Vladimir Drakulinski, una historia de vampiros - Parte 3ª

 

Vladimir haciendo uso de su aguda vista nocturna, que antes utilizaba para otros menesteres más lúdicos, vio cómo del lomo plumífero de un animal de aquellos, brotaba un reguerillo rojo. Los ojos le empezaron a hacer chiribitas nuevamente porque ahí es donde estaba su tan deseado manjar. Ni corto ni perezoso se subió al palo de ese gallinero, y se colocó al lado del animal aquel. Le pareció inmenso. La estrategia que pensó de momento fue hacerse el despistado allí a su lado para actuar cuando aquella mole se durmiera. Para conseguirlo no se le ocurrió otra cosa que ponerse a silbar la canción de la gallina Turuleta. Iba bien para la ocasión. Al rato, y casi cuando el que se estaba quedando dormido era él, miró, y vio que aquella mole por fin cerraba los ojos.

 ¡Ahora es la mía!, dijo para sus adentros. Se acercó con cautela a aquellas enormes patas, y clavó sus colmillos con gran gula, pero se había precipitado, como nunca había hecho eso, no sabía que debía hacerlo poco a poco para dar tiempo a que el anestésico y el anticoagulante que tenía su saliva surtiera efecto, así su víctima no sentiría dolor por tan tremenda incisión. La mala suerte de Vladimir fue que aparte de que la dosis de sangre que consiguió succionar no le había quitado para nada el hambre porque la sangre se coaguló al primer chupetón, don gallo, que era el semental del gallinero, se despertase al sentir el súbito mordisco de Vladimir Drakulinski :

¡Eh!  ¿Qué ha sido eso?

Esto pensó la mole con cresta al no haber sentido nunca esa dolorosa sensación. El gallo en cuestión miró para abajo y pilló in fraganti a Vladimir. Éste, al verse sorprendido, miró para arriba hasta donde casi su mirada se perdía, y con cara de yo no he sido, y sonriendo lastimeramente le dijo:

¡Perdón! creí que las patas no eran suyas. Como tiene la cabeza tan arriba, creí que iban aparte, perdón, perdón

    Vladimir, aprovechando esos momentos de indecisión del gallo ante el coraje que le demostró, y la poca energía que logró reunir con ese escueto aperitivo sanguíneo, alzó con gran potencia nuevamente el vuelo. Si en condiciones normales siempre que despegaba tenía serios problemas, ahora ese ímpetu hizo que atravesara la pared de madera de aquel gallinero como si tal cosa. Para su sorpresa no le dolió nada. El terror que le produjo aquella cabeza con cresta pudo más que otro golpe más de los tantos que se pegaba en sus nocturnos vuelos. Pero esta experiencia le había enseñado los lugares donde a partir de ahora podía encontrar la sangre que tanto necesitaba. Ya nadie se volvería a reír de él. Vladimir sabía que él no era como esos murcielaguillos, y también tenía muy claro que tendría que buscarse otro lugar a donde ir, y donde nadie supiera nada sobre él.

    Después de esta gran victoria, Vladimir revoloteó sobre el cielo transilvánico ejecutando infinidad de arriesgadas piruetas. Se sentía capaz de hacer cualquier cosa tras haberse enfrentado con tanto éxito al gallo aquel. También se permitió el lujo de hacerle una pedorreta a la polilla dominguera que tanto se descojonó de él, y que se encontró nuevamente por casualidad. La persiguió detallándole toda la gama de improperios vampirescos que tenía estudiados. La polilla, ajena a esta nueva gilipollez del pesado del vampiro, siguió su camino como si tal cosa.

    Vladimir en esta ocasión, en vez de salir a toda leche en dirección a la casa antes de que el amanecer lo sorprendiera como siempre hacía, se fue una hora antes y relajadamente en su litera de arriba esperó esa dulce sensación de dejadez que le llevaba a no sabía qué parte.

    Vlade como cada día despertó, y su primer pensamiento fue para Nadia y lo bien que se había portado con él. Presurosamente se vistió. Tenía unas ganas enormes de volver a encontrarse con ella. Nunca había sentido tanta atracción por una mujer y, por supuesto, no estaba dispuesto a dejarla escapar. Vlade llegó a la clase y allí estaba. Los dos volvieron a mirarse, y los dos dejaron escapar una ligera sonrisa de complicidad. Lo del día anterior no fue por mera casualidad. Entre ellos había nacido algo maravilloso. Era como si hubieran estado enamorados toda la vida, y los dos estaban deseando que la clase concluyese para poder estar juntos.

    Nadia esperó a Vlade en un lugar fuera de posibles miradas indiscretas. seguían siendo profesor y alumna, y de momento, el inicio de su relación debía permanecer en el más absoluto secreto. Vlade y Nadia se fueron juntos a un lugar apartado donde estuvieron hablando horas y horas. Se lo contaron todo sin ningún tipo de reservas abriendo sus corazones de par en par. En sus vidas había muchas coincidencias inclusive en las nulas relaciones de ambos con personas del otro sexo, y la también inexistente vida nocturna, pero los dos voluntariamente omitieron comentar nada más sobre ello, Vlade por ignorancia, y Nadia por miedo a perder lo que durante tanto tiempo había ansiado encontrar y ahora tenía. Entonces entre ellos lo inevitable ocurrió. Dejándose llevar por el momento dieron rienda suelta a sus más ocultos deseos, y tras un titubeante y tímido beso entraron en un sin fin de caricias y abrazos, para acabar haciendo frenéticamente el amor.

    Vlade, tras acompañar a Nadia y despedir ese maravilloso día, no volvió a su casa como siempre, prefirió dar un paseo al amparo de ese cielo estrellado que había sido testigo de tanto cariño. Vlade ascendió una pequeña colina desde la cual se divisaba la solitaria e iluminada ciudad. Ensimismado y absorto en sus pensamientos se quedó plácidamente dormido. Al instante siguiente, un bulto enfurruñado corría para arriba y para abajo intentando salir de entre tanta ropa sin encontrar la forma de hacerlo. Se había quedado encerrado dentro de los slips de cuello alto que Vlade llevaba puestos, y se estaba empezando a atufar pues aunque Vlade era una persona muy pulcra, después de tanto ajetreo sexual, la cosa no estaba como para respirar naturaleza que digamos. Vladimir entre ¡Cachis en diez! y diversos ¡Mecagoentoloquesemenea!, haciendo un último y supino esfuerzo logró salir por la bragueta del pantalón, no sin antes mantener una dura lucha con los botones de ésta. Tras unos breves momentos que se tomó para llenar sus pulmoncillos vampirescos de aire puro natural y nocturno, voló y voló en pos de la conquista de nuevos territorios donde nunca hubieran oído hablar de él.

VI. Natasha

 

Sin saber cómo (lo contrario hubiese sido inaudito), Vladimir llegó a un lugar donde antes nunca había estado. Era un bosque que helaba la sangre y no para su conservación y posterior degustación, sino por lo tétrico que resultaba. Así se quedó Vladimir, helado hasta tal punto que un ala se le encogió de tal manera que se iba manteniendo a duras penas firme en el aire. Veía sombras terroríficas por todos sitios. Hasta los árboles le parecían monstruosas formas dispuestas a acabar con él. Con un tembleque que hasta los pensamientos le tiritaban, Vladimir pudo refugiarse en un nido donde la compañía de tres polluelos de indefensos aguiluchos le tranquilizó. Vladimir se pegó a ellos como una lapa. Pensó que si era verdad eso de que la unión hacía la fuerza, quedarse allí era su mejor opción, mejor dicho, su única opción.

    Cuando los tiritones se le pasaron y pudo pensar con claridad, cayó en la cuenta que su integridad física corría serio peligro si la progenitora de dichos compañeros de fatigas llegaba, así que ya más sereno y previa comprobación de que su acojonado alerón volvía a dejarse dominar por él, abandonó aquel lúgubre e inhóspito bosque como si le hubieran puesto un cartucho de dinamita en su real trasero. La noche no empezaba nada bien. Pensó que quizás no era buena idea haber abandonado su anterior hábitat por muchas humillaciones que hubiese tenido que soportar. Todo le resultaba tan extraño… pero ya no había marcha atrás. A lo hecho pecho. Esta dura prueba que la vida le estaba obligando a pasar no le amilanaría.

    Vladimír puso rumbo a su más que incierto futuro. Debía hacerse un hueco en este mundo cruel, y encontrar lo antes posible otro nuevo hogar. Se prometió a sí mismo solemnemente que jamás volvería a hacer el espantoso ridículo que le obligó a abandonar su tan alto estatus social dentro de aquel clan vampiromurcielaguil. Como llevado en volandas, y como si el destino quisiera entrar a formar parte activa de su vida, nuestro vampirín preferido llegó a un lugar y frenó en seco su vuelo. ese lugar le inspiraba confianza. Como era habitual en él, antes de terminar de frenar del todo, se estampó contra una rama que un inoportuno árbol había osado poner en su camino. Esto fue realmente lo que le frenó. Cuando se recuperó del fuerte golpe, se puso a inspeccionar visualmente aquel nuevo hábitat. La primera impresión fue bastante reconfortante para él. Aquel lugar era lo que estaba buscando. Un lugar en el que su presencia pasaría totalmente inadvertida para el resto de la fauna animal que allí habitaba. Muchos de aquellos animales ya los había visto alguna vez, y no se sentía para nada en tierra extraña.

    Después de escuetos minutos de metódica observación, y de sacar sus propias conclusiones sobre todo lo que estaba viendo (que por cierto no sacó ninguna conclusión, para qué) Vladimir vio fugazmente cómo una alada silueta de sugerentes formas sobrevoló su cabeza. Ésta hizo que ante sus ambos dos ojos desapareciera brevemente la magnética visión de la luna llena — ¡Joder, qué ha sido eso! — se preguntó. No se podía quedar así sin hacer nada, además, el rebufo de aquella alada silueta que había sobrevolado su cabeza, le había acelerado sus latidos cardiacos, y le había hecho sentir cardíacas sensaciones que hasta ese momento jamás había sentido en sus adentros corpóreos. Por un aromático tufillo característico que dejó tras su paso, y que a un vampiro que se precie no se le escapa, Vladimir tuvo claro que se trataba de una hembra, aunque no sabía de qué especie.

    Dejándose llevar por su sentido más desarrollado, que no era otro que el de la orientación, Vladimir se dirigió justo en dirección contraria hacia donde debería de haber ido para descubrir qué era aquella silueta alada. Cuando quiso percatarse de su nuevo error, de aquella sombra alada sólo quedaba eso, la sombra. Él, alguna vez sin saber dónde, había escuchado que preguntando siempre se llegaba a Roma, y eso pretendió hacer aunque poco después desechase esta idea. ¿Para qué iba a preguntar por dónde se iba a Roma?. A él que más le daba eso. Debía preguntar qué o quién era aquello que vio. Eso intentó hacer pero ni Dios le entendió porque la fauna aquella hablaba Transilvánico cerrado. Vladimir lo intentó de todas las formas posibles, ¿Espikininglis?, ¿Parles vous francés?, ¿Parláre italiano?. Nada, la única respuesta que encontraba eran caras de estupefacción e incredulidad por doquier hasta que por fin a sus oídos llegaron sendos pssssss,,,psssss. Dichos dos sonidos onomatopéyicos procedían de un viejo búho real que se encontraba encima de un árbol, y que en su juventud había estado de vacaciones en la tierra donde Vladimir había nacido.

Búho Real -  ¡Vampiro!, ¿Qué te ocurre?

Vladimir - Pues mira...., es que soy un recién llegado, y mientras estaba observando este lugar he visto pasar algo que no sé muy bien lo que era, pero la verdad es que me ha causado un impacto tremendo. Era una silueta alada, y digo yo que esa silueta sería de alguien ¿Tú sabes algo?

>>El búho real, que por cierto era el cotillo del lugar asintió con la cabeza.

Búho Real - ¡Claro que lo sé!. He sido espectador ocasional de lo que me cuentas. Se trata de Natasha la vampiresa.

Vladimir - ¿Vampiresa?.

>> Vladimir no daba crédito a lo que había escuchado. Nunca había visto ninguna. El nombrecito que le dijo el búho real le puso los pelos, y lo que no son los pelos de punta. ¡Natashaaa!. Vladimir no voló, literalmente flotó. No le hicieron falta ni sus alerones para ascender ingrávido casi hasta los cielos. Fue la primera vez que mostró una sublime elegancia en su vuelo. Parecía un bailarín de claque dominando los más variados estilos de vuelos vampirescos. Con premura e inquietud preguntó al búho real dónde la podría encontrar.

Vladimir - ¿Dónde puedo encontrarla?

>>Conrado, que así se llamaba el búho real, le dijo.

Conrado – No lo sé Vampiro. Nadie sabe nada sobre ella. Natasha se deja ver por aquí muy de tarde en tarde. Todo lo que rodea a la solitaria y enigmática Natasha es un completo misterio para toda la comunidad. Lo que sí te puedo decir es que no lo vas a tener nada fácil para dar con ella.

>>Vladimir no se desanimó ante el varapalo dialéctico del búho, al contrario, nuestro vampirín preferido que si algo era, era cabezón, se juró a si mismo que daría con ella pasase el tiempo que pasase, aunque tuviera que remover cielo y tierra la encontraría. Tenía toda una vida para hacerlo. Sólo había un pequeño inconveniente. ¿Por dónde narices empezar su búsqueda?. El tiempo se le estaba echando encima, y ya empezaba a notar los primeros síntomas inequívocos de que el día estaba empezaba a dar sus primeros coletazos, y debía volver a su litera de arriba. Vlade estaba comenzando a llamar insistentemente a la puerta de su subconsciente. 


>>Vladimir se despidió del búho cotillo, no sin antes cerciorarse de que lo encontraría allí la próxima vez. Vladimir se dio cuenta de que era un aliado idóneo para sus pretensiones debido al tan desarrollado sentido del cotilleo del que hacía gala, y podía sacarle muchísima información.


    Vladimir alzó el vuelo y partió de allí a meteórica velocidad. Se durmió esa mañana pensando en esa silueta alada de la cual se había quedado prendado. Pensaba que si aquella silueta sin propietaria visible le había acelerado el ritmo cardiaco cuan caballo desbocado, cuando conociera a la inquilina de esa silueta ¿Qué le ocurriría? Con una sonrisilla maliciosa se acurrucó en brazos de Morfeo, y la transformación en Vlade se produjo de inmediato como todos los días y fiestas de guardar.

VII. Vlade y el psicoanálisis

 

Vlade despertó pero cada vez los recuerdos de las noches vividas por Vladimir eran más reales e intensos. Sentía que no era el único dueño de su vida. Tenía claro que algo le ocurría. Después de desperezarse y desayunar, Vlade pensó que iría a hablar con el rector para pedirle que le sustituyeran ese día. Le debían un día de asuntos propios, y su intención era aprovecharlo para averiguar qué le pasaba. La única manera que creyó que sería la ideal, era acudir a la consulta de un afamado psiquiatra de la ciudad que se anunciaba en las páginas de contactos. No se habían inventado todavía las páginas amarillas; y en algún sitio se tenía que anunciar el buen señor. Iría y le contaría su problema. Quería desechar cualquier idea de una posible enfermedad psicosomática. Vlade acudió a la consulta particular del Dr. Freudoski.


>>El Dr. Freudoski era una eminencia en el campo del Psicoanálisis. Había resuelto satisfactoriamente multitud de difíciles casos de esquizofrenia, psicosis obsesivas, y demás disfunciones psíquicas, vamos, que los había resuelto satisfactoriamente para su gusto, porque para los enfermos que padecían esas enfermedades mentales, la verdad es que a raíz de acabar la terapia del doctor, su vida sexual quedaba destruida completamente para siempre. Este afamado doctor parece ser que era muy dado a relacionar cualquier tipo de enfermedad mental con disfunciones o problemas sexuales. 

    Hubo un caso muy famoso que pasó a los anales de la historia de la psiquiatría, y que aún hoy después de tantísimo tiempo sigue siendo punto de referencia para los nuevos valores de la psiquiatría actual. Este caso fue conocido coloquialmente como el caso de la “pandereta carnívora”, y así consta en hoja que venia suelta acompañando a la página, y que trascribo textualmente.

>>Un paciente, una noche sí y la otra también, tenía fuertes y terroríficas pesadillas. En navidad, unas grandes manos sacaban de un baúl una pandereta que le había regalado su madre. La empezaba a golpear y golpear violentamente hasta que la destrozaba. Cuando esas manos desaparecían,  a la pandereta le crecían dientes afilados como cuchillos que perseguían sin compasión al durmiente dándole caza y sesgando de raíz sus nobles partes.

>>Tras largos meses de terapia y psicoanálisis, el doctor Freudoski llegó a la conclusión que aparte de que el poseedor de la enfermedad era pelín gay, este sueño era tan repetitivo porque el paciente en plena adolescencia, y sin tener las ideas muy claras sobre sus tendencias sexuales…un día 25 de Diciembre fun, fun ,fun....se cepilló sin miramientos a una prima lejana. Cuando su padre se enteró de este lamentable hecho, le puso el culo como un bebedero de patos, a base de azotes, que le impidió poder sentarse sin dolores en dos semanas, por lo que el subconsciente del enfermo en cuestión, intentaba comunicarle a su propietario que eso de “cuanto más primo más te lo arrimo” de eso nada de nada. Así que simbólicamente hablando, relacionó la somanta de palos del padre en el culo de su hijo con la pandereta, y con su hasta ese momento desconocida, para él, homosexualidad latente.

>> Cuando el paciente fue informado del diagnóstico y del consecuente tratamiento, le dio una apoplejía en su miembro viril de la cual ya no se recuperó jamás, teniendo en cuenta además, que dicho paciente no tenía ni tuvo ninguna prima ni lejana ni cercana, y que tampoco era homosexual. El único consuelo que le quedó a este paciente fue pensar que menos mal que no le había dado a su subconsciente por mandarle mensajitos en el que se viera soplando el saxofón de otro.

    Vlade entró a la consulta siendo desconocedor de todo esto. Tras las preceptivas presentaciones, sin dilación pasó a contarle su problema y sueños. Vlade le explicó al doctor Freudoski que últimamente sentía que no era dueño de su vida. Nunca había recordado nada de lo que ocurría por las noches en esos sueños, a excepción de efímeros flashes, pero que de un tiempo a esta parte eran incesantes las vivencias que padecía con un torpe vampiro. Eran tan reales que los sentía como propios. Una vez que acabó la pormenorizada explicación sobre su gran problema, se hizo el silencio. Vlade no se atrevió a decir nada al creer que el doctor estaba pensando concienzudamente en lo que le acaba de narrar. A las dos horas y media, un tremendo ronquido del doctor Freudoski sacó también a Vlade de un inesperado coscorrón que le había sumido en un profundo sueño mientras esperaba a que el doctor dijera algo.


    ¡Ejem...ejemm..! dijo el doctor. Estimado paciente, me he quedado atónito ante lo que he oído, y después de sopesarlo he llegado a la conclusión que sería conveniente probar con usted mi último y revolucionario método curativo. Todavía está en vías de desarrollo, pero usted cumple todo los requisitos que considero imprescindibles. Es el paciente ideal. Le propongo poner en práctica un método de diagnosis mediante hipnosis regresiva mucho más sofisticada que la que actualmente está en vigor. Vlade confiando plenamente autorizó dicha práctica, y tras entregarle un pequeño tratamiento pre hipnótico fue citado para la siguiente semana.

    Vlade salió algo desorientado de la consulta, y se dirigió a casa de Nadia, la cual estaba esperándole ansiosamente. Nadia le preguntó por qué no había asistido a impartir las clases, estaba preocupada. Vlade no tuvo ningún reparo en contarle lo que había hecho. Para eso tuvo que explicárselo todo con señales y pelos. Nadia estuvo a punto de no poder reprimir los deseos de decirle a Vlade lo que realmente le ocurría. Ardía en deseos de poder hablar con él, y decirle que la noche anterior…pero no podía hacerlo.

    Nadia quería compartir con él los días y las noches. Tanto amor sentía, que su corazón lloraba lágrimas de sangre cuando la noche los separaba. Pero donde tanto había estado esperando, ahora que por fin había encontrado a su otra mitad, nada lograría hacerla desmoronarse. Esperaría lo que fuese menester.

    Los días fueron pasando, y Vladimir fue incapaz de encontrar a Natasha. Él no sabía que hasta que no estuviera preparado para ello jamás la encontraría, además, sus planes se habían venido a pique, ya que su fuente de información, es decir, Conrado, el viejo búho real, había fallecido. Un inesperado y súbito infarto de miocardio real había acabado con sus somnolientos y cotillos días.

    Igual que para Vladimir, para Vlade fueron pasando esos mismos días, y llegó el momento en el que tenía que ir de nuevo a la consulta del eminente psiquiatra. Algo nervioso llegó a la consulta y se sentó a esperar la llamada de la enfermera buenorra que le haría pasar al encuentro del psiquiatra. Mientras esperaba, Vlade ojeó algunas revistas que había para leer y relajarse, no en vano, el eminente psiquiatra iba a entrar en sus más profundos secretos, secretos que por otra parte Vlade ignoraba. La mayoría de estas revistas eran de sociedad y prensa rosa, pero he aquí que la casualité quiso que se percatase accidentalmente de la existencia de una revista sobre mitos y leyendas urbanas. Eso atrajo su atención, y como si las hojas tuvieran vida propia, ante sus ojos apareció un articulo llamado ¿Existió realmente el Conde Drácula?. Él, alguna vez había oído algo sobre esta supuesta leyenda, e incluso recordó algo que tenía olvidado. De adolescente fue a ver un estreno en blanco y negro sobre este tema al cine de su barrio. La película se llamaba “The last chupetón of the Drácula in the yugular vena of the Petroskaya”, que más o menos y traducido al castellano, era algo así como “El último chupetón de Drácula en la vena yugular de Petra”. También recordó que fue protagonizada por la pareja de actores del momento, Christopher Leeinski, y una rubia que casi siempre estaba en bolas.


    Vlade se quedó confuso, pero no por la película que fue un descojone, y que le sirvió para que en los asientos de atrás del cine, darse cuenta cuando vio por primera vez a aquella rubia en bolas, que él como a sus demás amiguitos, aquello que les colgaba a su aire servía para algo más que para miccionar, sino por lo que estaba leyendo. Veía algunas similitudes entre algunas cosas de las que ahí ponía y las experiencias vividas en sus “supuestos” sueños. Mientras se debatía entre abstractos pensamientos, oyó cómo la enfermera buenorra le llamaban para que pasase. Vlade accedió a la sala de sesiones hipnóticas, y el Dr. Freudoski le dijo que se tumbara en el clínico sofá y que se relajara.

El doctor se aposentó a su lado más o menos a la altura de la cabeza, y le dijo que siguiera con la mirada el movimiento de un péndulo de kilo y medio que el doctor sacó de un armario de las mismas dimensiones que el péndulo, enorme. Vlade seguía con la mirada aquel movimiento kilométrico del péndulo, para lo cual también tenía que mover el cuello, ya que la vista por mucho rabillo de ojo que tuviera no daba de sí lo suficiente, y así no había forma humana de que se relajase. Algo fallaba en aquel primer intento de hipnosis. Vlade le sugirió al eminente doctor que él creía que podría deberse al dolor tan intenso de cuello que sentía por tener que forzarlo tanto, ¡Bingo!, al doctor se le encendió la bombilla craneal y dio con el quid de la cuestión. Debía darle menos recorrido al movimiento del péndulo de kilo y medio para que el paciente solo tuviera que mover los ojos, procediendo en consecuencia. Vlade comenzó a sentir pesadez en sus párpados, y mientras escuchaba las palabras del doctor, lentamente se quedó dormido. Con voz parsimoniosa el doctor comenzó a decirle:

Dr. Freudoski - Vlade retrocede en el tiempo cinco años atrás, cinco años atrassssssss, cinco años atrassssssss, ¿Dónde estás ahora?

Vlade – Estoy en ayer martes

Dr. Freudoski - , ¡La leche! (pues vaya retroceso que ha hecho este tío tan abismal).

>> El Dr. Freudoski Lo siguió intentando durante largo rato, pero no había forma. De la hora del desayuno del día de ayer, Vlade no conseguía salir. No podía traspasar esa frontera. El insigne psiquiatra ya no sabía qué hacer. No sabía por qué no podía ir más allá. El motivo no era otro que se estaba encontrando con la dura oposición de nuestro vampirín, que había sido despertado violentamente, y no estaba por la labor de ser hipnotizado él también. De hecho, ya dije alguna vez que la parte dominante era Vladimir, y éste no podía admitir que aquel humanoide de bata blanca y con gafas de culo de vaso indagara en los secretos de su vida. Así que se plantó, y cada vez que el umbral iba a ser cruzado, Vladimir, apretaba los colmillos, y la voz parsimoniosa que bombardeaba el inconsciente de Vlade salía nuevamente por donde había entrado.

    Vladimir triunfó ese día. Su victoria fue por goleada, y el doctor tuvo que desistir ante su empuje mental. Tras esto, el doctor despertó a Vlade y le preguntó por su estado. Vlade dijo que se encontraba bien, pero que tenía la mandíbula encajada y le dolía a rabiar. Preguntó qué es lo que había ocurrido. El doctor le respondió que algo dentro de su subconsciente no le había permitido la entrada, pero que no se preocupara que otro día lo intentarían. No había que desesperarse.


    Vlade bastante desanimado regresó a casa, allí como siempre su madre le esperaba. Le preguntó que si no iba a ir a ver a Nadia. Vlade le contestó que pronto se iba a hacer de noche, y ella desde el día que se conocieron le pidió que por la noche no fuera a verla. Nunca estaría allí porque todas las noches iba a un hospital a cuidar a su padre enfermo para que su madre pudiera irse a descansar. Su padre padecía una enfermedad incurable, y según los médicos, de largo desenlace. Vlade respetaba sus deseos y nunca insistió, aunque también es verdad que deseaba verla para contarle lo que le había ocurrido.

    De todas formas Vlade, le dijo la madre, si quieres contarme algo sabes que puedes hacerlo. Vlade sentía la necesidad de contárselo a alguien, y esa fue la primera vez que habló con su madre de los sueños tan repetitivos que le martirizaban, y de la extraña dolencia sanguínea que padecía. Vladimira con todo el dolor de su corazón debería permanecer callada. Nada podía decirle a Vlade. El impacto emocional podría ser terrible y de consecuencias impredecibles. Vladimira no pudo hacer otra cosa que consolar a su preocupado hijo, y esperar a que el tiempo pasase y dictara su ley.

    Madre e hijo se quedaron profundamente dormidos, y la noche como siempre comenzaba a vivir. Esta vez a Vladimir la transformación le pilló fuera de juego cuando un trompazo de órdago contra el suelo le despertó súbitamente. Vladimir se había escurrido de entre el regazo de su maternal madre. Después de incorporarse como pudo y tras vociferar toda clase de improperios (que por motivos obvios no reproduciré), se realizó un auto examen médico para asegurarse de que su estructura ósea permanecía intacta. Vladimir tras un previo desentumecimiento de sus alas, alzó el vuelo. Como era ya habitual fue interceptado en pleno vuelo por uno de tantos obstáculos que siempre se interponían entre él y el resto del mundo. Nuestro insigne protagonista hoy no se encontraba nada bien. Sentía como si la cabeza le estallara. Como si le hubieran estado golpeando en ella con un martillo pilón, con el agravante que la ajetreada vida de los últimos días le habían impedido alimentarse convenientemente, y necesitaba con urgencia hacerlo. Aleteando con una debilidad preocupante observó que a orillas de un río había un humano durmiendo placenteramente, a la vez, se oían unos terribles ruidos faríngeos que salían de los adentros de ese humano. Vladimir iba a hacer lo que nunca pensó que haría, pero debía alimentarse y el tiempo apremiaba. Nada veía por los alrededores a lo cual echar el guante para poder succionar su dosis sanguínea. Hoy su fuente de proteínas tendría que provenir de aquel ser maloliente y roncador.

    Vladimir se acercó lentamente con mucha cautela. Reptando cual culebra riojana dio varias vueltas en círculos concéntricos alrededor de aquel ser. Era lo más parecido a un simio que había visto en su vida. Con un ala le palpó varias veces la nariz para ver si se percataba de su presencia, pero no lo hacía. No obstante, él quería asegurarse ya que cuando le diera el mordisco las quería tener todas consigo, y no llevarse ningún sobresalto vampiresco. Así que como si fuese un atleta en plenas olimpiadas, Vladimir, usó la barriga del durmiente a modo de cama elástica, y una vez, y otra,  y otra, hizo varios saltos mortales con tirabuzones sobre ella. No había duda, aquel individuo no se enteraría aunque le atropellase un carro de combate. Entonces Vladimir no se lo pensó, y acercándose hábilmente clavó sus ambos dos colmillos en la yugular izquierda de aquella despensa viviente. Vladimir se recreó en la suerte y succionó hasta la extenuación de aquella sangre hasta que quedó completamente saciado, que todo hay que decirlo, no le sabía nada bien pero la cosa no estaba para encima ser tiquismiquis.

    Como si de una vaca voladora se tratara, pesadamente alzó el vuelo. Cuando llevaba algunos minutos planeando, empezó a observarse señales muy raras en su cuerpo. De su estómago empezaron a fluir por la tráquea hacia su garganta efervescencias que antes de ese momento nunca había tenido, y que escapaban por su boquita de piñón a ritmos de hip,,,hip,,,hippp. También comenzó a verlo todo doble y a veces hasta triple. Por momentos se estaba mareando, aunque estos síntomas más que molestarle le resultaban agradables. Sin saber por qué, no podía dejar de reírse, ji,ji,ji,ji. Todo le hacía descojonarse, ji,ji,ji,ji, hasta que como suele ocurrir, a Vladimir le ocurrió lo que a la mayoría del resto de los mortales…que la cogió llorona. Los jis,jis,jis,jis de repente se fueron transformando en diversos sniffessss,,, y buasheshhh llorones de todo tipo. Entre lagrimeo y lagrimeo a nuestro hoy borrachín Vladimir Drakulinski, imágenes beodas de su vida fueron llegando, sobre todo una, la de aquella enigmática vampiresa que no conseguía encontrar después de tanto y tanto tiempo buscándola. Ya tampoco podía buscar consuelo en las sabias y cotillas palabras de su amigo, el viejo búho real. Sus aspiraciones de encontrarla poco a poco se iban apagando, y su innato carácter positivo también.

 

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