ver un estreno en blanco y negro sobre este tema al cine de su barrio. La película se llamaba “The last chupetón of the Drácula in the yugular vena of the Petroskaya”, que más o menos y traducido al castellano, era algo así como “El último chupetón de Drácula en la vena yugular de Petra”. También recordó que fue protagonizada por la pareja de actores del momento, Christopher Leeinski, y una rubia que casi siempre estaba en bolas.


    Vlade se quedó confuso, pero no por la película que fue un descojone, y que le sirvió para que en los asientos de atrás del cine, darse cuenta cuando vio por primera vez a aquella rubia en bolas, que él como a sus demás amiguitos, aquello que les colgaba a su aire servía para algo más que para miccionar, sino por lo que estaba leyendo. Veía algunas similitudes entre algunas cosas de las que ahí ponía y las experiencias vividas en sus “supuestos” sueños. Mientras se debatía entre abstractos pensamientos, oyó cómo la enfermera buenorra le llamaban para que pasase. Vlade accedió a la sala de sesiones hipnóticas, y el Dr. Freudoski le dijo que se tumbara en el clínico sofá y que se relajara.

El doctor se aposentó a su lado más o menos a la altura de la cabeza, y le dijo que siguiera con la mirada el movimiento de un péndulo de kilo y medio que el doctor sacó de un armario de las mismas dimensiones que el péndulo, enorme. Vlade seguía con la mirada aquel movimiento kilométrico del péndulo, para lo cual también tenía que mover el cuello, ya que la vista por mucho rabillo de ojo que tuviera no daba de sí lo suficiente, y así no había forma humana de que se relajase. Algo fallaba en aquel primer intento de hipnosis. Vlade le sugirió al eminente doctor que él creía que podría deberse al dolor tan intenso de cuello que sentía por tener que forzarlo tanto, ¡Bingo!, al doctor se le encendió la bombilla craneal y dio con el quid de la cuestión. Debía darle menos recorrido al movimiento del péndulo de kilo y medio para que el paciente solo tuviera que mover los ojos, procediendo en consecuencia. Vlade comenzó a sentir pesadez en sus párpados, y mientras escuchaba las palabras del doctor, lentamente se quedó dormido. Con voz parsimoniosa el doctor comenzó a decirle:

Dr. Freudoski - Vlade retrocede en el tiempo cinco años atrás, cinco años atrassssssss, cinco años atrassssssss, ¿Dónde estás ahora?

Vlade – Estoy en ayer martes

Dr. Freudoski - , ¡La leche! (pues vaya retroceso que ha hecho este tío tan abismal).

>> El Dr. Freudoski Lo siguió intentando durante largo rato, pero no había forma. De la hora del desayuno del día de ayer, Vlade no conseguía salir. No podía traspasar esa frontera. El insigne psiquiatra ya no sabía qué hacer. No sabía por qué no podía ir más allá. El motivo no era otro que se estaba encontrando con la dura oposición de nuestro vampirín, que había sido despertado violentamente, y no estaba por la labor de ser hipnotizado él también. De hecho, ya dije alguna vez que la parte dominante era Vladimir, y éste no podía admitir que aquel humanoide de bata blanca y con gafas de culo de vaso indagara en los secretos de su vida. Así que se plantó, y cada vez que el umbral iba a ser cruzado, Vladimir, apretaba los colmillos, y la voz parsimoniosa que bombardeaba el inconsciente de Vlade salía nuevamente por donde había entrado.

    Vladimir triunfó ese día. Su victoria fue por goleada, y el doctor tuvo que desistir ante su empuje mental. Tras esto, el doctor despertó a Vlade y le preguntó por su estado. Vlade dijo que se encontraba bien, pero que tenía la mandíbula encajada y le dolía a rabiar. Preguntó qué es lo que había ocurrido. El doctor le respondió que algo dentro de su subconsciente no le había permitido la entrada, pero que no se preocupara que otro día lo intentarían. No había que desesperarse.


    Vlade bastante desanimado regresó a casa, allí como siempre su madre le esperaba. Le preguntó que si no iba a ir a ver a Nadia. Vlade le contestó que pronto se iba a hacer de noche, y ella desde el día que se conocieron le pidió que por la noche no fuera a verla. Nunca estaría allí porque todas las noches iba a un hospital a cuidar a su padre enfermo para que su madre pudiera irse a descansar. Su padre padecía una enfermedad incurable, y según los médicos, de largo desenlace. Vlade respetaba sus deseos y nunca insistió, aunque también es verdad que deseaba verla para contarle lo que le había ocurrido.

    De todas formas Vlade, le dijo la madre, si quieres contarme algo sabes que puedes hacerlo. Vlade sentía la necesidad de contárselo a alguien, y esa fue la primera vez que habló con su madre de los sueños tan repetitivos que le martirizaban, y de la extraña dolencia sanguínea que padecía. Vladimira con todo el dolor de su corazón debería permanecer callada. Nada podía decirle a Vlade. El impacto emocional podría ser terrible y de consecuencias impredecibles. Vladimira no pudo hacer otra cosa que consolar a su preocupado hijo, y esperar a que el tiempo pasase y dictara su ley.

    Madre e hijo se quedaron profundamente dormidos, y la noche como siempre comenzaba a vivir. Esta vez a Vladimir la transformación le pilló fuera de juego cuando un trompazo de órdago contra el suelo le despertó súbitamente. Vladimir se había escurrido de entre el regazo de su maternal madre. Después de incorporarse como pudo y tras vociferar toda clase de improperios (que por motivos obvios no reproduciré), se realizó un auto examen médico para asegurarse de que su estructura ósea permanecía intacta. Vladimir tras un previo desentumecimiento de sus alas, alzó el vuelo. Como era ya habitual fue interceptado en pleno vuelo por uno de tantos obstáculos que siempre se interponían entre él y el resto del mundo. Nuestro insigne protagonista hoy no se encontraba nada bien. Sentía como si la cabeza le estallara. Como si le hubieran estado golpeando en ella con un martillo pilón, con el agravante que la ajetreada vida de los últimos días le habían impedido alimentarse convenientemente, y necesitaba con urgencia hacerlo. Aleteando con una debilidad preocupante observó que a orillas de un río había un humano durmiendo placenteramente, a la vez, se oían unos terribles ruidos faríngeos que salían de los adentros de ese humano. Vladimir iba a hacer lo que nunca pensó que haría, pero debía alimentarse y el tiempo apremiaba. Nada veía por los alrededores a lo cual echar el guante para poder succionar su dosis sanguínea. Hoy su fuente de proteínas tendría que provenir de aquel ser maloliente y roncador.

    Vladimir se acercó lentamente con mucha cautela. Reptando cual culebra riojana dio varias vueltas en círculos concéntricos alrededor de aquel ser. Era lo más parecido a un simio que había visto en su vida. Con un ala le palpó varias veces la nariz para ver si se percataba de su presencia, pero no lo hacía. No obstante, él quería asegurarse ya que cuando le diera el mordisco las quería tener todas consigo, y no llevarse ningún sobresalto vampiresco. Así que como si fuese un atleta en plenas olimpiadas, Vladimir, usó la barriga del durmiente a modo de cama elástica, y una vez, y otra,  y otra, hizo varios saltos mortales con tirabuzones sobre ella. No había duda, aquel individuo no se enteraría aunque le atropellase un carro de combate. Entonces Vladimir no se lo pensó, y acercándose hábilmente clavó sus ambos dos colmillos en la yugular izquierda de aquella despensa viviente. Vladimir se recreó en la suerte y succionó hasta la extenuación de aquella sangre hasta que quedó completamente saciado, que todo hay que decirlo, no le sabía nada bien pero la cosa no estaba para encima ser tiquismiquis.

    Como si de una vaca voladora se tratara, pesadamente alzó el vuelo. Cuando llevaba algunos minutos planeando, empezó a observarse señales muy raras en su cuerpo. De su estómago empezaron a fluir por la tráquea hacia su garganta efervescencias que antes de ese momento nunca había tenido, y que escapaban por su boquita de piñón a ritmos de hip,,,hip,,,hippp. También comenzó a verlo todo doble y a veces hasta triple. Por momentos se estaba mareando, aunque estos síntomas más que molestarle le resultaban agradables. Sin saber por qué, no podía dejar de reírse, ji,ji,ji,ji. Todo le hacía descojonarse, ji,ji,ji,ji, hasta que como suele ocurrir, a Vladimir le ocurrió lo que a la mayoría del resto de los mortales…que la cogió llorona. Los jis,jis,jis,jis de repente se fueron transformando en diversos sniffessss,,, y buasheshhh llorones de todo tipo. Entre lagrimeo y lagrimeo a nuestro hoy borrachín Vladimir Drakulinski, imágenes beodas de su vida fueron llegando, sobre todo una, la de aquella enigmática vampiresa que no conseguía encontrar después de tanto y tanto tiempo buscándola. Ya tampoco podía buscar consuelo en las sabias y cotillas palabras de su amigo, el viejo búho real. Sus aspiraciones de encontrarla poco a poco se iban apagando, y su innato carácter positivo también.

VIII. La vidente Blasa

    ¿Qué podía hacer? ¿Dónde buscarla?. Vladimir recordó que en uno de sus accidentados vuelos, vio una casa que en la fachada rezaba un anuncio que decía textualmente: “Si no encuentras lo que buscas, yo soy la vidente Blasa, no te asustes y pasa”. Vladimir no tenía nada que perder aunque el tema de acudir a una vidente le pareciera una estupidez, pero había agotado todos sus recursos, y si dirigió hacia allí. Cuando llegó, su sangre y la que había ingerido se congelaron de repente aunque la temperatura ambiental estuviera a 37º centígrados. El chirriar de la puerta al abrirse le cortó más aún la entrecortada respiración que ya llevaba. Nunca había visto un lugar tan tétrico. Sus alas tan acojonadas como el resto de su cuerpo apenas eran capaces de sostenerle en el aire. De hecho no le sostuvieron, y nuestro vampirín cayó en picado sobre ese gélido suelo animado. El suelo en cuestión estaba animado por la más variopinta fauna acojonadora del lugar, serpientes, viudas negras, ciempiés, lagartos de catorce kilos, y una lagartija canija que no se sabe por qué pululaba por allí. La vida terráquea de nuestro vampirín Vladimir corría serio peligro. Aquella horda de tenebrosos animales reptadores lo iban arrinconando poco a poco contra una pared inundada de telarañas del tamaño de un edredón nórdico. A Vladimir le rechinaban hasta los intestinos. Cuando parecía que el final de nuestro Vladimir iba a llegar de la mano de alguna de aquellas criaturas, algo impensable ocurrió, Vladimir, al sentirse acorralado y presa del pánico, cambió el semblante simpaticote al que nos tiene acostumbrados por un terrible aspecto amenazante. Con los ojos enrojecidos fuera de sus orbitas, y su boca abierta rabiosamente, fue en busca del enfrentamiento con toda aquella maléfica plebe reptadora. Sus afilados colmillos la verdad es que impresionaban, y no hizo falta que combatiese porque sus enemigos captaron rápidamente su mensaje. Aunque Vladimir no recordaba su procedencia ni quién era realmente, aquellos animales sí que se percataron que aquel ser que tan torpemente volaba era alguien a quien había que tener mucho respeto por no decir miedo, y poniendo pies en polvorosa presos de un oportuno y lógico instinto de supervivencia, abandonaron aquel lugar, todos menos la lagartija canija, y una vieja viuda negra que le dio un síncope del susto.

    Vladimir poco a poco fue recuperando el sosiego. Todo signo de ira fue poco a poco desapareciendo comenzando a relajarse su cuerpo. La tensión arterial que se le había subido por las nubes comenzó también a normalizarse. El ritmo cardiaco se estabilizó en ochenta pulsaciones, y su respiración por fin dejó llenar completamente de aire sus ambos dos pulmones. Sin perder más tiempo se fue en busca de la tal Blasa. No tardó en encontrarla. Estaba sentada en una sala en penumbra justo enfrente de él. Vladimir pensó sobre la posibilidad de que estuviera siendo víctima propiciatoria de algún malévolo juego de rol. Blasa era una mujer ya entrada en siglos con cara de malas pulgas y una voz claramente tomada por el abuso incontrolado de alcohol etílico y las drogas de diseño. Blasa le dijo a Vladimir: ¿Quién eres tú y qué haces aquí?. Bien es verdad que al principio lo que quiso decirle fue: ¿Qué hace un chico como tú en un sitio como este? pero Blasa dejó esa genial frase para que a alguien se le ocurriera cantarla en un futuro no muy lejano. Vladimir lo primero que pensó es que la idea no iba a resultar todo lo satisfactoria que creía, ya que era evidente que la vidente no veía más allá de sus kilométricas y brujescas narices. Tenía delito que la tal vidente Blasa le preguntara quién era. Pero ya que estaba allí y había pasado por aquel terrorífico episodio lo intentaría.

Vladimir – Mire Blasa, es que quería saber si puedes ver dónde puedo encontrar a Natasha.

Blasa - ¿Natasha? ¿Quién coño es Natasha?

Vladimir -  (Joder con la vidente) , Natasha es una vampiresa y no sé dónde puedo encontrarla, así que como tú eres vidente…pues a ver si la ves.

    Blasa la vidente, tras unos momentos de silencio sepulcral, y de haberle demostrado a Vladimir que era gran experta en la hábil utilización de los dedos pulgar e índice de ambas manos para la elaboración de sendas pelotillas nasales, y en la voluntaria expulsión de algún que otro mágico y oloroso pedo, se puso manos a la obra. Con Vladimir no iba a utilizar el método tradicional de adivinación. Apartó las cartas de su lado, y en su lugar sacó el juego de la oca y tiro porque me toca, diciéndole a Vladimir que según fuera transcurriendo la partida le iría informando sobre lo que él quería saber. La verdad es que a Vladimir este método no le acababa de convencer, pero pensó también que como la experta era Blasa sabría bien lo que debería de hacer.

    Vladimir cogió su cubilete y el dado tirando muy decididamente. Tras dar el dado medio millón de vueltas, vio atónito que le había salido un uno nada más. Movió ficha pero claro, con un uno poco le podía decir la vidente, así que le dijo que repitiera la jugada que ella era una vidente y no Santa Teresa de Jesús. Vladimir volvió a tirar si cabe con más convicción que antes, quizás esperando que le saliera un trece a ver si por lo menos tiraba otra vez para que le llevara la corriente, pero nada, ahora el dado juguetón mostró en su cara superior un menos uno, y Vladimir tuvo que salir nuevamente de su casa. Así se tiró Vladimir dos horas, y nunca consiguió caer en un oca ni jamás tiró porque le tocara. Blasa la vidente no sabía qué decirle. Era la primera vez que le ocurría eso en su dilatada carrera adivinatoria. Lo único que le venía a su vidente mente era que aquel vampiro lo llevaba crudo, pero fue bondadosa y se lo calló. Veía tan desesperado a Vladimir que no tuvo valor para hacerle partícipe de su corazonada, en su lugar le dijo que no desesperara, que no hay mal que cien años dure.

     Vladimir se alejó de allí cabizbajo y meditabundo. Aquello tampoco había servido para nada. Poco a poco, y quizás debido al stress ocasionado por tantos acontecimientos vividos, Vladimir fue cayendo en una extraña forma lúcida de somnolencia a la que él se entregó plácidamente. Vladimir vio como espectador de excepción entre nebulosas imágenes a un altivo y señorial ser a lomos de un arrogante alazán, galopaba como alma que lleva el diablo. Vladimir sin saberlo estaba siendo testigo de unos acontecimientos que marcarían el desenlace final del porqué de su existencia, y la contestación a tantas y tantas preguntas sin responder que le habían estado acosando durante su vampiresca vida terrenal.

IX. El desenlace

 

Vladimir, inmerso en aquella extraña experiencia, vio como aquel majestuoso personaje se dirigía a una humilde casa que iba apareciendo poco a poco en el horizonte. En aquella casa había postrada en una cama una hermosa mujer que amargamente lloraba. Sus ojos mostraban que una gran pena la ahogaba. Mirada de años y años de sufrimiento en soledad. Cuando aquel hombre entró a aquella estancia la mirada de ella cambió. Aquellos ojos dejaron de llorar. Él se arrodilló ante ella y le pidió perdón por tanto dolor que le había causado.

    Mucho tiempo atrás y sintiéndose engañado, este hombre al que ella llamó “Mi querido Conde Drácula“, arrebató del regazo de su madre el fruto de una equivocación de juventud. Drácula como señor de aquel condado, para borrar cualquier rastro de aquel engaño y que la estirpe de hasta aquel momento su mejor amigo no se perpetuara en sus dominios, ordenó que cuando la hija de aquella traición naciese, fuese entregada a una raza nómada que muy de tarde en tarde se dejaba ver por allí. Nunca deberían decirle ni a él ni a ella a quién fue entregada, y dictó un bando por el cual aquella misma raza nómada jamás volvería por allí con la velada amenaza de rebanarle sus nómadas gaznates. Aparte de esto fueron recompensados muy generosamente.

    Drácula cegado por el odio fue intransigente, a ella la desterró a vivir una vida en la más absoluta pobreza y repudiada por todos, y para con su mejor amigo hasta aquellos momentos, no tuvo ningún tipo de piedad, fue encarcelado hasta que murió algunos años más tarde.

    Aquella mujer sin apenas un hálito de vida y herida de muerte por sus más encarnizados enemigos los humanos, aún tuvo fuerzas para decirle entre susurros algo a su querido por siempre Conde Drácula. Sabía que el remordimiento nunca lo dejó vivir, y en una última muestra de su amor por él le dijo:

    ―Mi querido Conde. He pagado muy caro aquella equivocación que cometí siendo tan joven, por eso jamás te pedí clemencia ni amparo cuando tanto te necesitaba. Nada volviste a saber de mí hasta el día de hoy. Día en que sin miedo espero pacientemente mi muerte, pero mi querido Conde, mi hija no tuvo ni tiene ninguna culpa, y desde el día de su nacimiento no la he vuelto a ver. No sé qué fue de ella. Si vive, o si ha corrido la misma suerte que hoy corro yo. Doy todo mi sufrimiento por bueno si la buscaras y cuidases para siempre de ella―.

    Drácula posó su mejilla sobre el pecho de aquella mujer a la que siempre amó, y le juró llorando desconsoladamente que la encontraría aunque tuviera que remover cielo y tierra. Drácula estuvo durante largo tiempo en aquella amante postura hasta que un último suspiro de aquella mujer le indicó que había dejado para siempre ese mundo, Drácula se incorporó y  contempló cómo su amada se había ido mostrándose en sus labios una tierna sonrisa, Drácula llevado de una rabia y un dolor incontenible se transformó convirtiéndose en un amenazante y terrorífico vampiro. Su poder se hizo patente en esos instantes. El cielo se tornó negro. Las nubes se cerraron, y una aterradora tormenta sin fin asoló todo su reino durante años y años.

    Drácula por más y más que la buscó nunca llegó a dar con ella. Un día en el que quizás alguien superior a él se compadeció de tanto sufrimiento, entrando en sus sueños le mostró que él nunca llegaría a encontrarla. Ella fue víctima del rencor que él sintió hacia su madre, y sólo el destino, y de igual manera sólo un hijo suyo podría encontrarla si es que aún vivía.

    De repente aquella ventana abierta hacía el pasado se cerró para Vladimir, pero algo cambió en él. Cuando el gallo comenzaba a desperezarse y entonaba sus primeros cánticos, Vladimir puso rumbo a babor hacia su litera de arriba para su reposo diario. Esta vez ni siquiera fue volando torpemente, al contrario que lo que siempre ocurría, esta vez el cambio a su otro yo no le sorprendió. El cambio se fue produciendo mientras pensaba y pensaba en lo que hasta esos momentos había sido su vida. Comprendió que su libertina vida no le había aportado nada, que estaba vacío. Él que tan bien se lo había pasado, y que nunca le había importado nada, ahora era víctima de su propio proceder. Estaba solo sin nadie que le consolara. Sin nadie que volara (no tan torpemente como él) a su lado bajo al amante manto de la luna. Ahora que era la primera vez que realmente estaba amando, se hallaba ante un oscuro abismo de preguntas sin respuestas. Un túnel al cual la luz no llegaba. Vladimir notó como sus ojos dejaban escapar algo insólito que nunca antes le había ocurrido, eran lágrimas, Vladimir se sonrojó, ¿Cómo era posible que un vampiro de tan alto standing estuviese gimiendo de esa manera?. Miró con cautela hacia todos los rincones de la habitación por si alguien le estuviese observando. Cuando comprobó la estupidez de esas miradas, ya que allí bien sabía que no había nadie, rompió a llorar a lágrima viva. Entre llanto y llanto Vladimir analizó concienzudamente la experiencia que había vivido. Se percató del hecho que aquel majestuoso ser había cambiado su apariencia física y se había transformado de humano a vampiro como él a voluntad, es más, él sabía que aquel ser era alguien muy cercano, lo sentía así, ¿Podría él transformarse a voluntad también?. Entre variados sniffes y pensando en esto se quedó por fin dormido.

    Nuestro vampirín había cruzado la frontera. Cambió drásticamente de una aparente y casi eterna adolescencia a una sorprendente madurez vampiresca. Mayor fue la sorpresa de su ilustre padre el Conde Drácula, testigo de excepción de este hecho, y que nunca pensó que su querubín llegaría a enterarse de la trágica historia de aquella manera, pero este hecho le sumió en una profunda felicidad. Quizás pronto su eterno sufrimiento llegara a su fin, y Vladimir, su querido vástago, aunque de momento no había atado cabos, cumpliría la misión por la cual fue enviado a vivir en la tierra.

    Vlade, también despertó de manera diferente a la de otros días. Hoy se encontraba lleno de fuerza y vigor. Tenía ganas de comerse el mundo. Su última experiencia onírica le había abierto las puertas del saber. Había visto a Vladimir con claridad en su sueño. Hasta ese momento siempre había recordado escuetos detalles que nunca podía relacionar, pero ahora sí, ahora sabía que ese vampiro tenía mucho que ver con él y con su vida.

    Como cada día fue a impartir sus clases. Estaba ansioso por encontrarse con Nadia, ésta, mientras le observaba en el aula magna, notó algo extraño en él, notó como si de su interior algo o alguien quisiese salir.

>> Vladimir ese día aunque no pudo evitar la transformación, se resistió a entrar en ese letargo diurno. No quiso dormirse ni de coña. Estaba demasiado nervioso para conciliar el reparador sueño de todos los días.

    Nadia era conocedora de este hecho pues a diario le ocurría a ella, inclusive lograba mentalmente vislumbrar la vampiresca silueta de Vladimir intentando emular al majestuoso ser (su padre) cuando en sueño lo vio transformarse a voluntad en humano y vampiro indistintamente. Vladimir nada podía hacer, no era su padre, único ser que tenía ese privilegio. Él, una vez que se veía forzado a transformarse en humano, debía esperar a que ocurriese lo contrario, así debería de ser y así sería por siempre.

    Sin saber por qué, Vladimir desde el interior de su forma humana se vio forzado a mirar a aquella mujer. Tenía la sensación de que ella podía verlo. Aquello hizo que Vladimir enfilase sus ambos dos ojos hacía donde se encontraba. La mente de Vladimir ya se encontraba totalmente abierta. Ya no había trabas que le impidieran ver más allá. Su vampírica mirada penetró tanto en el cuerpo como en la mente de Nadia, y su pequeño corazón comenzó a latir con una fuerza descomunal. Nuestro vampirín no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Aquella humana llevaba dentro de su ser a su amada  Natasha. La veía claramente. Estaba dormida e irradiaba paz y quietud. Parecía encontrarse a gusto dentro de aquel cuerpo, no como él, que estaba que se subía por las paredes intentando salir de aquella cárcel humana. Vladimir tenía que salir de allí como fuera. Sin pensárselo dos veces, Vladimir cogió carrerilla y furibundamente como si le hubieran puesto un petardo en el culo, se lanzó a romper esa barrera que le tenía retenido. El ostión que se pegó contra no se sabe qué fue de órdago. De sopetón se le quitaron las ganas de volver a intentarlo, pero había llegado su momento. Por fin tenía localizada a su platónica amante vampiresca y ya no la dejaría escapar. Vlade entretanto seguía impartiendo sus clases ajeno a todos los acontecimientos que se estaban produciendo.

    Un esperado sonido acústico indicó a Vlade que las clases habían finalizado. Como siempre Vlade esperó fuera de la universidad a Nadia, y juntos abandonaron las inmediaciones ante las cotillas miradas tanto del profesorado como de las celosas compañeras.

    Nadia sintió que Vlade ese día estaba distinto. Lo veía más seguro de sí mismo que en anteriores ocasiones, y le preguntó por el motivo de esa euforia contenida. Vlade como siempre no tuvo ningún problema en sincerarse con ella aunque antes la avisó que seguramente no se lo creería pues le podría tomar por un alucinado, e incluso, y  por qué no, sentir miedo hacía él. Ella le dijo que era la persona más cuerda que había conocido, y que podía contárselo con total tranquilidad. Vlade le dijo que una luz por fin había iluminado su oscuro horizonte, y que tenía alguna noción de lo que le ocurría. Ahora se explicaba lo de sus problemas con la sangre. Lo de sus extraños sueños, y lo de tantos y tantos sucesos que en su vida le habían ocurrido. Creía sin saber por qué, y aunque pareciera increíble, que él era dos seres a la vez compartiendo una misma existencia. Ligeramente sonrojado continuó diciendo que pensaba que su otra parte era un vampiro.

    Esperando la reacción de Nadia permaneció callado durante algunos instantes, al contrario de lo que pensaba, Nadia aunque fingió estar sorprendida, le dijo que si él tenía esa corazonada debería profundizar sobre ella y hacer todo lo humano y divino para asegurarse que estaba en lo cierto. Ella estaría siempre a su lado apoyándole ocurriese lo que ocurriese. Miedo no le tendría de ser cierto lo que pensaba. Vampiro o no, ella estaba enamorada y nada ni nadie podría cambiar eso.

    Mientras decía esto, Nadia seguía viendo a nuestro vampirín preferido con una cara de enamorado gilipollas que para qué. Vladimir, no en vano, estaba a un palmo de su dormida Natasha. Vladimir veía estrellitas revoloteando sobre su cabeza pestañeando de una manera muy intensa y sensual mirando hacia su amor.

    Vlade y Nadia se despidieron fundiéndose en un enamorado abrazo. Cuerpo con cuerpo y alma con alma se entregaron a un corto pero intenso morreo humano. Vladimir alargó sus zarpas y casi pudo tocar a Natasha, pero he aquí que la separación de Nadia y Vlade le impidió siquiera intentarlo. Vladimir miró de muy malas pulgas a Vlade mientras se alejaban de sus respectivas amadas. En esto Vladimir llevaba la peor parte porque por lo menos Vlade podía tocarla, besarla... pero él se tenía que joder y aguantarse viendo cómo se alejaban.

    Sin perder tiempo, Vlade se dirigió a la biblioteca municipal y pidió a la empleada que le abasteciera de todo el material que tuviera sobre vampirismo, vampiros, o cualquier cosa que tuviera o tuviese colmillos. Vlade dejó su vida de lado, y sin importarle ni el tiempo ni el espacio se puso concienzudamente a leer todo el material que le entregaron. Estuvo leyendo días y días hasta empaparse de aquella inmensa cantidad de publicaciones que trataban sobre el tema, y sacar sus personales e intransferibles conclusiones, que pasaban por volver a la consulta del eminente psiquiatra Dr. Freudoski. Estaba dispuesto a que le efectuara nuevamente otra regresión, pero esta vez tenía buenas sensaciones al respecto.

    >> Vlade ignoraba que a esta regresión Vladimir no iba a poner ningún tipo de impedimento como ocurrió en la vez anterior, y que inclusive, daría facilidades para ser abordado.

    Vlade llamó urgentemente al Dr. Freudoski y concertaron una cita para ese mismo tarde. Vlade llegó a casa y le contó a su madre, al igual que anteriormente había hecho con Nadia, todos sus pensamientos e inquietudes. Dª Vladimira sintió en sus adentros y en sus afueras que muy pronto todo se iba a solucionar.

    Vlade llegó a la consulta y tras escuchar su nombre por megafonía accedió al encuentro del eminente psiquiatra. El Dr. Freudoski tenía sus serias dudas sobre el buen fin de aquella nueva regresión, ya que aunque le dio ánimos en la primera que realizaron, sabía que había encontrado una oposición muy fuerte dentro de Vlade, éste, tras hablar un breve espacio de tiempo con el doctor, fue invitado a tumbarse cómodamente en el regresivo diván. Vlade se relajó mientras escuchaba las instrucciones pertinentes. 1tras esto, el Dr. Freudoski le dijo a Vlade que fijara la vista en el movimiento pendular del péndulo al son de una relajante música ambiental interpretada por Vangelinski, que previamente había puesto la auxiliar de clínica del eminente psiquiatra.

    Vlade empezó a notar como su cuerpo se hacía pesado, pesado, cada vez más pesado  La voz del Dr. Freudoski estaba empezando a invadir su subconsciente tranquila y lentamente. Sin prisas, el doctor siguió a rajatabla las directrices de un Best Seller publicado por su insigne mentor, el también insigne profesor Aristotelovich, que trataba sobre la inducción a la hipnosis, y que se titulaba en su lengua nativa “laus impacientis sumus, natis bonus traerum”, que más o menos traducido al castellano moderno venía a decir algo así como “las prisas no traen nada bueno”. A todo esto, a Vladimir le importaba un carajo, estaba de los nervios esperando que al eminente psiquiatra, y a su voz, le saliera de los cataplines llegar de una vez a él. Hacía esfuerzos sobrehumanos para salir a recibir él mismo a aquella monótona y tediosa voz. De golpe y porrazo Vlade traspasó el umbral de su humana existencia. El Dr. Freudoski fue consiguiendo que Vlade fuera visitando distintas etapas de su vida. Como si de un visionado de una película en asientos VIP se tratara, imágenes de esa dualidad que había en su interior, y que siempre ignoró, se iban mostrando frenéticamente ante él. Ante tal cúmulo de electrizante información, el cuerpo inerte de Vlade comenzó a convulsionarse. Las últimas directrices del Dr. Freudoski fueron que regresara al día de su nacimiento.

    El Dr. Freudoski interrumpió momentáneamente la regresión pues temió que no pudiera hacerlo volver, temiendo inclusive por su vida. Vlade susurraba palabras inconexas y carentes de todo sentido para el honorable doctor. El doctor no sabía qué estaba ocurriendo. Nunca antes había sido testigo de hechos semejantes. Intentó utilizando todos sus conocimientos que aquello acabara. Estaba sintiendo verdadero miedo. Los desgarradores gritos de Vlade rompían el silencio de aquella habitación. No paraba de repetir Natasha, Nadia, Vladimir, ¿quién soy?, noooooooo. De pronto todo aquel maremagnum de amargos sollozos se tornaron en una paz y quietud difícilmente narrable. Vlade por fin quedó en calma, y el doctor seguía sin poder salir de su asombro.  No sabía por qué y a cuento de qué aquello había ocurrido. Vlade por fin había comprendido y había encontrado la paz espiritual que había buscado durante toda su vida.

    Vlade yacía recuperándose placenteramente sobre aquel diván con el total desacuerdo por parte de su otro yo. La impaciencia no lo dejaba vivir encerrado allí en el cuerpo de Vlade. No hacía nada más que ir de arriba para abajo con las garras asidas por detrás vociferando improperios nada dignos de un vampiro de tan alto rango, pero estaba impaciente porque llegara la noche. Sabía que la forma de encontrarse con Natasha era no perder de vista a Nadia, y para ello necesitaba la inestimable colaboración de su otro yo para reunirse con ella. Pero parecía que Vlade no estaba por la labor pues no se despertaba aun cuando el Dr. Freudoski no hacía nada más que decirle:

Vlade, cuando cuente tres despertarás plácidamente, a la de una, a la de dos, y a la de tres, despierta Vlade

    El doctor contó todos los números habidos y por haber, y lo único que consiguió fue que sonrientemente Vlade le dijera, Nadia...te quiero.

    De repente Vlade despertó por sí solo. Su rostro mostraba claramente la satisfacción que sentía. Ya lo sabía todo. Ya sabía que Vladimir y él eran dos partes de un todo.  También sabía cuál era su procedencia. No le hacía mucha gracia eso de convertirse en Vladimir, pero contra eso no podía hacer nada aunque esa no-aceptación en la transformación fuese un sentimiento mutuo y compartido por ambos, pero era algo con lo cual tenían que convivir de la mejor forma posible.

    Vlade agradeció previo pago de su importe la inestimable ayuda del eminente psiquiatra Dr. Freudoski, y se dirigió a casa a contárselo a su madre y posteriormente a Nadia. La madre de Vlade, Dª Vladimira Petroskaya, como si lo supiera, salió a recibirle. Por fin iba a tener a su hijo al completo y no por partes como hasta ese día, aunque esas partes aún no se llevasen muy bien hasta ese momento que digamos. Madre e hijo se fundieron en un fuerte abrazo. No hizo falta que hablaran nada, ese tierno abrazo habló por sí solo.

    Vladimir aunque no en cuerpo presente, también quería ser partícipe de este maternal momento, e instó a Vlade y a su madre a que lo tuvieran en cuenta. Dª Vladimira Petroskaya lloró de alegría donde tanto había llorado de tristeza y dijo ―¡Vlade, Vladimir, por fin estamos juntos!―

    Vlade a instancias de Vladimir, le dijo a su madre que debía de irse, tenía que ir en busca de Nadia. Ardía en deseos de contarle todo. Lo que nunca hubiera pensado Vlade era la sorpresa que le esperaría cuando se encontrase con ella.

    Vladimir estaba en un estado de euforia bestial y aunque todavía era de día, sabía que volvería a estar junto al lado de Natasha, pero de repente cayó en la cuenta que nunca habían estado juntos y le acosaron algunas impertinentes dudas. ¿Le gustaría él a Natasha?. Cabía dentro de lo posible que no fuera su tipo. Vladimir desconocía que Nadia, la parte humana de Natasha, era conocedora de todo, e igual que ella, estaba profundamente enamorada de Vlade. Natasha también se enamoraría al primer mordisco de nuestro vampirín. La inicial alegría de Vladimir se tornó en una seria preocupación. Vladimir comenzó a inspeccionarse mentalmente, sopesó sus virtudes y también sus defectos. Para su estupor, sus virtudes no aparecían por ninguna parte al contrario que sus defectos, que estos sí que salían con una facilidad abrumadora. Vladimir estaba perplejo pero no podía atribuirse virtudes que no tenía, o por lo menos él así lo pensaba.

A favor tenía que competencia vampiresca no tenía pues nunca había visto ningún otro vampiro a excepción de Natasha. Esto le hizo tranquilizarse ligeramente. De todas formas, él sabía que la primera impresión que le causara a su amada iba a ser el principio o el final de la inexistente relación hasta esos momentos. Para que esa impresión fuera lo más agradable posible, Vladimir se acicaló, se peinó, se limpió meticulosamente sus alas y el resto de su cuerpo, y para su gusto, quedó bastante decente. Se sentía atractivo. Ojalá y  su amada lo valorara de igual manera.

    Vlade llegó a la casa de Nadia. No le hizo falta llamarla. Nadia ya estaba esperándole. Sus anhelantes miradas hablaron por ellos. Vlade muy nervioso y sin ningún tipo de dudas pudo decirle que efectivamente lo que le dijo en su anterior conversación era cierto. Vlade se quedó de piedra cuando Nadia le dijo que ya lo sabía, que la primera vez que le vio intuyó que él era como ella. Vlade asombrado no daba crédito a lo que acababa de escuchar.

Vlade -  ¡Nadia! ¿Tú también eres como yo?

Nádia - Sí cariño. Soy como tú. He estado vagando sola casi por toda la eternidad buscándote, pero algo o alguien me avisaba que nada te podía decir. Era cosa que debías de averiguar por ti mismo. De haberte dicho lo que realmente éramos quizás te hubiese causado demasiado daño. ¿Por qué crees que nunca me veías de noche?, Vlade, al contrario que vosotros que hasta el día de hoy no erais conocedores de la existencia del otro, yo desde siempre supe quién era de día y quién era de noche. Vlade, no tengo ningún padre enfermo ni ninguna madre que lo esté cuidando, a mi padre nunca conocí, y de mi madre no recuerdo nada. Es como si nunca los hubiese tenido. Tampoco sé de dónde vengo ni porqué debía encontrarte. Siempre supe que lo haría, y ahora sé que mi espera no ha sido en vano. He encontrado la felicidad completa. Mi vida estaba vacía y mis solitarias noches las pasaba vagando sin saber a dónde ir. A partir de ahora el día y noche para mi serán iguales pues estaremos juntos.

>> Lágrimas de felicidad brotaron de los ojos de los enamorados. Vladimir, desde el interior de Vlade, no pudo evitarlo y también comenzó a llorar. Lo había oído todo. Su pequeño corazón ansiaba unirse para siempre al de su amada.

    Vlade y Nadia se fundieron en un amante beso. El día tan feliz estaba a punto de acabar y le daría paso a la noche que por primera vez no les separaría. Estrecharon sus manos, y mirándose a los ojos esperaron plácidamente a volverse a encontrar en esa otra realidad. Sus cuerpos se fueron desvaneciendo poco a poco en la nada hasta que Vladimir y Natasha comenzaron a vivir. Juntos alzaron el vuelo y se perdieron en el horizonte al amparo del esplendoroso manto de la luna.

    Drácula vio cómo los amantes se alejaban. Por fin la promesa que le hizo a su amada en el lecho de muerte la había cumplido. Drácula miró a la luna, esa luna que fue el consuelo de tantas tempestuosas lágrimas derramadas durante tanto tiempo, lágrimas que a partir de ese día permanecerán para siempre en recuerdo de esta historia en su mar de la tranquilidad.

Epílogo

 

Esta es la historia de Vladimir Drakulinski según el libro que encontré de manera “tan casual”. Es difícil saber si todo esto ocurrió. Me gustaría creer que sí lo es. Tras la lectura, cada cual se habrá formado su particular opinión y así es como debe de ser.

 

 

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