Vladimir Drakulinski, una historia de vampiros - Parte 1ª

 

Introducción

 

    Cierto día, estando disfrutando de unas merecidas vacaciones que decidí pasar en Rumanía, me encontraba visitando un barrio antiguo de una ciudad de cuyo nombre no quiero acordarme, más que nada, porque a no ser que uno fuese de aquel lugar, imposible deletrearlo. Era un rincón de la humanidad pintoresco, en el que parecía que el tiempo se había detenido muchos siglos atrás. Multitud de establecimientos se encontraban a ambas aceras de la calle. Los artículos que ofrecían eran de lo más variopintos, y todos tenían la singular particularidad de caracterizarse por ser muy antiguos, y yo no haberlos visto nunca, lógico, nunca había estado allí.

    Mi deambular me llevó a darme de bruces con un pequeño establecimiento que rompía con la estética del lugar. Este establecimiento se dedicaba, según podía observar desde afuera, a la venta de libros muy antiguos. Como gran apasionado que soy, no podía dejar pasar la oportunidad de acceder dentro y echar un vistazo. Estaba convencido que me encontraría con alguna publicación interesante. Quizás con alguna reliquia de esas que suelen pasar desapercibidas para los neófitos en el tema.

    Ya dentro del pequeño establecimiento, observé que el mostrador estaba vacío, y por mucho que llamé para que alguien me atendiera, no lo conseguí. Parecía que no había nadie. Mientras esperaba, recorrí la tienda, y cierto es que había muchos libros antiquísimos y seguramente muy valiosos, digo seguramente porque en ninguno de los que ojeé estaba el precio puesto. Por casualidad, mientras pasaba por uno de los pasillos de aquel establecimiento, vi una puerta entreabierta a la que tras pedir permiso de acceso y nadie contestarme, decidí profanar. Si los libros que hasta ahora había visto eran antiquísimos, los que ahora sorprendido estaba viendo debían de ser del neolítico a juzgar por lo deteriorada que estaban tanto sus pastas como sus hojas, apenas legibles.

   Cuando me iba a marchar de allí, uno de esos libros cayó por delante de mí, no sé de dónde. Estuve a un paso de dejarlo, pero algo me dijo que debía de cogerlo. A primera vista me pareció un libro de caballería. El casi inapreciable emblema que decoraba la pasta así parecía atestiguarlo y, echándole mucha imaginación, podría decir que parecía como un escudo de armas, pero no lo sé porque apenas era visible.

    Lo ojeé muy cuidadosamente porque las hojas no estaban para muchas manipulaciones. Estaba casi todo borroso, pero por lo poco que pude leer me pareció muy interesante. Salí con él de aquella pequeña habitación y esperé en uno de los mostradores a que alguien viniese para poder comprarlo y llevármelo. Nadie vino, y decidí llevármelo gratis. Tenía la intuición de que no me iba a arrepentir de leerlo.

    Cuando llegué a la habitación de mi hotel procedí a su cuidadosa limpieza, apareciendo por fin el título ante mí. Este libro se titulaba “Vladimir Drakulinski – La historia de un Vampiro”. Por mucho que seguí revisándolo, en ningún lado pude hallar el nombre del autor o de la autora.

    Impresionado me quedé cuando acabé con su lectura. Incluso creo que este libro no fue escrito por la capacidad inventiva de alguien, sino que estoy casi convencido que es un hecho verídico y, si no lo es en su totalidad, sí que muchas de los episodios que en él se cuentan pueden ser perfectamente reales. Por motivos que desconozco, este libro ha permanecido oculto ajeno al paso del tiempo, por eso, y ya que he sido tan afortunado de encontrarlo, o de que él me encontrase a mí, no quiero ser la única persona que tenga el privilegio de saber de él. Quiero compartirlo con todo aquel que tenga la curiosidad de leerlo, pues esta historia no sería justo que quedase en el olvido.

    Tardé mucho tiempo en desmenuzar todo lo que en él había. como dije, estaba en un estado muy deteriorado y había párrafos completos apenas legibles. Estaba escrito en un idioma que yo desconocía. Tuve que pedir ayuda a insignes entendidos amigos míos y que compartían mis inquietudes para que me ayudasen a desentrañar sus misterios. Creo que el trabajo que realizamos puede considerarse satisfactorio, y entre todos los que me ayudaron hemos vuelto a rescribirlo para que se pueda leer lo mejor posible.

    Espero y deseo que los medios justifiquen el fin, y todos puedan conocer a Vladimir Drakulinski y lo que fue su historia que, como dije, para mí criterio personal está basado en hecho reales.

 

I. La santa anunciación vampiresca

 

Dª Vladimira Petroskaya quedó en estado de buena esperanza, o embarazada, en una oscura noche de cuarto menguante en la más solitaria de las soledades, de una forma nada habitual. No fue fecundada como colofón al rito tradicional de hombre conoce a mujer; mujer conoce a hombre; hombre y mujer se atraen; pasan días meses o años, y comienzan a salir; hombre pide matrimonio a mujer; mujer al principio se hace de rogar para no dar la impresión de ser ligerilla de cascos; mujer por fin accede; hombre sufre un súbito subidón hormonal; mujer al ver esto se contagia hormonalmente hablando, y el hombre por fin dispersa la semillita en los adentros de la mujer. ¡No! ¡No fue así!. El embarazo de Dª Vladimira fue de sopetón. Dª Vladimira Petroskaya se encontraba plácidamente entre los ambos dos brazos de Morfeo, cuando entre nubosas brumas  apareció colgado boca debajo de un saliente de madera que había en el techo de la habitación, un ser alado de aspecto poco agraciado que con tempestuosa voz, le dijo:


     ― ¡Vladimira despierta!. Lo que estás viviendo no es una pesadilla. Yo soy real, y tengo algo que decirte. Esta es la santa anunciación vampiresca. Mañana no te acordarás de nada. Has sido la designada por mi señor para engendrar en la tierra a su más querido vástago, aunque entre tú y yo Vladimira, y que no salga de aquí, la verdad es que se lo quiere quitar de encima porque no puede hacer carrera de él, y ha pensado que viva aquí una vida o dos, o tres, vamos, las que hagan falta a ver si espabila y aprende lo dura que es la vida fuera de su protección paternal. Una vez que su hijo consiga esto, será el encargado de cicatrizar una vieja herida que aún hoy permanece latente en el vampírico corazón de su padre ―.

    ― ¡Vladimira!, mañana cuando despiertes estarás embarazada sin remisión ni marcha atrás. Siéntete orgullosa que mi señor te haya elegido precisamente a ti, y no a otra, para dar a luz a tan entrañable ser. ¡Vladimira!, me voy ya como alma que lleva el diablo. Hacía tiempo que no había cobrado vida y estoy desentrenado. Se me está bajando toda la sangre a la cabeza, y me estoy empezando a marear. Pero antes tengo que advertirte. Es trascendental y muy importante que nunca le digas a uno de la existencia del otro. Ahora no entenderás nada de lo que te digo. Todo a su debido tiempo, pero es vital que se den cuenta por ellos mismos de lo que en realidad son ―.

Dicho esto, las nubosas brumas volvieron, y a su amparo, este ser de tan poca agraciada fisonomía desapareció.

    Efectivamente así ocurrió, Vladimira comprobó que no fue un sueño cuando casi al octavo mes de aquella supuesta anunciación vampiresca “sufrió” el parto. Durante los siete meses anteriores, Vladimira creyó que padecía algún tipo de enfermedad que le ocasionaban esos malestares que sentía. En su abdomen apenas se notaban los síntomas del embarazo, con la salvedad que, a veces, y no con la asiduidad mensual, Vladimira manchaba, y nunca pensó que eso no fuese la menstruación. No había tenido en todo ese tiempo ningún tipo de relación sexual con ningún hombre, e impensable para ella suponer que esa fatiga que sentía, y esa debilidad que tenía pudieran deberse a que en sus entrañas llevase un ser vivo.

 

II. Nacimiento de Vladimir

 

Para nacer, nuestro pequeño Vladimir no se anduvo con miramientos de ningún tipo. Su madre terrestre ni siquiera tuvo que apretar. Vladimir fluyó a la primera contracción del vientre de su madre. Como el parto ocurrió por la noche, Vladimir vio por primera vez este mundo transformado en murcielaguito, y como tal, salió aleteando sin dificultad del vientre de su madre.

     La verdad es que Vladimir no mostró mucha habilidad en esa primera elevación. Su corto primer vuelo finalizó prematuramente al estrellarse contra el marco de la puerta del salón comedor. Vladimir rebotó contra el marco, y fue a parar encima del fregadero junto a unas alas de pollo que su madre había dejado en estado letárgico hasta poderlas preparar al día siguiente. Este primer incidente no fue el último, ya que su madre cuando se recuperó de tan efímero parto, y al tenerle un terror atroz a los murciélagos, salió detrás de él con un matamoscas a ver si le podía dar caza. Vladimir tuvo que hacer un uso rápido de su vampírico instinto, y tras pegar varios vuelos rasantes por toda la casa, se paró encima del armario. Con cara de enfadado por lo ajetreado de sus primeros momentos en este mundo le dijo a su madre:

    ― ¡Mami, stop eh!, suelta el matamoscas que soy hijo tuyo aunque no lo parezca con esta pinta. Espera a ver si soy capaz de tomar la forma humana para que veas que no miento.

    Algo le dijo a Vladimira que aquel murcielaguito pelón era sangre de su sangre,  y no se sabe por qué, le vino a la memoria el recuerdo de aquella aparición de hace ocho meses, y de algunas de las cosas que le dijo. Entonces lo comprendió. ¡Aquel murcielaguito sietemesino era su hijo!.

    Nuestro murcielaguito de nueva adquisición intentó por todos los medios tomar la apariencia humana, pero no había manera. Ya no sabía qué hacer. Subido encima del armario con las alas en jarra y con la cabecita agachada, daba paseos de un lado para otro por el borde del armario con claros gestos de preocupación. No entendía por qué no podía hacerlo. Algo fallaba. Por otra parte, el cansancio y el hambre que sentía su joven cuerpo le estaba pasando factura, y los primeros bostezos hicieron su aparición. La madre al ver lo cansado que se encontraba lo cogió con muchísima dulzura entre los pliegues de su mano y se dispuso a amamantarlo. Cuál fue su sorpresa y el dolor que sintió en seno derecho, cuando Vladimir en vez de succionar como hacen todos los bebés, clavó sus dos colmillitos y mordió la teta materna, un ¡Ay! de su madre, y un capirotazo de ésta sobre su cogote, le indicó a Vladimir que eso no eran formas de estrechar lazos entre madre e hijo, y que debía tratar el asunto con más delicadeza. Vladimir así lo hizo y cuando succionó la primera vez, le cambió el color sonrosado de la cara. Con un asqueroso  ― Puaggg, qué malo está esto mami ― Vladimir mostró su desacuerdo por esa alimentación tan rara. Su paladar no estaba preparado para eso, y sus genéticos recuerdos tampoco.

    Dª Vladimira le dio a probar muchos tipos de alimentos para ver cuáles eran de su agrado, fruta, yogures, Krispis de Kellocks, hasta que un inconfundible olorcillo se paseó por las fosas nasales de Vladimir. Era un aroma intenso que le hizo enfilar su carita hacía la procedencia del olorcillo en cuestión. Sus ojos se pusieron bizcos, y un intenso temblor invadió su pequeño cuerpecito. El mordisco infringido con sus pequeños colmillos a la teta materna había dejado escapar dos pequeños hilillos de sangre.

    Vladimir ya no podía aguantarlo más. La debilidad casi le impedía respirar. En un último esfuerzo logró adherirse nuevamente en tan agradable seno materno, y Dª Vladimira enseguida captó el mensaje. Aunque reacia al principio pues no era eso precisamente lo que ella suponía que era amamantar a su bebé, no le quedó más opción que ceder ante el alarmante estado de desnutrición de su pequeñín, en contrapartida, como la naturaleza es sabia y siempre da algo a cambio, la saliva de Vladimir estaba compuesta de un potente anestésico que impedía que sintiera cualquier tipo de dolor, a la vez que impedía que la herida coagulase. Vladimir no hizo un uso indebido de esa segunda cualidad de su saliva porque no quería enfrentarse a otro capirotazo de la madre, así que dejó que coagulase lo justo para simplemente saciar un poco su hambre.

    Dª Vladimira comenzó a sentir sensaciones agradables mientras Vladimir succionaba. Tampoco era para dar saltos de alegría, pero bueno, por lo menos no le dolía como aquel primer mordisco. Vladimir, al ser tan pequeñín, tardó muy poco tiempo en quedar satisfecho, pero aunque tenía pocas horas de vida terrenal, supo que no podía volver a alimentarse de la sangre de su madre. Cuando acabó, y después de apretar con sus alitas la mano de la madre en señal de agradecimiento, se quedó literalmente frito enganchado por sus garras boca abajo al dedo índice de su mamá. La mamá con mucha delicadeza, y tras sopesar los posibles lugares donde acomodarlo hasta ver qué pasaba, optó por introducirlo en la jaula en compañía de un canario cantor que tenía. Lentamente lo colgó en una de las barras transversales de la jaula y así fue como Vladimir pasó su primera noche, en éste, su nuevo mundo.

    A la mañana siguiente, Vladimir amaneció tumbado en el suelo en posición de decúbito supino y con un ligero hematoma en el lateral derecho de su cara. Esto posiblemente fue debido al trompazo que se pegó cuando debido a la pertinente transformación a persona humana, la jaula se le quedó pequeña. También notó un ligero cosquilleo en su axila derecha. Vladimir comprobó que su axila había sido utilizada cual mullido lecho durmiente por su compañero nocturno de jaula, el canario cantor.

 >> El motivo de no haberse podido transformar a voluntad en humano, era porque dependía del día para ello. Vladimir tampoco era un vampiro cualquiera. La luz del sol no le afectaba porque para eso era el hijo del jefe que se hizo carne para habitar entre nosotros. Vladimir no era el típico vampiro. No infundía ningún tipo de terror, al contrario, cuando su madre lo vio por primera vez en su forma humana se quedó prendada de él, y asombrada al mismo tiempo cuando le escuchó decir mami, pues aunque Vladimir era un bebé, tenía la facultad de poder hablar.

    Todo fueron entre ellos besos y arrumacos. Vladimir miró al seno materno pues tenía bastante hambre. Vladimir observó que su mamá tenía allí un hematoma succionador con dos pequeñas incisiones, y le preguntó el porqué de aquella herida en semejante parte. Dª Vladimira nada le dijo pues a la memoria le vinieron los recuerdos de las palabras de aquel poco agraciado ser en aquel solemne día de la santa anunciación.

 

III. La infancia de Vladimir

 

La niñez de nuestro pequeño murcielaguito fue muy delicada debido a su forzada abstinencia sanguínea. Vladimir fue víctima de una continuada y galopante anemia, pues aunque como humano se pegaba atracones de padre y muy señor mío, cuando la noche llegaba, su alado cuerpecito echaba en falta la ingesta de glóbulos rojos, blancos, plaquetas, y demás componentes existentes en la sangre.

    Vladimir a causa de esa debilidad nunca pudo emprender el vuelo debidamente, de hecho, en las claras noches de luna llena, su presencia en la zona solía pasar desapercibida. Siempre estaba solo. Sus  nocturnos congéneres juveniles sí podían volar, él no, él tenía que desplazarse de un lado para otro dando saltitos de tejado en tejado.

    Era víctima de las más humillantes y pesadas bromas que le dejaban hundido en la más profunda de las tristezas. Sus bromistas congéneres no podían entender que Vladimir era diferente a ellos, y que contaba con el agravante de no tener una madre murciélago que pudiera guiar sus pasos en esas largas horas en las cuales su apariencia humana desaparecía, además él, era un vampiro, y lo que veía cazar a sus semejantes no le hacía mucho tilín. Le repugnaba ver cómo comían toda clase de insectos.

    Un día, sentado en actitud meditabunda en el saliente de un tejado, Vladimir Drakulinski vio la luz. Pudo ver en la lejanía las luces destellantes de los rotativos de una ambulancia que se dirigía de urgencia al hospital, y para su sensible pituitaria no pasó desapercibido un ligero tufillo a ese ansiado y nutritivo líquido vampiresco. Vladimir se dejó simplemente llevar hacia donde lo llevó ese suculento aroma,  y donde también por fin pudo darse su primer atracón de glóbulos rojos, en concreto, del grupo cero negativo, la primera que halló en el banco de sangre del hospital.

 >> La lectura de esto último me hizo comprender que la historia de Vladimir no era tan antiquísima como yo pensaba. Si ya existían ambulancias, lógico era pensar de su contemporaneidad. Lo que no entendía entonces era porqué el libro estaba en ese estado tan deteriorado y lamentable, y sobre todo, por qué estaba en aquella tienda de antigüedades. Ese no debería ser su sitio. Llegué incluso a pensar que precisamente estaba allí para que yo lo encontrase y pudiese dar fe de todo.

    Nuestro pequeñín Drakulinski fue a aquel hospital noche sí y noche también. Siempre esperaba que el vigilante acabara la ronda para sutilmente acceder a la sala donde había un amplio abanico de sangres variopintas. Nuestro pequeñín tras probar todos los tipos de RH existentes, confirmó que su “caviar” pasaría a ser la sangre del grupo cero positivo. Las otras le resultaban poco sabrosas,  e incluso algunas le producían ardores.

    Poco a poco nuestro querido protagonista fue superando esa debilitante anemia para ir transformándose en un robusto vampiro, en comparación de los pequeños murciélagos de los que continuamente estaba rodeado. Ahora era la envidia de toda la sociedad alada del lugar. Animal y humano compartían un mismo espacio tiempo pero ninguno de los dos sabía que tenían otra vida. Vlade (así fue bautizado Vladimir en su etapa humana) era un hombre sin noche, y Vladimir era un vampiro sin día; eternamente unidos pero a la vez tan separados y tan diferentes. Lo cierto es que Vladimir poco a poco fue perdiendo todo contacto con sus recuerdos humanos. Ya ni reconocía a su madre como tal. La veía como a una humana más, y esto sumía en una profunda tristeza a Dª Vladimira. Pero ella sabía que nada podía hacer para remediarlo. Lo único que podía hacer era esperar y esperar.

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