Entrevista EXCLUSIVA al FAMOSO atracador de todo a cien

    Hacía poco que había finalizado mis estudios de periodismo, y aunque busqué con mucho ahínco a alguien que me pudiera brindar la primera oportunidad, lo cierto y verdad es que tardé mucho en encontrarla. Fui a infinidad de editoriales, periódicos, entidades, incluso ya en la más profunda desesperación y claudicando ante mis más estrictas creencias periodísticas, fui a parar con mis huesos a revistas donde únicamente publicaban noticias del corazón de melón.

    Creo que no faltó ningún lugar al cual dirigirme, pero mi oportunidad no llegaba. Ya cansado de tanta adversidad periodística y cuando mi futuro era acosado por intensos deseos de tirarlo todo por la borda y olvidarme del asunto, mi oportunidad llegó. Una carta certificada sin acuse de recibo hallé en mi particular buzón. Esta carta decía que era un periódico de nueva creación y que buscaban nuevos valores en esta sacrificada profesión. Habían visto en un periódico mi anuncio solicitando trabajo y si estaba interesado en trabajar con ellos debía presentarme a la mañana siguiente, currículo en mano, a una dirección que muy detalladamente me indicaban.

    Era mi oportunidad. El nerviosismo durante lo que quedaba de día fue muy nervioso todo él. La mañana siguiente llegó como todas las mañanas al día siguiente, y puntual como un reloj de cuco me presenté allí. Salió a recibirme el director de la editorial explicándome con todo lujo de detalles la política de la empresa. En su primer lanzamiento, el periódico en cuestión se iba a llamar “Diario matutino sin contraindicaciones pero sí con efectos secundarios”.

    No voy a negarlo, el nombre me impactó sobremanera por lo original que resultaba. El contrato que firmé era únicamente para eso día y sólo de media jornada, la media jornada que tardaría en hacer mi primera entrevista. De mi buena labor en la realización de ella dependería mi continuidad en el Diario.  

    Le pregunté muy directamente al director qué tipo de entrevista tendría que hacer y a quién. Tras unos segundos de silencio el director me dijo que no iba a ser una tarea fácil. Tenía que entrevistar a un pintoresco atracador, era el llamado “Atracador de todo a cien”. Siempre se había caracterizado por su ineptitud para el robo. Jamás había conseguido llevarse un euro de tantos y tantos atracos con rehenes que había cometido. Este atracador había sido detenido durante un atraco a una sucursal bancaria que estaba situada justamente enfrente del cuartel general de los GEOS. El director me dijo que los GEOS en un primer momento se sorprendieron del valor y la audacia de mi futuro pintoresco entrevistado.

    Con un cordial saludo de despedida dimos por finalizada aquella primera toma de contacto. Al día siguiente debía de ir en pos de mi primera entrevista. El lugar donde tenía que realizarla era lógicamente una cárcel, pero ésta tenía la particularidad que era de alta seguridad, concretamente situada en el término municipal de Calasparra, y de nombre “ La cárcel modelo de Calasparra”.

    Toda esa tarde la pasé repasando concienzudamente todo lo publicado sobre el atracador de todo a cien y sobre el atraco en el que fue detenido por primera vez. También estuve maquinando la estrategia que era recomendable que siguiese para conseguir que el atracador encarcelado pudiera contarme lo más posible sobre su delictiva vida laboral. Era imprescindible que se sintiese a gusto hablando conmigo y no tuviera reparos en abrirme su delincuente corazón.

    El día llegó. Pude comprobar en mis propias carnes las medidas extremas de seguridad cuando entré en aquella cárcel de Calasparra. En el mostrador había un cartel informativo que decía – Fuera de servicio hasta que vuelva de comerme el bocadillo, no pasar,  si desatiende esta advertencia, sólo Vd. correrá con las consecuencias, luego no reclame nada, que ésta cárcel por algo es de alta seguridad. Ya se dará cuenta –

    Por mí, y si fuese de simple visita pues no hubiese pasado y habría esperado al funcionario, pero claro, a saber cuándo volvería, y mi contrato era de media jornada, así que me decanté por arriesgarme.

    El único modo que había de pasar era por un Arco detector de metales algo extraño para mi gusto. Algunos había visto ya y éste en concreto era muy diferente. Miré hacia arriba, y aparte de lo habitual, tenía como una especie de enorme cuchilla de esas de cortar cabezas, pero con la diferencia de que su filo estaba romo y a la vez muy acolchado. En aquel prime time me percaté de cuál era su cometido. Si por algún infortunio al pasar llevase algo metálico que no hubiese dejado en depósito, aquel artefacto como mínimo al impactar sobre mi cabeza me dejaría un poco inconsciente, como máximo y según el lugar en el que impactara, la cosa podía ser aún más grave.

    Mi primera entrevista no iba a estar exenta de riesgos si al final decidía pasar por allí. Dudé, dudé mucho si cruzar o recular haciendo caso a esos pensamientos de auto protección que me decían que no…. que no siguiera adelante, pero mi arriesgado carácter aventurero hizo caso omiso y me decanté por pasar.

    Me revisé todo lo concienzudamente que pude y dejé en depósito todo lo metálico que llevaba, pero claro, lo que no podía dejar era mi grabadora estereofónica para entrevistas, eso no podía dejarlo porque aunque yo tenía muy buena memoria….muy difícil me iba a ser tener la retentiva suficiente como para acordarme de todo lo que iba a ocurrir durante mi enfrentamiento al atracador de todo a cien.

    Pensando y pensando me llegó la inspiración, como no había ningún funcionario de prisiones que me viese, opté por lanzar la grabadora lo más rápidamente que pudiese, tenía claro que a aquella guillotina anti metales no le iba a dar tiempo a destrozarla, que así fue como ocurrió. Cuando la lancé, la guillotina roma y acolchada bajó sin encontrar nada sobre lo que poder impactar.

    El primer escollo lo había salvado, ahora sólo quedaba salvar el segundo escollo que era rezar para no haber cabreado mucho a la guillotina y que no se hubiese puesto más sensible que hasta detectara los botones de mi pantalón.

    Tras no impactar contra nada, la guillotina subió, pero al contrario de cómo estaba la primera vez que la ví, ahora sólo había subido medio camino, quedándose justamente un poco más alto de mi uno setenta y dos de alzada. La guillotina roma estaba de lo más cabreada y al más mínimo indicio mi inconsciencia iba a estar poco menos que asegurada.

    No podía jugármela, pasaría en bolas y a lo loco, y como única prenda protectora adosada a mi cuerpo llevaría mis slips de cuello alto de toda la vida.

    Así lo hice, y al pasar sentir como si aquella guillotina roma dijese – Cachis en la mar que se me ha “escapao” -, pero yo pasé que era lo importante.

    Nunca había estado en una cárcel, pero aquella lo tenía todo para ser una de las más seguras. Las puertas se abrieron y procedí a recorrer un oscuro pasillo central. Las celdas estaban a ambos dos lados. Iba de sorpresa en sorpresa. Aquellas celdas estaban ocupadas por delincuentes femeninas. No entendí qué hacía mi entrevistado allí. Pensé que quizás esto se debiera a la peligrosidad de mi atracador y en la evitación de los posibles altercados que pudiesen ocurrir con los presos masculinos. Era una posibilidad que tampoco me preocupó en exceso después de haberme tenido que enfrentar a la guillotina roma.

    Ciertos momentos de un visible sonrojo me asaltaron mientras caminaba por aquel oscuro pasillo central teniendo que soportar multitud de indignos comentarios sobre mi varonil físico. Comentarios que antes nunca había escuchado...,Tío bueno, macizo, quiero tener un hijo tuyo, hazme mujer aunque ya lo sea, hazme el amor salvajemente (hazme el amor es un símil, lo que me dijeron fue muchísimo más fuerte). Todo esto iba acompañado de lascivas miradas que se clavaban más o menos por donde mi barriga perdía su honesto nombre. Aquel pasillo me pareció interminable. Manos que salían entre los barrotes intentaban capturarme. Me dieron ganas de salir corriendo al sentirme tan cruelmente atosigado por aquel femenino y delincuente harem, pero pudo más mi profesionalidad que mi miedo y seguí caminando. Ya casi al final pude observar que había una señal que me desviaba hacia la izquierda y que decía - A atracador de todo a cien, diez metros -.

    ¡Había llegado a la celda de mi atracador!, éste estaba sentando dando la espalda al pasillo donde yo me encontraba. Para captar su atención le llamé presentándome como corresponsal del periódico “Diario matutino sin contraindicaciones pero sí con efectos secundarios”. El atracador de todo a cien giró sobre su propio eje y se plantó frente a mí diciéndome que ya le habían informado de mi visita. Por fin estábamos los dos cara a cara.

    Tras saludarnos con toda la cortesía del mundo y parte del extranjero, introduje una cinta regrabable en ella. Pulsé sobre el botón “play” para comprobar que todo funcionaría correctamente….y de repente comenzó a sonar una canción, concretamente la de ”Mi carro me lo robaron estando de romería, dónde estará mi carro, dónde estará mi carro”. ¡Me había equivocado de cinta! Previa disculpa a mi caco interlocutor, introduje ahora sí la cinta correcta. Todo estaba dispuesto para comenzar aquella entrevista. Estábamos frente a frente y lo único que nos separaba era una mesa de madera de abeto.

    La primera impresión que me causó el aspecto del atracador de todo a cien es que no era como yo había esperado. Esperaba encontrarme un hombre rudo, frío, calculador, distante, y con la voz rota por tantos y tantos ¡Todos al suelo, esto es un atraco, al que se mueva lo frío!. Nada más lejos de la realidad. Lo que mis ambos dos ojos periodísticos vieron fue todo lo contrario.

    He creído necesario hacer este breve comentario sobre los prolegómenos de lo que a partir de ahora es la entrevista en sí. Pondré en funcionamiento la cinta de casete que fue grabada para que sean testigo de primera fila de lo que allí ocurrió, y de cómo me abrió su delincuente corazón. Sobra decir que esta grabación es legal y contó con la autorización pertinente del atracador de todo a cien, que por no creerlo excesivo socio lucrativo, la SGAE no lo fichó para su extenso elenco de feligreses.

    Como es obvio utilizaré un seudónimo. No quisiera ser reconocido y que peligraran por ello posteriores entrevistas que seguro realizaré a raíz de que ésta sea publicada.

Equinóx - ¡Buenos días nos dé Dios, Sr. Atracador!

Atracador – Si Vd. lo dice pues serán buenos.... Amén.

Equinóx – (Vaya, parece que se ha levantado irónico, bien, bien). Me gustaría si no le importa empezar por el principio. Hábleme de su niñez.

Atracador – ¿De mi niñez? (qué original). Pues mi niñez fue cuando yo era niño. Tenía dos padres de diferente sexo y éramos una familia normal. Mi padre era delincuente común y mi madre una común delincuente, y entre delincuencia y delincuencia me engendraron delincuentemente a mí. Los primeros meses de mi vida transcurrieron de lo más feliz, ¿Está anotándolo todo?

Equinóx – No Sr. Atracador. Lo estoy grabando en una cinta de casete. Soy la sofisticación hecha periodista. No tiene inconveniente ¿verdad?

Atracador – No, que va, puede hacer lo que quiera, ¿Por dónde iba?, ¡Ah sí!, que eso…que mi niñez transcurrió de los más feliz, los biberones me los daba mi madre en moto.

Equinóx – (No debo haber oído bien)  ¿En moto dice?

Atracador – Sí, en moto, es que mis tomas siempre coincidían con los horarios en que mis padres salían a trabajar, claro, como trabajaban todo el día pues siempre coincidían con mis tomas. La moto era nuestro medio de locomoción. Mi madre siempre me llevaba consigo. Como en la moto no podían llevar la cuna pues me llevaba en una mochila a sus espaldas. Yo me divertía mucho. Mis padres echaban muchos juguetes mientras trabajaban para que jugara. Algunos de ellos yo no sabía cómo funcionaban, sobre todo los que más se me resistían eran los relojes suizos. Me lo pasaba muy bien cuando oía detrás las sirenas de la policía. Muchas veces mi madre me descapotaba la mochila para que yo asomara mi cabecita y los viera. Con la manita les decía adiós a los señores policías, y ellos que eran muy simpáticos hacían gestos para que mis padres pararan la moto y así poderme hacer mimitos, pero mis padres nunca paraban, al contrario, siempre que veían un coche de policía se iban para otro lado a toda leche, yo no sabía por qué, con lo bien que me caían a mí.

Equinóx – ¡Ah!, siga, siga.

Atracador – Tanto me gustaba el sonido de las sirenas que era con lo único que me entraba sueño. Muchas veces cuando no podía conciliar el sueño mi padre me tenía que dar un paseo por una comisaría o por algún hospital para conseguir dormirme.

    Reconozco que oírme llorar no les resultaría nada grato. A mí los chupetes no me consolaban, los odiaba incluso cuando mis padres querían anestesiarme mojando el chupete en ron de garrafón.

    Cuando intentaban introducirme el chupete yo apretaba la boca para que no entrara, pero como no tenía dientes pues se me escurría y entraba en mis adentros, cuando se iban lo escupía jeje.

Equinóx – (Joder, creo que se está enrollando mucho con la niñez, a este paso se me pasa la media jornada, tengo que darle vidilla a esto), Sr. Atracador....

Atracador – Llámeme Edelmiro, ese es mi nombre.

Equinóx – Muy bien Edelmiro. Más o menos ya me he hecho una idea de lo que fue su infancia, ahora dígame.

Edelmiro – Tutéame hombre.

Equinóx – Vale, Edelmiro, dime, qué puedes contarme de tu etapa escolar.

Edelmiro – ¿De mi etapa escolar?, pues nada. No tuve etapa escolar, Como se suele decir….de tal palo tal astilla. Me gustó el trabajo de mis padres y seguí sus pasos. Me gustaba eso de ser autónomo y no tener que aguantar a jefes.

    Quiero sincerarme con usted, creo que me equivoqué en la elección porque la verdad es que nunca se me ha dado nada bien. No he sido un atracador de esos que pudiésemos llamar….finos, aparte que no sé por qué se ha montado tanto follón con lo de mi último atraco, ni porqué estoy aquí en esta cárcel de alta seguridad.

    Fíjese que a veces cuando atracaba alguna tienda, se me olvidaba llevarme el dinero, incluso venía a veces el dependiente a dármelo por lo bien que los había tratado, porque eso sí ¡eh!, seré atracador, pero muy educado.

Equinóx – Edelmiro, ¿Qué es lo primero que recuerdas haber robado?

Edelmiro – Dos peras.

Equinóx – ¿Cómo que dos peras?.

Edelmiro – Sí, dos peras, bueno, exactamente no es que las robara, iba detrás de una mujer que acababa de comprar un kilo y se le cayeron dos, entonces las cogí del suelo y me dije: ¡Ale!, pues ya que estoy aquí voy a robar estas dos peras para ir practicando, y las robé.

Equinóx – (Me cae bien pero estoy empezando a pensar que le falta un hervor) ¡Ah!, qué primer robo más atrevido el tuyo Edelmiro. Si te hubieran pillado, del talego no te libra ni la caridad ¡eh!, a eso llamo yo vivir al límite.

Edelmiro – Ya ves, estuve corriendo dos días seguidos con las peras en las manos hasta asegurarme de que no me seguían. Ya luego pensé que si me las comía eliminaría las pruebas, y eso hice, me las comí.

Equinóx – Muy inteligente Edelmiro, Capone a tu lado un principiante ¿eh?

Edelmiro – Sí, jejeje, aunque no creas…este robo fue de los menos arriesgados.

Equinóx – ¡No me digas!, ¿Aún los había con más riesgo?

Edelmiro – ¡Claro hombre!, si te cuento el robo de los doce melones de huerta ya es que pensarías que te estoy vacilando. Es que en mis inicios me especialicé en robos ecologistas, en concreto, en verduras y derivados variados.

Equinóx – ¡Qué interesante! ¿Y qué hiciste para eliminar las pruebas? ¿Te los comiste también?, bueno, mejor eso lo dejaremos para otra vez que hablemos si te parece bien, es que tengo un poco de prisa (joder que tarde es, casi me está finalizando ya el contrato).

Edelmiro – Claro, como tú quieras (él se lo pierde), puedo tutearte ¿no?, me encuentro a gusto hablando contigo.

Equinóx – Por supuesto Edelmiro, pero vayamos ya en concreto al más arriesgado atraco que se ha pretendido realizar nunca por persona humana, y que es por el que estás aquí encerrado.

Edelmiro –Vale.

Equinóx – ¿Cómo planeaste tan genial atraco?

Edelmiro – La verdad es que estuve planeándolo casi dos meses y un día. No podía permitirme el lujo de dejar ningún cabo suelto, y creo que no lo hice. No sé en qué fallé para que me pillaran. Como el atraco pensaba hacerlo nada más que abrieran el banco, que es cuando hay menos gente, todos los días durante los dos meses pasaba por allí a la misma hora. Tenía que memorizar el banco detalle por detalle. Fíjate si fui detallista que incluso pasé varias veces dentro del banco y me ponía delante de la cámara a saludar para comprobar que realmente sí me reconocerían si inspeccionaban la cinta, y también para asegurarme que no estaba puesta allí de pegote.

Equinóx – ¡Genial!, Edelmiro, genial (joder).

Edelmiro – ¿A que sí? Ya como comprobé que por la cámara podrían pillarme pensé que algo tenía que hacer para que no me reconocieran. Sopesé si sería mejor ponerme alguna careta o disfrazarme entero. Lo de la careta lo descarté porque para eso era mejor ir a cara descubierta al notarse la diferencia más bien, porque como podrás ver, no soy lo que se dice un Adonis. Así que decidí que me disfrazaría por completo.

Equinóx – Edelmiro, ¿Y de verdad pensaste que un disfraz de Santa Claus en pleno verano era como para pasar desapercibido?

Edelmiro – Tuve al principio mis serias dudas porque sabía que iba a pasar calor, pero es que en mis cálculos entraba no estar más de una hora allí y realizar mi atraco en Navidades, pero claro, con unas cosas y con otras se me fue el santo al cielo y de todas formas, que conste que para ver si iba a tener algún problema con el disfraz que había elegido, el día anterior realicé un simulacro de atraco en ese mismo banco, ¡Oye! y nadie llamó a la policía ni nada. Además, aunque la hubieran llamado, como era un simulacro nada me podían hacer. También así me hubiese dado cuenta que no iba a funcionar y no hubiera atracado, que no soy tonto (he estado genial jeje, con quién se creerá que está hablando) .

Equinóx – (Madre mía del amor hermoso) Claro, claro, llevas toda la razón Edelmiro, oye, ¿Y no te diste cuenta que enfrente del banco estaba el cuartel general de los GEOS? ¿O también ya lo tenías estudiado?

Edelmiro – Por supuesto que lo sabía, es más, a veces los saludaba y todo para que verme fuese habitual para ellos y pensaran que era algún vecino del barrio, y no les resultará extraño verme por allí todos los días. Es lógico pensar que nadie en su sano juicio atracaría precisamente ese banco, ¿o no es así?

Equinóx – Hombre, Edelmiro... mirándolo de esa forma tan particular. Edelmiro, avancemos (joder, ya estoy echando horas extras, lo malo es que a partir de aquí ya no me pagan) , cuéntame cómo pasó.

Edelmiro – Pues ese día desayuné como siempre hago. Estaba claro que no podía salir de casa ya vestido de Santa Claus, así que en una mochila me llevé el disfraz y en los servicios de un bar próximo al banco me cambié.

    Para no dar el cante pues canté como Santa Claus - Jojojojooooo, jojojojooooo, ya mismo está aquí la navidad, jojojojoooooo. La verdad es que la gente se giraba sin dar crédito a lo que veían, pero yo iba a lo mío. Llegué al banco y pasé dentro. Creo que debido a los nervios se me olvidaron las palabras que había que decir para atracar correctamente en ese banco. No recordaba si era “todos por los suelos que atraco”, o “Daros las manos arriba en lo alto que nos atracan” o “Alto, sí , tú, el más alto, que estoy dispuesto a atracar”, o “todos los altos a lo mejor consigo atracar”, o qué, el caso es me hice un lío del copón y para no equivocarme sólo dije atraco a secas.

    Nadie hizo ningún caso. Cada uno siguió haciendo sus cosas tan tranquilamente ¿Puedes creerlo?. Me estaban ignorando, y eso que con mi disfraz era difícil que no me vieran. Pero nada, allí estaba cada uno a su rollo sin conceder el más mínimo interés hacia mi persona y mi intención de atracar.

Equinóx – Edelmiro, entonces fue cuando no te quedó más remedio que utilizar la pistola que dicen que llevabas, ¿verdad?

Edelmiro – ¡Claro!, no me dejaron más opción. Yo hubiese deseado no tener que hacerlo, pero me obligaron aunque ese dato lo ocultaron los periódicos. Es obvio que querían que el malo de la película fuera yo.

Equinóx – Cómo son ¿eh? Tú vas tan tranquilo a atracar tu banquito sin meterte con nadie, y la prensa se ensaña contigo, ¡Hay que ver!, entonces Edelmiro, sacas la pistola ¿Y qué?

Edelmiro – Saqué la pistola y al verla ya, la gente como que reaccionó un poco y me tomó en consideración y un poco más en serio. Tuvieron el detalle de asustarse un poco y todo, incluso hubo una vieja a la que le dio un pequeño mareo. Tuve que suspender momentáneamente mi atraco para que fuese atendida. Cuando ya se le pasó, y después de tranquilizarla, continuamos con lo que estábamos haciendo.

Equinóx – ¿Creíste en algún momento que ibas a tener que utilizar el arma?

Edelmiro – No, que va, cuando a la vieja le dio el mareo se me cayó la pistola al suelo y un niño me la quitó.

Equinóx – ¡No me digas!, ¿Y qué ocurrió entonces?

Edelmiro – Pues que le dije al niño que me la devolviera que era mía, y en el forcejeo el arma se disparó.

Equinóx – Edelmiro, me dejas atónito, ¿Y el disparo hirió a alguien?

Edelmiro – Sí, a mí.

Equinóx – ¿Y fue grave la herida?

Edelmiro – Más que grave….la herida fue mojada.

Equinóx – ¿Cómo dices?, ¿Mojada?

Edelmiro – Sí, es que la pistola era de agua de manantial.

Equinóx – Edelmiro, ¿Cómo que era de agua de manantial?, ¿Por qué?

Edelmiro - ¿Cómo que por qué?, joder, pues porque no tengo licencia de armas y no quería que me denunciaran y me llevaran al cuartelillo.

Equinóx – (Me va a dar algo, estoy al bordo del sincope). Pero Edelmiro, en caso de que te pillaran ¿No crees que por el simple hecho de intentar delinquir es suficiente para encerrarte?

Edelmiro – Ya lo sé, pero supuse que sería un atenuante lo de llevar la pistola de agua. Por lo menos verían que iba a atracar sin mala fe y sin intención de hacer daño.

Equinóx – ¿Y qué pasó después?

Edelmiro -- ¿Después de mojarme el niño?

Equinóx – Sí.

Edelmiro – Pues que ya las personas que estaban allí no se sintieron atracadas para nada. De hecho el director del banco me dijo: ¡Hombre de Dios! pero si se llevó ayer un blindado todo el dinero. Debiste venir ayer. Hoy sólo nos quedan en la caja fuerte unos treinta euros.

Edelmiro – ¡Qué fatalidad!, ¿Puedes creerlo?, qué mala suerte tuve.

Equinóx – Edelmiro, ¿Y no sabías cuándo se llevaban la pasta en el blindado?

Edelmiro – Como te dije, creía tenerlo todo controlado, pero no me acordé que Junio sólo trae treinta días y todos mis planes se basaban en que fueran meses de treinta y un días.

Equinóx – (Para matarlo) ¡Vaya!, qué contrariedad hombre no acordarte de ese pequeño detalle. Sigue Edelmiro.

Edelmiro – Hombre, ya la verdad es que me desanimé un poco. Como ya sabían que mi pistola era de agua, y a base de insultos no iba a conseguir nada porqué estaba en minoría e iba a ser un insulto contra treinta, pensé en que a lo mejor me permitirían secuestrar a alguien y pedir un rescate, pero sin imponerlo ¡eh!, apelé a su buena voluntad.
    Como en el fondo soy bueno y demasiado sensible para lo que se aconsejaría en esta sagrada profesión, pregunté que si alguien se ofrecía voluntario. En un primer momento nadie se ofreció. Todos tenían prisa, es normal, yo hubiera hecho igual que ellos. Supongo que como me vieron tan mal y tan desanimado,  ellos mismos me animaron. Me dijeron que no fuera tozudo y lo dejara para otro día a ver si tenía más suerte, hasta pensaron en hacer una colecta, pero les dije que no, que no quería caridad e insistí en que tenía que secuestrar a alguien y que me estaba empezando a poner muy nervioso.

Equinóx – ¿Y qué pasó?

Edelmiro – Pues que no salía ningún voluntario, así que para ser ecuánime lo echamos a una partida de chinos.

Equinóx – Cada vez me sorprendes más Edelmiro (que esto tenga que pasarme a mí en mi primera entrevista, quien lo lea va a pensar que en vez de un periódico han comprado una revista de Zipi y Zape) ¿Y a quién le tocó quedarse secuestrado contigo?

Edelmiro – A mí.

Equinóx – ¿A ti te tocó quedarte secuestrado contigo mismo?

Edelmiro – Sí, es que ninguno cayó en que yo no tenía que entrar en el juego. Cuando nos dimos cuenta repetimos la partida ya sin mi participación y le tocó al cajero, que también tuvo mala suerte el pobre porque no iba a llegar a su casa a la hora de comer.

Equinóx – ¿Supongo que fueron duros momentos para él?

Edelmiro – Que va, aunque te parezca mentira, no, me dijo que ya puestos a ver si por lo menos salía en la tele que su vida era muy aburrida, y además como no me veía muy peligroso.....

Equinóx – ¡Vaya!, qué cajero tan colaborador. Y entonces dejaste salir a los demás ¿no?.

Edelmiro – Tanto como dejarlos, tampoco. Simplemente se fueron. Así que allí nos quedamos el cajero y yo. El cajero llamó a su casa para decir que a lo mejor se retrasaba, y que no le esperaran para comer que estaba en un atraco. Le dije que me dejara llamar a mí también para avisar en casa que seguramente me tendrían que llevar la cena al talego, pero que estaba bien.

    Como ya era casi la hora de comer quise ser generoso y lo invité a comer con los treinta euros de mi atraco. Pasó un honrado ciudadano por la puerta del banco y le dije que hiciera el favor de traernos unos bocatas y unas cervecillas. Después de comer miré por una de la ventanas y los GEOS, muy en plan GEOS ellos, ya habían acordonado la zona.

Equinóx – Oye Edelmiro, ¿Qué rescate pediste por el cajero?

Edelmiro - ¿Rescate? ¡Ah!, ninguno. Mi intención era haber pedido dos rescates, uno para mí, y otro para el cajero por apoyarme en esos duros momentos, pero imaginé que no me lo iban a dar. Sabía que aquella buena gente que salió del banco le diría a los GEOS que podían detenerme simplemente con un susto. Yo sólo quería ya salir de allí.

Equinóx – Edelmiro, ¿Hubo algún tipo de negociación para que salieras y acabara todo?

Edelmiro – Si quieres llamarlo así….

Equinóx – ¡No!, yo no, yo te pregunto, ¿Hubo o no hubo negociación?

Edelmiro – Más bien no. Simplemente me dijeron que cuando me cansara de atracar que me esperaban en comisaría para acompañarme ante el juez, y que cuando saliéramos cerrásemos el banco no fuera a ser que alguien quisiera robarlo. Ellos se iban ya que se estaba haciendo tarde.

Equinóx – Qué poca consideración Edelmiro, dejarte allí solo a tu suerte, desde luego qué poco tacto tuvieron, ¿Y entonces qué hiciste?

Edelmiro – Pues ya poca cosa. El cajero y yo estuvimos charlando mientras nos echábamos un cigarro. Nos intercambiamos los números de teléfonos y nos deseamos suerte. Luego salí yo primero y después el cajero que conectó la alarma y cerro el banco.

Equinóx – ¿En algún momento se te pasó por la cabeza huir?

Edelmiro – No te voy a negar que sí, pero es que se me olvidó la mochila en el banco y la verdad es que disfrazado de Santa Claus no hubiese ido muy lejos. Tampoco era ya plan de empeorar las cosas, así que me presenté en comisaría y después me trajeron aquí.

Equinóx – (Joder, me está enterneciendo y todo). Ya para terminar Edelmiro, ¿Qué condena te ha caído?

Edelmiro – Tres condenas de seis meses cada una.

Equinóx – Explícate Edelmiro.

Edelmiro – Si, me echaron dieciocho meses pero para que me enterara mejor me la han desglosado. Me dijeron que me caían seis meses por intento de atraco, otros seis meses por retención ilegal de las personas objeto de mi atraco, y que los últimos seis meses hasta cumplir los dieciocho era por tonto.

Equinóx – ¿Te parece injusta?

Edelmiro – Claro que me lo parece. Los seis meses por el intento de secuestro, bien. Los seis meses por eso de la retención ilegal, aunque es más que discutible porque los retenidos salieron cuando quisieron, también bien, pero lo que no estoy dispuesto a admitir son los seis meses por tonto, y pienso recurrir.

Equinóx – Bueno Edelmiro, ya hemos acabado, muchas gracias por tu colaboración, ha sido un honor para mí haberte podido entrevistar.

Edelmiro – Venga, vuelve cuando quieras a visitarme que te tengo que contar lo del robo de los doce melones, pero ya eso en privado ¿eh?, sin grabadoras de por medio.

Equinóx – Muy bien, hasta pronto Edelmiro.

    Salí de allí muy pensativo. Aquella entrevista había dejado una profunda huella en mi subconsciente. Me había marcado y además me sirvió para coger una tremenda experiencia.

    Al mes siguiente la revista “Diario matutino sin contraindicaciones pero sí con efectos secundarios” publicó esa entrevista. Debido a ella se re-abrió el caso del famoso atracador de todo a cien comprobándose tras la nueva declaración de los testigos que la sentencia dictada en su día había sido totalmente injusta. La sentencia finalmente la redujeron a doce meses. Seis meses por intento de atraco y otros seis por tonto.

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