Vladimir Drakulinski, una historia de vampiros - Parte 2ª

 

IV. Vlade y Vladimir

 

Vlade era el prototipo perfecto de persona seria, responsable, y ligeramente encerrada en sí misma. Le gustaba tenerlo todo controlado. Nunca dejaba nada al azar ni a la improvisación. Era un tipo a quien la naturaleza había dotado de un físico espectacular, y de un coeficiente intelectual nada despreciable. En contrapartida, Vladimir era todo lo contrario. Vladimir era un vampiro de lo más cachondo que uno se pudiera encontrar. Despistado como él solo. Le iba la juerga vampiresca más que a un tonto un lápiz. Rara era la noche que no la liaba. Era un ligón de padre y muy señor mío, continuamente asediado por las sexys murciélagas de su entorno, y no porque fuese como vampiro nada espectacular para la raza vampiresca (como pasaba con su otro yo, Vlade, con la raza humana) que no lo era, sino porque el único vampiro era él, los demás eran simples murciélagos de bajo standing, y claro, pues la verdad es que las impresionaba.

    Mientras sus congéneres se pasaban toda la noche a la caza y captura de insectos, él, después de realizar su pertinente visita nocturna al banco de sangre, plácidamente se tumbaba en un habitáculo que se había agenciado en el tejado de una casa para pasar la noche. Siempre estaba acompañado de su harem. Vladimir tenía la sana costumbre de tras el preceptivo casquete nocturno, echar un pequeño coscorrón para recuperar energías y así poder continuar con su “estresante” noche. Esta manera de tomarse la vida dejaba completamente anonadadas a sus muchísimas concubinas, las cuales le mimaban y era siempre el centro de todas las atenciones habidas y por haber. En compensación a tanto mimo, él era el encargado de satisfacer sus deseos carnales vampirescos y cual “Cid Campeador”, defenderlas de cualquier peligro que las pudiera acosar.

    Vladimir Drakulinski cuando el alba despuntaba sobre el horizonte, siempre comenzaba a encontrarse somnoliento y cansado. Sin saber por qué, siempre era guiado por no se sabe qué fuerza superior, a una casa en concreto donde finalmente y tras nunca poder realizar la maniobra aleteadora para poder efectuar el aterrizaje en la litera de abajo, se acostaba en la litera de arriba, entrando inmediatamente en los acogedores brazos de un reactivador sueño tras lo cual volvía a la vida su otro yo, Vlade, que siempre se quedaba extrañado al no entender por qué siempre despertaba en la litera de arriba cuando él se acostaba en la de abajo. Se preguntaba si sería sonámbulo compulsivo.

 >>Se hace pertinente una pequeña aclaración. Se preguntarán como hice yo, que si uno se transforma en el otro, y cada uno vive su particular vida, ¿Cuándo duermen?. Vlade en teoría debería dormir por la noche pero no puede porque se transforma en nuestro vampirín preferido, y al contrario ídem de ídem, ¿Entonces?. La respuesta más lógica que pude encontrar, porque en el libro nada ponía al respecto, es que es una forma de dormir ligeramente atípica, como igual de atípicos son nuestros protagonistas. Las transformaciones no interrumpen el sueño de ninguno de los dos debido a que cada uno duerme mientras es el otro quien vive. Tienen su parte mental implementada en el otro. Esto resulta un poco raro y engorroso, pero hay que darse cuenta que no estamos hablando de un hijo normal venido de padres humanos, y quizás por esto se escape a nuestro entendimiento.

    Vlade despertaba placenteramente como si realmente hubiera estado toda la noche inmerso en un sueño reparador, preparándose para afrontar otro soleado día. Tras darle un cariñoso abrazo a su madre, partía hacia su trabajo. Vlade a base de mucho sacrificio consiguió sacar adelante la cátedra de historia. Una vez que aprobó unas durísimas oposiciones, fue contratado como profesor en la Universidad autónoma de Transilvania.

    Vlade era un profesor muy querido sobre todo por las féminas estudiantes que, embelesadas, no le quitaban sus lascivos ojos de encima mientras impartía las clases. Esta clase era la que más suspensos sacaba por parte del alumnado femenino de toda la universidad. También era la que más solicitudes para entrar a formar parte de ella tenía, y es que cuando el profesor Vlade hacía acto de presencia, todo eran suspiros anhelantes. Las pícaras miradas de reojillo entre las alumnas lo decían todo. Tanto es así, que las de la primera fila hacían poses no muy ortodoxos y académicos que digamos, abriendo ligeramente las piernas así como el que no quiere la cosa, para ver si el profesor Vlade echaba una furtiva miradilla hacia sálvese qué partes de ellas. Pero no, o por lo menos al profesor Vlade no se le notaba. Al profesor Vlade jamás se le pasaría por la cabeza semejante cosa. Eran sus alumnas y como tales las miraba. Él pensaba que eran ligeros despistes de adolescentes, y no le daba la más mínima importancia. Seguro, que si en vez de ser Vlade hubiese sido Vladimir otro gallo hubiera cantado. Menos mal que Vladimir permanecía en la más absoluta ignorancia de las actuaciones al respecto de su otro yo, porque se hubiese tirado de los pelos. Vladimir fijo que se hubiera cepillado a la mitad más una, y le hubiera importado un huevo que fueran sus alumnas o no.

    La rutina académica de Vlade cambió cuando cierto día la clase fue interrumpida por la directora del centro, la cual entró acompañada de una nueva alumna. Las dos fueron al encuentro de Vlade e hicieron las presentaciones de rigor. La nueva alumna fue presentada como Nadia. Vlade y Nadia se miraron y no hizo falta que hablaran, sus ojos se lo dijeron todo. Vlade sintió que la conocía de toda la vida aunque nunca antes se habían visto. En los ojos de ella vio cómo él tampoco le era indiferente, es más, creyó ver que Nadia también había tenido ese fugaz pensamiento.

    En la Universidad todo eran comentarios sobre el profesor de historia Sr. Vlade. No se le conocía acompañante femenina, y tampoco se le veía salir a divertirse por las noches. Nadie lo entendía. Era joven, guapo, inteligente, y podría tener a la chica que hubiera querido. Las lenguas viperinas y envidiosas dejaron correr el malintencionado rumor de que Vlade era homosexual. Impensable inclinación sexual para la época en la que se encontraban. Cómo iban a saber que por las noches Vlade no existía, y que por el día pagaba caro los excesos sexuales nocturnos de Vladimir con un desinterés total por las mujeres. Vladimir era la parte dominante en esta extraña simbiosis vampiresca. Vlade siempre iba a remolque de lo que a su otro yo le ocurriera en su deambular nocturno, incluso en su cuerpo, a veces, podían observarse señales inequívocas de estas andanzas.

    Nada de esto era ajeno a la paternal mirada de Drácula, el padre de Vladimir. Él permanecía como mero observador por si en algún momento se hiciese imprescindible su intervención. De momento sus planes fallaban. Vladimir seguía igual que siempre. Seguía sin importarle nada. Solo en el mundo y quizás por esto, él iba a su bola. Era igual de rebelde que siempre, pero Drácula tenía la certeza que llegaría el día en el que Vladimir alcanzaría la madurez necesaria para poder llevar a cabo la misión para la que había sido enviado a la tierra,  y por la que el solitario Conde Drácula pudiera por fin terminar de pagar una culpa que le atormentaba desde toda la eternidad. Para ello necesitaba la estimable ayuda de su pasota vástago Vladimir Drakulinski, y donde el amor tendría muchas cosas que contar.

    El tiempo fue pasando y las cosas se complicaron para Vladimir Drakulinski. Una noche como otras tantas en la que iba a por su hematóloga ración diaria, al llegar al hospital y cuando se disponía a aterrizar como siempre fatal, se dio de bruces con un cartel informativo que estaba colocado en la entrada y que decía textualmente:

    ― Cerrado por defunción de todos los enfermos y personal sanitario, debido a una epidemia de tuberculosis que no se sabe por qué contrajeron. Se recomienda a todo el personal al que se le hayan practicado transfusiones, o que por otra causa hayan estado en contacto con la sangre de aquí, acudan urgentemente al hospital más cercano para que les sean realizados estudios exhaustivos por si han contraído la temible enfermedad. No hace falta volante del médico de familia, y tendrán preferencia los que al toser observen que arrancan de sus adentros sustancias sanguinolentas―.

    ― Para acabar quisiera decir un par de cosas. Una, que soy el vigilante del hospital, y que si alguien está leyendo esto ya la habré cascado. Dos, que el ratón ese enorme con alas que todas las noches esperaba que empezara la ronda para entrar al banco de sangre, que no se crea que me la pegaba, incluso dormido me hubiera dado cuenta de su presencia. Era imposible que pasara desapercibido. Hacía un montón de ruido al golpearse con todas las paredes que había entre la entrada del hospital y la puerta del banco de sangre, pero me hice el despistado porque la sangre no era mía, y para lo que me pagaban, tampoco tenía mucha ilusión en salir detrás de él a escobazos ―.

    Vladimir Drakulinski se quedó petrificado tras la lectura de ese aviso tan conciso y a la vez tan significativo. ¿Habría contraído él la pulmonar enfermedad?. Preocupantes dudas se apoderaron de él. Con un temor nada afín a su ilustre cuna, a Vladimir no le quedaba más remedio que efectuarse a sí mismo la prueba que había leído en el aviso del hospital. Tenía que producirse un tosido propio para ver qué era lo que arrancaba. Vladimir alzó el vuelo y se encaramó sobre las ramas de un árbol. Supuso que allí correrían aires más saludables. Cuando estuvo preparado y concentrado, hizo el primer intento. Titubeante dejó escapar un casi imperceptible egg….eggg….del cual no fue capaz de arrancar nada, lo único que produjo este leve intento en su garganta fueron cosquillas vampirescas, pero esto le sirvió de entrenamiento y para adquirir auto confianza, y sí, a la segunda fue la vencida, Vladimir inundó de aire sin ningún miedo sus pulmones, y ante el estruendo del tosido, miles de avecillas nocturnas salieron de estampida. Vladimir casi echó el bofe por la boca. Ahora sólo era cuestión de comprobar el resultado.

    Vladimir se dio la vuelta para que nadie lo pudiera ver, y dejó escapar aquel producto de sus adentros en su mano derecha. ¡Horror! ¡Había echado sangre a mansalva!. Todos los pelos de su cuerpo, incluidas las alas, se pusieron como escarpias. Debido a la impresión, súbitamente el alerón derecho le golpeó en los morros, y al no estar bien sujeto a la rama perdió el equilibrio y cayó en barrena sobre el suelo del bosque de coníferas. El impacto fue demoledor. Vladimir estuvo dos horas y media inconsciente a merced de cualquier alimaña que pudiera coincidir con él en tiempo y lugar. Nuestro vampirín tuvo muchísima fortuna, y ésta se alió con él porque la única alimaña que pasó por allí lo confundió con un geyper man alado, y no le prestó la más mínima atención, aparte de que esta alimaña en concreto, padecía sinusitis y vista cansada debido a la edad. Los sentidos del olfato y de la vista los tenía ligeramente jodidos.

 

V. Vlade y Nadia

 

Vladimir esa noche no pudo regresar a su litera de arriba pues el día le sorprendió inconsciente. El lugar de nuestro vampiro preferido ya había sido ocupado por Vlade, el cual no daba crédito a lo que veía. ¿Cómo había llegado él allí en aquellas condiciones? ¡Estaba en bolas!. En su fuero interno la idea de su supuesto sonambulismo cada vez se hacía más patente. ¡Pero algo le pasaba! ¡No se encontraba bien!. Se notaba cansado. Tenía un terrible dolor de cabeza y una carraspera en la garganta digna de record Guiness. Tenía una extraña sensación. Sentía que había estado inmerso en un sueño, pero no uno como otros tantos, no, este sueño tenía algo diferente, era demasiado real para ser simplemente eso. Como pudo llegó a casa. Desayunó sin mucho apetito, y tras darle un abrazo a su querida madre se dirigió a la universidad como habitualmente hacía todos los días. Antes se pasó por el kiosco que había enfrente y compró el periódico. Observó que en el "New Transilvania Times" en enormes titulares decía:

    — Tragedy in The Hospital Center of Transilvaniski”. Una epidemia de tuberculosis ha acabado con la vida de todos los enfermos y personal sanitario. Dicho hospital estuvo secretamente en cuarentena durante cinco años y medio, por lo que no se cree que nadie del exterior haya contraído la fatídica enfermedad

    ¡Vlade no podía creerlo! ¡Él ya lo sabía porque su sueño se lo había revelado!. Entonces no se sabe a ciencia cierta porqué le vino a su memoria la imagen de un vampiro cayendo de un árbol estampándose contra el suelo. ¿Qué papel jugaba ese vampiro en sus recuerdos?. Meditabundo y cabizbajo se dirigió a su aula para impartir las preceptivas enseñanzas históricas. Las alumnas notaron enseguida que su admirado y deseado profesor no era el mismo de todos los días. Tenía continuas lagunas mentales mientras iba desarrollando los temas preparados. Su aspecto físico, que era en lo que ellas más se fijaban, dejaba también mucho que desear; ojeras como pianos acompañaban como amigos inseparables a sus ojos, pero sobre todo lo que más preocupó al alumnado femenino era esa actitud de agotamiento tan bestial del que hacía gala. Nadia, la alumna nueva, se levantó de su pupitre y fue al encuentro del profesor Vlade, éste, levantó la cabeza, y dejando escapar una tímida sonrisa le preguntó qué era lo que quería. La nueva alumna alentó al profesor con sus dulces palabras. Nadie pudo escuchar la conversación entre ambos. Sólo pudieron observar que se fueron juntos cuando el profesor Vlade dio por finalizado aquel día la clase.

    Nadia convenció a Vlade que debería ir a algún hospital para que le hiciesen pruebas y saber cuál era el motivo de aquel cambio tan repentino de salud. Ella gustosamente le acompañaría. Como en aquella comunidad autónoma no había más hospital que el que había cerrado por defunción de toda persona viva, decidieron desplazarse a la comunidad autónoma contigua a la suya donde pudiesen dar con el problema de salud que le afectaba.

    Entretanto Nadia, mientras esperaba en sala de espera, no podía dejar de pensar en Vlade. Algo en Vlade le decía que tenían muchas más cosas en común de lo que pensaban. Su instinto le decía que Vlade era la persona que había estado buscando toda su vida, y que por fin había encontrado.

    Vlade por fin salió, y encontrándose a la espera de conocer los resultados del concienzudo estudio que le hicieron, llamó a Nadia para que estuviera con él en esos momentos tan importantes.

    El eminente bacteriólogo Dr. Virulenski, tras estudiar detenidamente todas las pruebas realizadas y pedirle a Nadia que los dejara solos, le comunicó a Vlade que padecía una rara enfermedad en su sangre. Enfermedad que él no entendía porque su sangre no era de grupo conocido alguno, aparte de ser víctima de un agotamiento físico de órdago. También le dijo que debería dejar el tabaco ya que tenía los pulmones algo afectados y oscurecidos. Vlade le respondió que eso era imposible. Él llevaba una vida de lo más sana y sin ningún tipo de excesos. Nunca había fumado, pero a Vlade lo que más le preocupó fue el problema con su sangre y le preguntó al Dr. sobre ello. El Dr. Virulenski le respondió que no podía decirle nada más porque su ignorancia sobre esa dolencia era total. Simplemente le aconsejó que intentara cuidarse lo máximo posible, a la espera de acontecimientos para ver la evolución de su mal. Ya luego decidirían qué hacer y dónde, cosa que el doctor no tenía ni la más remota idea para poder tratarle sobre ese tipo de sangre desconocida, y esa anemia galopante que padecía.

    Vlade salió de la consulta muy preocupado y cariacontecido. Preocupación que no pasó desapercibida para Nadia. Vlade no quiso decirle la verdad sobre la conversación que sostuvo con el médico, y simplemente le dijo que estaba bajo de defensas, y que debía de cuidarse. Vlade y Nadia salieron juntos de aquel hospital y se dirigieron a casa de ella donde tras una cariñosa despedida decidieron que quedarían para otro día. Vlade con un lento caminar y meditabundo llegó a casa. Esa noche no quiso cenar. Sólo quería acostarse en su litera de abajo y dormirse para no tener que pensar.

    La noche llegó y con ella nuestro Vladimir. También al igual que Vlade, Vladimir esa noche se sentía algo extraño. Sus vivencias de la noche anterior volvieron a tomar forma en su vampírica memoria. Esa noche no alzó el vuelo. Por algún motivo no quería abandonar la casa, sólo dio un saltito y se quedó sentado en el marco de la ventana dirigiendo su mirada al cielo. Vladimir observó sorprendido como una nubosa bruma apareció de la nada ante él, y cómo de entre esa bruma asomó un ser muy parecido a él, aunque eso sí, bastante más grande. Era el lugarteniente del jefe, el cual le dijo a Vladimir:

Lugarteniente - ¡Vladimir! ¿Qué te pasa hombre, quiero decir...Vampiro?

Vladimir -  ¿Tú quién eres y por qué sabes que me pasa algo?

>>Vladimir en otras circunstancias se hubiera pegado un susto de mírame y no me toques, pero esa noche ni cayo en eso, estaba con la moral por los suelos.

Lugarteniente - No seas preguntón Vladimir y contéstame.

Vladimir - ¡Pues qué me va a pasar!. Creo que tengo tuberculosis y estoy muy acojonado. Anoche cuando tosí aposta, vi que escupí sangre, principal y claro síntoma de que tengo esa enfermedad.

    >>El lugarteniente, a sabiendas que podría cagarla si su jefe se enteraba que iba a ayudar a Vladimir, le volvió a decir:

Lugarteniente - Vamos a ver Vladimir. Soy tu vampiro de la guarda (tampoco quería que Vladimir atara cabos y recordara quién era realmente). Cómo cojones no vas a tener sangre dentro de ti mismo si eres un vampiro. No querrás tener gelatina de fresa. Pues claro que tienes sangre como todos los de tu estirpe, pero te puedo asegurar que tuberculosis no, así que venga y espabila ¡eh!

     >>Para demostrárselo, el lugarteniente del jefe hizo exactamente lo mismo que Vladimir, y tosió aposta mostrándole luego el resultado. Nuestro vampirín preferido, muy alegre todo él, comprobó que le había pasado lo mismo, y se quedó muchísimo más tranquilo.

    Tras darle las gracias a aquel poco agraciado y alado ser, las brumas volvieron como siempre, y antes de partir este ser le dijo:

Lugarteniente -  Vladimir, que esto no caiga en saco roto que me la estoy jugando por ti.

    >>Dicho esto, la nubosa bruma desapareció, y el "vampiro de la guarda" se esfumó con ella.

    Para Vladimir Drakulinski esas palabras fueron como cantos de dioses vampirescos caídas del cielo, porque de un plumazo desaparecieron todos los síntomas tuberculosos que creía padecer. Sin pensárselo dos veces, sólo lo pensó una y algo, cogió carrerilla y despegó como siempre fatal. Cuando se dirigía a una dirección concreta frenó bruscamente en seco en el aire pues recordó que su sustento diario ya no se encontraba allí ¡Joder!, dijo ligeramente enfadado, ¿Ahora cómo me la maravillaría yo?. Dándole vueltas y más vueltas a la cabeza, y visto que el hambre que sentía se estaba haciendo fuerte dentro de su ser, no tuvo más remedio que ponerse a observar cómo sus inferiores congéneres seguían buscándose la vida cazando insectos. Él quiso probar. A lo mejor aquellos bichos no estaban tan repugnantemente malos, y el caso era subsistir como fuera. Su supervivencia estomacal mandaba, y no veía que le fuera a resultar tan difícil cazar algo que llevarse a la boca. Él era el más grande, y si aquellos jodidos pequeñajos podían hacerlo, él también podría.

    Con aires de suficiencia, y sabiendo que era el blanco de las miradas de su harem murcielaguil, que nunca lo habían visto cazar porque nunca tuvo la necesidad de hacerlo, se dispuso a dar muestra de su habilidad. Previa observación de las tácticas de caza de sus súbditos, y de hacer un intenso estudio de su entorno, su primera víctima hizo aparición. Era una polilla dominguera de aceptables dimensiones, y con una cara de mala ostia que para qué las prisas. Vladimir no se lo pensó. Tampoco era lo suyo, y se lanzó sobre ella. La astuta polilla, al ver la habilidad para despegar de su oponente, no pudo hacer otra cosa que troncharse de la risa. El orgullo de nuestro vampirete estaba quedando en entredicho. Vladimir bastante enfadado le dijo: ¡Con que esas tenemos eh! ¡Ahora verás!

    Haciendo uso de su innato sentido de radar, enfocó a la polilla dominguera, y atacó nuevamente con mucha más convicción si cabe, pero Vladimir no cayó en la cuenta que pocas veces le había hecho falta su uso y disfrute, y su innato radar andaba ligeramente desajustado por falta de práctica. La polilla dominguera le hizo un dribling en el último momento, el cual consiguió que Vladimir errara en el ataque. Vladimir tampoco se había percatado que detrás de la polilla había un edificio de cinco pisos con ático incluido. No le dio tiempo a evitarlo, y sin remisión se estampó contra él. El harem murcielaguil al ver semejante demostración de audacia no pudo por más que al unísono carcajearse de Vladimir Drakulinski sin ningún tipo de recato ni moderación. Sus congéneres de bajo rango hicieron una parada en su frenética caza, y todos, como si de una película de humor se tratara, se sentaron en primera fila para ver in situ en acción a quien tantas veces les había menospreciado, y por supuesto, ni que decir tiene, descojonarse de él con frases tales como: —Vladiiii jajaja, si no has sido capaz de cazar a ese polillón ¿cuando lleguen los mosquitos qué vas a hacer?? Jajajajaja —  o  — Vladiiiii jajajaja noooo, que eso es una bellota, que no es una libélula jajajaja —

    El cachondeo que se formó allí fue tremendo. Seres alados de todas las latitudes llegaron allí para comprobar por sí mismos semejante acontecimiento.

    Nuestro vampirín preferido lo único que pudo cazar en tres horas que estuvo dale que te pego, fue una cagada de una golondrina que le sobrevoló. El ridículo que hizo fue espantoso, y su estatus social en aquella comunidad había caído en picado por muchos cortes de mangas que les hiciera. Vladimir desistió. Ya las fuerzas le fallaban, y los calambres empezaron a hacer acto de aparición en sus alas impidiéndole volar. Pero algo tenía que hacer, a él lo que realmente le gustaba era la sangre, pero a ver de dónde narices la sacaba. Como no podía volar por el cansancio acumulado, Vladimir bajó reptando por la pared del edificio donde se encontraba, y una vez en el suelo comenzó a dar paseítos de un lado para otro con la cabeza agachada y las garras asidas por detrás. Estaba intentando pensar. Tan absorto estaba en sus pensamientos que, sin darse cuenta, fue a dar con sus huesos a una granja avícola que se hallaba por los alrededores.  Como un furtivo ladrón escurridizo, y después de esquivar en varias ocasiones las patadas que le lanzaban las vacas que allí había, fue a parar a una zona bastante más esperanzadora para sus fines comestibles. Nunca había visto a esos animales con cresta, pero al igual que cuando la ambulancia, también aquí comenzó a oler ese tufillo que sin duda le indicaba que allí había sangre por algún lado ¿Pero dónde?, no veía ninguna bolsa esterilizada por allí, y él no conocía otros recipientes que pudieran contener su preciado suero de la vida.

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