Wolfillo, el genuino e irrepetible hombre lobo albino 1ª parte

Érase una vez….ni más ni menos que yo, ¿Por qué digo esto?, pues porque lo que voy a contar es mi historia. Sé que resultará increíble o difícil de creer, pero lo cierto es que es una historia completamente real y que dista mucho de lo visto tantas veces en el cine y en sus terroríficas películas, concretamente en las películas catalogadas como de los hombres lobo.

Quizás el tema cinéfilo del género de terror más baqueteado haya sido éste. Ha habido versiones en todas las épocas y para todos los gustos desde que los fraternales hermanos Lumiere proyectaran sus primeras imágenes en una pantalla de andar por casa, hasta el cine de hoy en día con tantos efectos especiales.

Las versiones que más impactaron por ser la primera vez que sea veía a un hombre lobo en pantalla, fue en la época del cine mudo, era lógico, nunca se había visto antes. Pero a la vez que impactante fue la que más daño hizo a los honorables hombres lobos. Los espectadores a parte de ver, tenían que suponerlo todo, y claro, cada cual suponía lo que le daba la gana, y ni Dios se aclaraba allí. No se atenían al guion. No sabían si el ser que salía en pantalla era un medio hombre hecho lobo o, un medio lobo hecho todo un hombre. Lo único bueno que tenía el visionado de cine mudo, era que no había problema en que comieras palomitas o hablarás en mitad del evento. No tenías el temor de que una mano de no se sabe quién te diera una palmadita en la espalda (en el mejor de los casos) diciéndote que te callases que no se estaba enterando de los diálogos de la película.

La pinta que tenía el hombre lobo de aquellos tiempos era todo un poema. El productor no tenía que hacer muchos cálculos económicos para caracterizar al protagonista y no perder dinero con la película. Yo creo que para ahorrar maquillaje sólo contrataban para estos papeles a los tipos menos agraciados y más horrendos de aquellos míticos tiempos, luego, con sólo exigir en el contrato que no podían afeitarse hasta la finalización de la película, el asunto estaba solucionado.

En tiempos más modernos, nuestro compatriota Paul Nascky se encargó de inmortalizar al peludo personaje con más o menos éxito, aquí ya juega el gusto de cada cual, para mí por ejemplo, que de esto del hombre lobo sé un rato, dejaba bastante que desear tanto como de actor como de lobo; pero no era éste el objeto de mi historia. Para quién crea que los hombres lobos o licántropos nunca han existido, y que han sido invención de alguna mente privilegiada, decirles, que están inmersos en un tremendo y fatal error, ¡Claro que existieron!, que ustedes no hayan podido tener el privilegio de verles ha sido debido a que nunca fue considerada una especie protegida en peligro de extinción y todos perecieron a manos humanas, a excepción de un único e irrepetible hombre lobo.

Aquí empieza la historia de mi vida porque ese único e irrepetible hombre lobo soy yo. En deferencia a ustedes pueden llamarme por mi nombre de guerra, Wolfillo. Durante el transcurso del relato de mi vida muchos tópicos típicos se vendrán abajo por inciertos, y que no hicieron otra cosa que hacernos mucho daño a los de mi casi extinguida especie. No nos dieron la oportunidad de integrarnos en la sociedad. Éramos unos sin techo. Cuando nos dejábamos ver para confraternizar con los humanos, que era en muy contadas ocasiones y por error involuntario nuestro, no nos daban tiempo ni a presentarnos; los humanos salían despavoridos. Parece ser que nuestros aullidos de presentación les aterraba, ¿Pero qué coño querían?, éramos hombres lobos y teníamos que aullar. ¡No querrían que rebuznásemos!. Y es que tanto a los lobos como a los licántropos, las leyendas nos han jodido siempre la vida. Tengo que salir en defensa de mis parientes de cuatro patas pues dentro del infortunio que todos hemos padecido, ellos han sido en comparación los más perjudicados, porque eran más y a más se cargaron. No entiendo por qué la gente les tenía y les tiene tanto odio, bueno, sí que lo entiendo, ¡cómo no lo voy a entender!, pero si es que hasta los han utilizado para aterrorizar a los niños casi de pecho con eso de “que viene el lobo y te va a comer”. De la tal Caperucita no decían nada. Tampoco debía de ser una santa, apostólica y romana cuando tan alegremente salía sola de picos pardos por aquellos peligrosos bosques.

Siempre el mismo cuento y los mismos argumentos, que si había que exterminarlos porque se comían a las ovejas...que si tal....que si cual. Digo yo que algo tendrían que comer, porque recordemos que los que invaden habitualmente parajes ajenos son los humanos y no al revés. Seguro que si los lobos hubiesen sido vegetarianos, los humanos hubiesen salido en defensa de las lechugas y calabacines en vez de ser comprensivos y no tan torpes como eran. Que hubiesen puesto los medios para impedir esos ataques a sus ovejas, y no creerse el ombligo del mundo. Nuestros congéneres siempre se las daban con queso, y eso a nosotros nos hacía mucha gracia, además, que era muchísimo más digna la muerte de estos bóvidos a manos de los lobos, que no morir como lo hacen en los mataderos, además, por miles e indiscriminadamente.

Los lobos son más selectivos y normalmente dan caza a aquellos animales menos fuertes o enfermos. Así que dejémonos de rollos, y no os hagáis tantas cruces que, en este mundo, los únicos que dais verdaderamente pavor sois vosotros los humanos, que por donde pisáis no vuelve a crecer la hierba y, si hay alguna valiente que asoma el gaznate, le hacéis el harakiri con vuestra afilada guadaña de un mal entendido poder.

Otro grave error que hemos heredado, mejor dicho, que han heredado ustedes, es que no sé si por desconocimiento u omisión voluntaria, se ha obviado que también había mujeres lobas; más o menos como las hay ahora pero con más pelo. Cierto es que no había muchas, y que no tocábamos a siete por lobo. Teníamos que pelear por ellas en las épocas de celo nocturno a aullido limpio, pero la sangre nunca llegaba al río porque normalmente primaba la corpulencia, y al lobo más fuerte no le hacía falta ni casi apenas despeinarse porque con verlo ya era suficiente para el resto como para poner pies en polvorosa. Yo muy corpulento, lo que se dice muy corpulento...no era, pero nunca me traumatizó este hecho, sabía que la fuerza no lo era todo, y yo tenía argumentos más que suficiente para resultar resultón a las lobas congéneres, ¿Cuáles?, todo a su debido tiempo se sabrá.

Sin más preámbulo pasaré a contarles la historia de mi vida. Este testamento que les lego es un tesoro de valor incalculable. Tienen en sus manos la biografía del que es y será el último e irrepetible hombre lobo vivo. La melancolía me invade. Estoy solo en este mundo y no quedan más metas en mi horizonte que cruzar. Estoy cansado ya de vagar en esta soledad, harto de tener que haber estado siempre ojo avizor por si a la más mínima, y como me descuidase, algún disparo acabaría con mi lobezna vida. Ya la artrosis apenas deja que me mueva. Mis aullidos ya no pueden escucharse. Apenas salgo ya de casa, y apenas ni puedo comer. Me ví obligado a hacerme vegetariano y no puedo aguantar por más tiempo la ingesta indiscriminada de verduras y purés. El último empaste lo perdí ayer, y eso es señal que sólo queda esperar a que mi último suspiro llame a la puerta. Abriré, no tengo miedo, inclusive deseo que ese momento llegue pronto para reunirme con todos aquellos que fui dejando en el largo y tortuoso camino de mi vida.

No quiero que mi estado de ánimo influya en la historia de mi vida. Perdonen semejante sensiblería. No me extenderé más en furtivos pensamientos melancólicos e iré al grano.



I. Aquella época



Todo empezó justamente al cumplir los dieciocho años. Hasta esa edad mi vida había transcurrido con toda normalidad. Tuve los dos padres de rigor que todos tenemos al nacer, un hermano repelente (que no todos tenemos) y una cacatúa daltónica experta en proferir insultos a todo aquel que se aproximaba a su radio de acción. Nadie le enseñó semejante dicción. Era una cacatúa completamente autodidacta, vamos, una esponja para absorber todo lo soez que escuchaba.

Fui al colegio como cualquier hijo de vecino. Nunca cateé matemáticas y no porque fuese una lumbrera, no, lo que pasa es que todavía no las habían inventado como tales. La mayoría de los que luego promulgaron principios y geniales teorías aún no habían nacido. Tengamos en cuenta que tengo ahora mismo cuatrocientos y pico de años. Tantos son que no puedo ser más concreto. Dirán que eso es imposible, cosa que a mí me da exactamente igual. Lo que ustedes digan me trae más bien al fresco porque hasta ahí podíamos llegar….que a estas alturas de mi longeva vida y de mi inapelable e inminente muerte, me preocupase eso.

La religión nunca fue mi fuerte aunque eso no se podía decir en aquella sufrida adolescencia. La santa inquisición estaba siempre a la escucha, y los espías andaban por todas partes a la caza y captura de corruptas almas que no tuviesen la cautela de estar calladitas. En aquella época si estornudabas, no oías por ninguna parte que nadie te dijera ¡Jesús!. Estornudaba uno por estornudar, sin ninguna ilusión, ya saben...¡Jesús! ¡Gracias! ¡De nada!. Un estornudo contestado hubiera significado el principio de una constipada amistad, pero era muy peligroso hacerlo aunque fuese algo instintivo. No podía uno fiarse de nadie. Si alguien estornudaba, los demás se miraban unos a otros y nadie decía ni mu. Decir ¡Jesús! al final de un estornudo escuchado era considerado como tomar el estornudado nombre de Dios en vano, ¡Sacrilegio!, e ibas derechito a la hoguera a chamuscarte perimetralmente para expiar culpas.

Ni que decir tiene que había mucho miedo a las gripes y la gente iba muy abrigadita. Los que mejor vivían (aunque parezca mentira) eran los que habían tenido el infortunio de nacer mudos ya que comunicarse por signos no era ofender a Dios ni a su terráquea y benevolente iglesia. Pero era curioso ver cómo estos mudos se pasaban por el forro de sus caprichos a la Santa inquisición, y si alguien estornudaba decían Jesús con el dedo apuntando el cielo. Como no les considero ineptos, sé que se les habrá ocurrido pensar que si los mudos podían hacerlo por signos, por qué no nosotros sin hablar, ¡Coño!, pues muy fácil, porque a ver quién era el guapo que fingía una mudez. Puedo dar fe que los inquisitoriales torturadores disponían de los medios necesarios como para desenmascarar al mudo impostor, y créanme que no se fiaban ni tan siquiera de los que realmente eran mudos. Alguno de ellos, por tozudez y cabezonería del torturador en que hablara, vieron con lágrimas (y no de alegría precisamente) en los ojos, como su cuerpo pasaba de medir uno setenta a medir dos metros treinta del estirón al que le sometían.

El jefe del gremio inquisitorial se llamaba realmente Torquemada, ¡Y bien que hacía honor a la finalización de su apellido!. Por cierto, que no lo había dicho, como habrán podido suponer, el último hombre lobo que queda, que soy yo, es español y nacido en un pueblo de la provincia de Ciudad Real. Permítanme que no dé más datos para no dar pistas sobre mi lugar de residencia porque podría ser capturado o abatido en acto de servicio si esto lo lee alguien no debido antes de que fenezca de muerte natural, que o mucho me equivoco, o este hecho está a la vuelta de la esquina.

Yo fui testigo…muchos humanos y humanas murieron tostados al baño María. Más humanas que humanos, que todo hay que decirlo, porque el humeante machismo en aquellos días no tenía parangón. Las humanas eran diagnosticadas de brujas a la más mínima. Los humanos por el contrario eran considerados magos o consejeros espirituales de altos mandatarios, y por ello temidos y respetados. Nostradamus se libró de la quema porque sus virtuales profecías y centurias aún no estaban catalogadas y además no entendían su francés cerrado. Es aún hoy, y no hay Dios que se entere, que también éste era la leche, a ver por qué no hablaba más clarito y llamaba al pan, pan, y al vino, vino, que sólo se supone lo que ha querido decir cuando las cosas ya han pasado.

Es que eso de las centurias es curioso….me imagino a Nostradamus escribiéndolas mientras se partía de la risa pensando en los quebraderos de cabeza que iba a producir a los doctos pensadores de los siglos venideros, total luego para no querer decir nada. Imaginémoslo en plena faena aburrido todo él. Coge su pluma de pato y tinta en ristre, y se pone a plasmar en un papiro una de sus famosas profecías que podría ser tal como ésta. Tengamos en cuenta que el estado de ánimo en que se encontrara influiría mucho en su lucidez.

Nostradamus, que era muy mal hablado, piensa antes de escribir: Joder que mal que me han sentado hoy las lentejas sin chorizo. Tengo ardores y lo peor es que son precisamente del chorizo que nunca estuvo, bueno, voy a escribir una centuria de las mías aprovechando mi actual acidez estomacal, a ver.....a ver.....¡Joder!, hoy estoy obtuso. No se me ocurre ninguna gilipollez digna de mí, ¡Ya está! Jeje, qué puñetero que soy, encima hoy la voy a escribir en inglés, que ya estoy empezando a chapurrearlo, así practicaré un poco por si algún día voy de visita a London.

“The heaven open al five day the ice, stones como camels del heaven (de antes) raining que a inquiet winter culos pum pum. The inquiet and winter culos crying because the dark golondrins ya always return a colguen the nides in the balcon”.

La traducción más o menos podría ser así: El cielo se abrirá al quinto día de las heladas. Piedras como camellos del cielo (de antes) lloverán que a inquietos y invernales culos golpearán. Los invernales culos inquietos llorarán porque las oscuras golondrinas ya jamás colgarán sus nidos en los balcones.

Nostradamus acaba y observa detenidamente la mini centuria y absoluta gilipollez escrita. No tiene ni la más remota idea de lo que ha querido decir, pero para eso la posteridad hallará la respuesta cuando el suceso haya ocurrido. No me extrañaría nada que para esta centuria el suceso fuese alguna tormenta tropical o algo así. Para los de las golondrinas oscuras ya se lo buscaremos.

Aunque me haya apartado un poco del tema, creo que no está de más revivir grandes momentos de la historia vistos desde mi perspectiva, que estuve allí y que ahora estoy aquí, y puedo dar fe de todo ello compartiéndolo con Vds.

Como iba diciendo, mi juventud, aunque joven, fue muy estresante en muchos aspectos, aparte del aspecto religioso, en el aspecto sexual lo fue aún más. A los jóvenes varones nos era muy difícil ligar pues para que nos gustase alguna joven debía de ocurrir poco menos que un milagro. La visión de las féminas no nos excitaba nada. Era muy difícil que te excitase esa poca porción de mujer que se dejaba entrever debajo de todo aquel ropaje. No podías asegurar qué era lo que se encontraba allí dentro. Yo siempre me caractericé por gustarme los selváticos y largos cabellos jugueteando contra viento y marea, y allí sólo veías abultados moños tapados con unos horrendos gorros de áspera tela atados al mentón, y que apenas te dejaba ver la cara de la propietaria. Cómo estaba la fémina perimetralmente hablando, tampoco podías adivinarlo, esos sayones de apagados colores hacían imposible que tu imaginación entrase en erupción. La única salida que te quedaba era jugártela dejándote llevar por tu inexperto instinto y tu subidón hormonal, luego después, que fuese lo que Dios quisiera en el momento despelote, que por cierto, se hacía eterno. Estaba a la orden del día pegar gatillazos a mansalva ante tanta estresante espera al encontrarte con lo que habitualmente te encontrabas.

Teníamos muchos miedos fundados en todo lo tocante a mantener relaciones sexuales, ellas más, pues en caso de averiguarse el inmoral suceso, eran señaladas con el dedo inquisidor de beatos y beatas, desterradas del lugar, y lo peor de todo….repudiadas por la propia familia. Para toda la vida llevarían ya el San Benito de ser llamadas lo que no eran. Con estos argumentos ya me contarán qué es lo que nos quedaba a los castos varones....pues eso, mucha “soledad domiciliaria”.



II. La transformación



Cumplir los dieciocho años iba a cambiar mi vida por completo. Ese día transcurrió como otro cualquiera. Como yo no era muy sopla velas que digamos, mis padres, mi hermano, y la cacatúa daltónica, se limitaron a felicitarme sin mucho entusiasmo, que fue el mismo entusiasmo que mostré yo al agradecérselo de todo corazón. El día fue noqueado de soberano ostión por una impaciente noche de luna llena, pero esta noche no era una noche cualquiera ni como otras tantas. Sentí que esa noche tenía algo especial, y llevado por no sé qué...salí a recibirla al exterior de mi casa con dirección al bosque que tantas veces me había visto tropezar con las raíces de sus árboles. Cuando la noche cayó inmisericorde sobre mi nueva adquirida mayoría de edad, miré a la luna, y ésta estaba ya casi completamente llena. Cuando el ciclo se completó, un espasmo convulsionó mi cuerpo. Noté como si fuese a explosionar todo yo. Mi cara comenzó a desencajarse, y mi perfilado tabique nasal y morretes, comenzaron a crecer y crecer crujiendo como ramas secas que se quiebran. Mis brazos y torso comenzaron a adquirir más y más tamaño. La ropa se rasgó ante la imposibilidad de contener tanta masa muscular y por todo mi cuerpo comenzó a nacer una sedosa y abundante pelambrera. Mis manos se convirtieron en enormes y afiladas garras. Mis orejas crecieron de igual manera que “casi todo” pero acabando en punta dirección Venus. En mis ojos también noté claros síntomas de cambio porque podía ver en la noche casi tan claramente como en el día, también había adquirido la facultad de tener visión panorámica y en 3D. Mi nariz se había vuelto ultra sensible. Podía oler aromas que antes nunca había olisqueado, aunque hubo algunas veces que este don no jugó mucho en mi favor, todo lo contrario.

La única decepción fue que me eché un vistacillo en "semejante parte" para ver cómo había reaccionado ésta a la transformación, y no percibí unos grandes cambios longitudinales ni significativos. Pero bueno, tampoco podía quejarme. Lo que sí estaba bastante claro es que toda mi genética estuvo esperando dieciocho años a que esto ocurriera pues no me sorprendí lo más mínimo de ver en lo que me había convertido.

El caso es que apenas me dio tiempo a hacer ensayos con ese nuevo aspecto, pues aquella primera transformación duró horas. Mi cuerpo estaba demasiado rígido, y costó lo suyo. Lo que sí pude corroborar en mis propias carnes es que la transformación no me dolió, muy al contrario de lo que las películas muestran, que parece que estuviesen matando al futuro transformado. Si lo piensan es lógico que así ocurra, ya que lo que me sucedía era un bendición del cielo al alcance de muy pocos, o así quise tomármelo yo. Me sentía genial brincando y corriendo por aquel bosque de coníferas. Era capaz de dar enormes saltos. Mi agilidad era asombrosa, y mi potencia muscular también.

De repente me entraron ganas de gritar de alegría y alboroto, pero cuál fue mi sorpresa que en vez de gritar, aullé. Este sorpresivo aullido ocasionó que me asustase a mí mismo y algunas transformaciones más me costó acostumbrarme a oírme. Cuándo la euforia pasó, y el día empezaba a dar sus primeros coletazos, comprendí sin saber por qué, que debía volver a casa. Aparte de que el sueño me había poseído después de tantas correrías, sentía la inmensa curiosidad de mirarme en el espejo del salón comedor para ver mi nuevo aspecto nocturno. Con sumo cuidado abrí la puerta de entrada para ver si todos seguían acostados y, haciendo uso de mi agudizado sentido olfativo, olfateé y casi me echa para atrás el aroma que penetró por mis lobeznas fosas nasales. Ese olor era inconfundible y, ahora además debido a mis nuevos poderes, aparte de inconfundible, ese aroma estaba elevado a su máxima potencia, mi padre ya estaba de traca como todas las noches, pero por suerte no había nadie levantado. Sigilosamente entré tapándome la nariz y el espejo me mostró mi nuevo aspecto, ¡Horror! ¡No podía ser! ¡Era albino!. Todo mi peludo yo era completamente blanco, blanco hasta doler a mi agudizada visión panorámica y en 3D. Yo era un hombre lobo albino, y además me había nacido un flequillo en plan tupé que adornaba mi protuberante frente, ¡Anda que no se me iba a ver bien en mis nocturnas salidas!, eso sí, que todo hay que decirlo, mi peludo yo era completamente sedoso, y estaba yo muy resultón tan blanquito.

Hice cientos de muecas y posturitas enfrente del espejo. Saqué bíceps, tríceps, y demás músculos susceptibles de poderse sacar, y allí reflejado en el espejo estaba yo hecho todo un fenómeno. Poco a poco la visión de mi deslumbrante color blanco había dejado de preocuparme. Estaba a punto de amanecer, y tenía que subir a mi habitación sin hacer ruido para no delatar mi lobezna presencia. Hice todo lo posible, pero no pude evitar que debido al excedente de músculos que tenía, el primer escalón se hundiese como la punta de un inocente dedo en protuberante pecho femenino. Ésta no iba a ser la única contrariedad, ya que mis inexpertas garras se habían quedado clavadas en el pasamanos de madera de la escalera, y no había ni forma humana ni forma lobezna de arrancarla de allí. Aún no controlaba la potencia de agarre de mis zarpas y debía desengancharme de allí fuese como fuese antes de que el alba levantase el telón de los despertares familiares. Todos mis intentos fueron baldíos. Mis supinos esfuerzos ocasionaron que la cacatúa daltónica se despertase y comenzase a incordiar tan soezmente como siempre vociferando y nombrándome con un vocabulario bastante doloroso para un novato hombre lobo como era yo <<¡Hombre lobo cabrón, hombre lobo cabrón!>>. A punto estuvo de despertar a toda la familia, y eso hubiese sido extremadamente grave y peligroso porque mi padre era de gatillo fácil, y seguramente sin preguntar, me hubiese obsequiado con cuarto y mitad de plomo en formato cartucho de caza. Debía de hacer callar inmediatamente a la cacatúa daltónica, cariñosamente bautizada con el nombre de Federica.

Giré mi lobezno rostro y la miré enrabietado. Para hacer más efectista mi asesina mirada y causar más impacto escénico, dejé escapar algunos hilillos de selvática saliva clavando mis rasgados ojos en ella. A Federica le cambió de sopetón hasta el color de su plumífero cuerpo. No me hizo falta hablarle. Cuando abrí mi boca dejando entrever mis enormes colmillos, la cacatúa se hizo la despistada, silbó como diciendo yo no he sido, y calló.

Al poco tiempo, el sol muy educadamente le rogó a la luna que fuese tan amable de irse a anochecer a otros lares. La luna aceptó aunque un poco a regañadientes, y se fue a oscurecer otros parajes terráqueos que ya la estaban echando de menos.

El día me sorprendió, y con él, mi cuerpo comenzó la transformación nuevamente a humano. Esto en vez de perjudicarme me benefició, pues debido a ella pude desembarazarme de la pesadita de la escalera y de su vengativo pasamanos. Mi sedosa y blanca pelambrera fue escondiéndose muy dentro de mi ser. Todo se escondió muy en mis adentros. Me temí lo peor y compulsivamente miré con temor a mis pudendos y sexuales atributos, no fuese que por equivocación también se hubiesen escondido y me hubiese quedado eunuco. Uno por el día también era sexualmente activo aunque no hubiese muchas ocasiones para demostrarlo. Por suerte, todo lo que tenía que estar...estaba en su sitio, pero debía de darme prisa en subir a mi habitación y acostarme. Como una flecha y en un visto y no visto, ya estaba acostado, y tardé apenas nada en quedarme completamente sumido en el más profundo de los sueños. Precisamente eso creí que fue lo que me había pasado. Creí que todo había sido un sueño cuando a la media hora de haberme dormido, mi padre me despertó para la laboriosa y campestre tarea diaria. Mi cuerpo se convulsionó.... ¿Qué ocurría? ¿Qué pasaba?. Jamás en la vida mi cuerpo había estado tan dolorido. Tenía agujetas hasta en el cielo de la boca, y me dolía hasta el pensamiento del de enfrente. Tardé algún tiempo en reaccionar. Mientras esto ocurría, medité y pensé, para acto seguido intentar levantarme; ardua tarea pues no podía ni mover un dedo. Demasiadas intentas sensaciones para que todo hubiese sido simplemente un wolf sueño.

Todas mis somníferas dudas se despejaron cuando me encaré frente al espejo, en él veía...es difícil explicarlo...en él veía...o quizás y para ser más exactos debería decir sentía…que algo que tenía vida y que no eran flatulencias se hallaba dentro de mí y no estaba muy acuerdo con su nueva situación. En el espejo también me sorprendió ver que tenía arañazos por todas partes.  ¡No! ¡No había sido un sueño!. Cuando bajé las escaleras y llegué al primer escalón vi las pruebas irrefutables, ahí estaban las señales inequívocas de mis correrías nocturnas. Cuando pasé al lado de Federica, ésta ni se atrevió a mirarme cuando antes siempre me obsequiaba con alguno de sus regalitos dialécticos, ¡Lo tenía ya todo claro!. No sé por qué designios del destino esa pasada noche yo había sido todo un albino e irrepetible hombre lobo.

Ese día transcurriría tan anormal como el resto de mis dieciocho años vividos. Yo seguí con mi monótona vida habitual de siempre trabajar desde el amanecer hasta el anochecer en las tierras de mis padres cuidando al ganado bovino y cultivando todo tipo de hortalizas. Lo del ganado pase porque simplemente era estar ahí para que ninguna res se perdiese ni fuese víctima de algún desastre natural. Lo peor de todo era cuando me llegaba el relevo en forma de repelente hermano, y me tocaba en suerte la sufrida labor vegetariana. A mí eso del cultivo rústico se me hacía muy cuesta arriba. Las tierras eran muy extensas, y la única aspersión que podía tener tu riego era la velocidad que tú le imprimieras al cubo cuando desalojabas el agua. El riego tenía que ser completamente manual, es decir, cubo en mano e ir a donde Cristo perdió el gorro para llenarlo en el pozo familiar. Esta hacienda era exclusiva de los días festivos. El único descanso era la obligada asistencia a misa.

Los días laborables eran muchísimo más alegres y dicharacheros. Mi padre fue el inventor del “arado a mano con propulsión a mula de por medio”. Este invento supuso un gran avance en nuestras vidas; el avance era patente. El avance era yo, o lo que es lo mismo, la propulsión que le imprimía yo al asunto tirando de riñones, que, casualidades de la vida, también eran los míos. Y claro, la diferencia era bastante notoria sobre todo para mí. El repelente de mi hermano, como era el pequeño, estaba liberado de semejante honor.

La única salvedad que tenía ese día en concreto era que estaba deseando que llegara la noche para salir de pendoneo lobezno por ahí. Quería sacarle todo el jugo que no me dio tiempo a sacarle la noche anterior. Esa noche cené tempranito y a base de bien, no quería que me faltasen energías que me impidieran poder seguir dando pingos por esos mundos de Dios de la noche anterior. Así que le dije a mi madre que me preparase un cocido de esos que hacía ella, que tardaba uno doce años en hacer la digestión. Aunque extrañada ésta pues yo era de los de las galletas con Nesquick, accedió a mi culinaria petición. Hora y media tardé en dosificarme el plato de cocido. Un par de religiosos eructos sin mala intención y con toda la educación del mundo dieron por finalizada la cena. Ya sólo restaba esperar que la noche hiciese acto de aparición.

Y llegaron las diez y las once, las doce y la una, y las dos y las tres, y nada, seguía tan humano como siempre pero más cabreado. ¿Qué era lo que ocurría? ¿Por qué una noche sí y la otra no?. A lo mejor es que no estaba relajado, o quizás es que no había hecho algo que sí hice la noche anterior, ¿Pero qué?. Fui desgranando mentalmente las dos noches minuto a minuto y segundo a segundo, y la única cosa que me faltó por hacer en la noche en vigor que sí que hice en la noche anterior, fue hacer uso y disfrute de mis " solitarios momentos domiciliarios". ¿Pero eso iba a ser? ¡Pues vaya tarea de ser esto así!. No me veía yo todos los días "dale que te pego" para poder transformarme, y esto en el mejor de los casos, porque no quería ni imaginarme en qué me transformaría en el hipotético caso de que los momentos domiciliarios no fuesen tan solitarios y sí que fuesen algo más compartidos. Pero bueno, por intentarlo no iba a quedar. No era cuestión tampoco de ir dejando flecos sueltos por ahí. Debía de asegurarme aunque esa noche no me apeteciese mucho semejante labor, ¡En fin!, manos a la obra me dije. Las manos fueron afectuosamente (como siempre) a la obra, pero la obra no estaba ni para edificaciones ni para afectos, y no pudo ser por mucho empeño y dedicación rítmica que puse.

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