La verdadera historia de Cristóbal Colón - final

Cristóbal y Felipa después de la ceremonia nupcial fueron raudos y veloces a una agencia de viajes variados (de la época) para contratar un afrodisíaco viaje de novios novatos. Dentro del abanico andaluz de posibilidades que sopesaron por lo económico que resultaban, decidieron unánimemente (porque decidió Felipa) que irían al rocío de Sevilla. Encontraron un jugosa oferta que les llamó la atención nada más verla. Dicha oferta más o menos venía a decir: “Donde viajan tres, seguro que pueden hacerlo dos, anímate “. Además que, a Cristóbal,  le vendría bien pues últimamente estaba con problemas cerebro intestinales y urinarios, y su médico de cabecera, el eminente urólogo Doctor Paolo, le había aconsejado sobre la necesidad de consumir mucha fruta, y él había oído que en Sevilla, y más en éstas fechas, se consumía mucha manzana pequeña.


    A su llegada a Sevilla, lo primero que hicieron fue dejar el equipaje en el hotel de media estrella que habían concertado con la agencia, para después dirigirse apresuradamente a empezar a medicarse. Preguntaron a un amable viandante dónde se podían comprar esas pequeñas manzanas milagrosas. ¿Pequeñas manzanas?, se preguntó a sí mismo el viandante para contestarse también a sí mismo poco después - ¡Ah!, éste se refiere a la manzanilla -. El viandante al que llamaremos equis porque tampoco aquí dice nada sobre su nombre, muy amablemente le indicó tras dos horas y media de explicaciones, los cientos de lugares donde la podía encontrar.

 Cristóbal y Felipa se dirigieron a uno de esos lugares y pidieron la tan deseada medicina. Navaja en mano esperó a que se la sirvieran. Atónito se quedó cuando vio deslizarse a lo largo de la barra un vaso que hacía una sorpresiva parada al llegar a su altura, y en el que vertieron un líquido que él jamás había visto y que le hizo ponerse muy contento pues pensó que le habían ahorrado el esfuerzo de tener que pelarlas. De hecho hasta las habían exprimido y todo.

    >>Obviaré decir que a ritmo de “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”, nuestro recién casado Cristóbal cogió una melopea de mírame y no me toques que, por supuesto, no soltó durante el resto del viaje.

    Felipa, aunque vio algo raro en este tratamiento frutero para los desajustes corpóreos de su cónyuge, no podía decir nada pues era por prescripción facultativa, pero también pensó que algo de bueno debía de tener aquello porque su pareja estable estaba de lo más contentillo, y además cumplía a diario como era preceptivo y como Dios manda.


    Los días y las noches fueron pasando, y Cristóbal llegó a ser muy conocido en ese chiringuito en concreto, inclusive se hizo gran amigo de dos jóvenes cantores que estaban empezando a darse a conocer y que allí les llamaban “los del river”. Fue habitual en esos días ver a “Los del river” junto a Cristóbal cantando en los tablaos “macarena baby “ (en aquellos tiempo macarena acababa de nacer ). Como Cristóbal no tenía el deje andaluz que hay que tener para cantarla, él era el encargado de hacer el “Aummmmm” del final.

    ¡Fue un viaje increíble!, Cristóbal no pudo por más que echar la mirada atrás al partir, y con lágrimas en el cerebro, posiblemente debido a los insoportables ardores provocados por la sobredosis de manzanilla que su cuerpo humano albergaba, y que aún no había conseguido destilar, se percató que en esta ocasión el amigo que se iba era él, y que algo se le murió en esos momentos en su beoda alma.

    El matrimonio Colón regreso a Génova, y allí fue a recibirlos en honor de multitudes (otra vez) su amigo Marco Polo. Tan amigo era, que en su momento no le importó avalar a la feliz pareja para que el banco central italiano les concediese un crédito hipotecario “Santa Rita, Santa Rita lo que se da no se quita” para la compra de un chalet adosado en uno de los barrios residenciales de Génova.

    Era habitual que Marco pasase mucho tiempo en casa de los Colón. Cuando terminaban sus eternas partidas de cartas, y la dulce Felipa se retiraba para entrar en brazos de Morfeo, el par de dos, Cristóbal y Marco, solían prefabricarse unos modernos porretes de “hachis“ y, como abducidos por un antepasado del payaso Fofito, entre carcajadas y más carcajadas hablaban durante largas y anchas horas de sus futuros proyectos marinos.

    Una noche, y después de una tranca monumental de la cual eran poseedores ambos amigos, Cristóbal perdiendo la noción del tiempo y el espacio, se levantó y fue a su mesita de noche y de día diciendo para sus adentros: - ¡Cristóbal!, psssssss, no hagas ruido que como despiertes a Felipa te va a caer la del pulpo -. Cuando llegó, lentamente abrió el cajón donde guardaba todos sus cartográficos mapas, y sacó uno de ellos. Como levitando salió del dormitorio conyugal y en un estado de hiperactividad bestial, le preguntó a Marco que si él creía que se podía ir a Catay y a Cipango por vía marítima en dirección a occidente. Marco, que en esos momentos estaba destrozado mental y anímicamente, después de haber salido de la apoplejía lógica que le produjo la preguntita de Cristóbal, se levantó del suelo (breves momentos antes se había pegado un trompazo contra el mueble bar) y le contestó afirmativamente, únicamente con la pretensión de que su amigo le dejara en paz y armonía con su propio y etílico yo.


    Cristóbal, obsesionado, a la mañana siguiente de dos días después de la cogorza pillada, fue en busca de Marco para preguntarle sobre lo que le había comentado con el añadido de que había confeccionado un proyecto pero que no sabía qué hacer con él. Marco, pensando que le había despertado una pesadilla antes de navidad, le contesto lo primero que se le vino a la cabeza, y esto no fue otra cosa que decirle que le hiciese llegar el proyecto al rey Juan II de Portugal. Seguro que le haría mucha ilusión. Marco le pudo decir miles de cosas, pero le dijo esa.


    Cristóbal, siguiendo el sabio consejo de su amigo, hizo llegar la carta con su propuesta a la casa real portuguesa en espera de contestación. Ésta tardó bastante tiempo en llegar. Cristóbal la leyó en un portugués casi perfecto:

From: Casa Real to Portugal

To: Cristóbal Colombo Fontanarrosa

Asunto: Sentimos comunicarle que no nos interesa para nada dónde coño está Catay, y mucho menos Cipango, pero si algún día tiene a bien visitarnos, avise con tiempo para cerrar la frontera porque a usted se le ha ido la olla, o le falta un hervor.


    ¡Hay que joderse con los portugueses estos! - exclamó Cristóbal -, pues a ver ahora qué hago. Era la primera vez desde su emancipación del seno paterno y materno que estaba con la moral por los suelos de parqué. Al verlo en esas catastróficas condiciones emocionales, Felipa le sugirió que por qué no pedía consejo y ayuda a sus amigos sevillanos “Los del river“ para que dada su gran popularidad en España le consiguieran audiencia con los votados democráticamente por el pueblo español Reyes de España, muy católicos ellos.


    Cristóbal hizo caso del consejo de Felipa y comunicó con “Los del river”, de los cuales no halló ninguna respuesta. Pero Cristóbal no se iba a dejar llevar por la desesperanza y las adversidades, y puso pies en polvorosa con dirección a España, y así poder hablar en vivo y en directo con los católicos reyes.

    El azar de la vida volvía a separar a los dos amantes, pero la situación era ya insostenible. La convivencia echaba chispas. El matrimonio pasaba por una profunda crisis económica. Tanto es así que Felipa ya no podía ni tan siquiera comprarse rulos para arreglarse el pelo, incluso las mechas se las tenía que hacer con la tinta de escribir.

    Llegó el día de la partida y a Cristóbal le resultó muy traumática. Su amada Felipa del alma no podía acompañarle, y su amigo de tantas noches de intensas charlas y esnifamientos de pegamento cuando el costo costaba caro, no quiso compartir sus sueños, y pasó de comprometerse en tan arriesgada aventura. Aun así, Cristóbal partió hacia España con destino a La Rábida. La suerte se alió con él, y dio la casualidad que los católicos reyes estuvieran allí visitando al Padre Prior de la orden de los Benitos despistados. Cristóbal se quedó perplejo ante la majestuosidad de los reyes, sobre todo de la majestuosidad de la reina. La católica reina estaba de muy buen ver. Cristóbal se preguntó qué podría haber visto u observado semejante belleza española en el rey, éste era más feo que Picio.

    Mientras, Cristóbal no dejaba de mirar a la reina. No se hicieron de rogar los gritos de todo aquel público enfervorizado ante esa visita real tan esperada: - Que bote el rey Fernando, que bote el rey Fernando. Un bote, dos botes, homosexual el que no bote”. A la par que esto ocurría, a nuestro protagonista, preso del nerviosismo y a lo ajetreado del viaje, unos descomunales retortijones intestinales empezaron a entrar en ebullición en sus interiores y, aunque Cristóbal intentó apretar el culo contra sí mismo para impedir la libre salida de tales indómitos gases anti-oxidantes, no lo consiguió, y una terrible explosión intestinal precedió a un inquietante aroma nada agradable que no pasó desapercibido ni para él ni para nadie.

    Todas las miradas se volvieron hacia donde él se hallaba, inclusive, el católico rey estornudó llevándose a consecuencia de ello doble ración del aromático momento, lo que le acarreó que un instantáneo golpe de calor le hiciera desvanecerse y caer de bruces contra aquel religioso suelo.

  >>Parece ser que hubo gente que cuando el rey Fernando caía le oyeron decir: ¡Será cab....!!, pero esto es un dato que no se puede asegurar pues el final no se le entendió muy bien debido al golpazo que se pegó.


    La católica reina fue más cortés, y consciente del mal momento por el que atravesaba el propietario del aroma, y lo hundido en la miseria que se debería de sentir, le mandó llamar. Cristóbal, muy avergonzado, doblegó sus rodillas antes tan hermosa majestad, y le hizo una sentida reverencia. La reina dulcemente le preguntó: - Gentil caballero ¿se hizo daño antes?- Cristóbal no articuló palabra alguna. Quedó prendado de esos intensos ojos negros que le miraban con curiosidad, y de esa nariz a medio cerrar debido a que los fatales olores habían seguido tenazmente a su propietario.

    Mientras Cristóbal permanecía en posición sumisa, un aroma desconocido y quizás no muy agradable, también llamó a las puertas de sus fosas nasales. El humillo parecía provenir del lugar en el que se encontraba la católica reina, pero Cristóbal pensó que eso no podía ser, ¡Cómo iba a oler así de mal aquella mujer que tenía enfrente! Debía de ser alguna casualidad, o que aquel olor apestoso había aparecido de la nada para boicotear su presentación ante la reina.

    Cristóbal, ya acostumbrado a todos los tipos de aromas con los que se iba encontrando conforme respiraba, se dirigió a la reina:

Cristóbal - ¡Alteza!, soy Cristóbal Colombo Fontanarrosa, pero sé que algún día seré recordado como Cristóbal Colón.

    La reina, en reciprocidad se dirigió al él diciéndole:

Reina - Yo soy Isabel 1ª de Castilla, y el de la esporádica lipotimia es mi marido, el Rey Fernando IV o V de Aragón, y somos los bien llamados Reyes Católicos. Levántese ya gentil caballero –

    Cristóbal alzó su mirada y vio una inscripción detrás del trono de la reina Isabel en la cual se podía leer con letras mayúsculas y en negrita: Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando“. Más abajo en minúsculas y en letra canija: “De eso nada, yo monto más que ella, no te jode, que para eso soy Fernando y varón“.

    Cristóbal, aún a costa de romper el estricto protocolo, se dirigió nuevamente a la reina diciéndole: - Alteza, vengo de Génova con un gran proyecto entre manos. Soy experto navegante, y quiero realizar un viaje porque sé que algo grandioso en alguna parte del mundo mundial me está esperando. Alteza, lo que ocurre es que no tengo patrocinadores ni sponsors que corran con los gastos de esta arriesgada empresa -

    La reina Isabel aceptó unos documentos manuscritos del currículum vite de Cristóbal y del proyecto del cual había ido a hablar, emplazándole para un posterior día en la corte. Antes tenía que consultarlo con el rey Fernando y con el congreso de los diputados medievales.

    Cristóbal salió psicológicamente muy reforzado en su autoestima, para su gusto, a los católicos reyes no les iba a resultar nada fácil olvidarle, sobre todo al rey Fernando.

    Pocos días después, y cuando se dirigía a dosificarse el carajillo sin churros como habitualmente hacía, fue interceptado por alguien que dijo ser enviado de la reina y que le entregó una nota de ésta con el sello de la casa real:

    Estimado amigo Cristóbal, como os prometí me es grato comunicarle que una vez que he hablado con el rey Fernando, de mutuo acuerdo hemos decidido concederle la audiencia solicitada por vos para que nos informe personalmente de sus marineros planes. También he de comentarle que me ha costado Dios y ayuda convencerle. Aparte de alguna que otra incursión por los instintos sexuales del rey, ya que cuando pronuncié su nombre Cristóbal, Fernando comenzó a ponerse pálido y desencajado pues aunque sus recuerdos eran algo vagos sobre lo que ocurrió, creo que su nariz y todos sus conductos hasta que llegan al cerebro no lo han olvidado, por lo que me permito y, sin ánimo de ofenderle, rogarle que la noche antes de venir se haga un drenaje rectal o algo. No se preocupe por nada, ira a visitarle el eminente bacteriólogo Doctor Sebastian, el cual es un gran experto en tratar ese tipo de dolencias como la que vos padecéis, y que ha publicado extensos estudios sobre “Sintomatología olfativa de procesos gástricos de origen desconocido, y aplicaciones prácticas de enemas indoloros manuales por vía rectal “.

Sin otro particular le saluda atentamente, Isabel, católica reina de España.

    Cristóbal, sin perder ni un minuto y medio se fue raudo y veloz hacía su habitación para ultimar todos los detalles y no dejar ningún cabo suelto en la extensa exposición que pensaba hacer de su maravilla de plan viajero. Sólo quedaba día y medio para tan deseada audiencia y no podía fallar.

    El gran día llegó. El gallo Kiriko con potente alarido despertó a nuestro protagonista con un solo “Kikiriki”, ya que cuando el gallo Kiriko iba a recitar la segunda estrofa de su cántico mañanero, Cristóbal le atizó un zapatazo en el cogote. Kiriko miró incrédulo a su ilustre agresor. No sabía el porqué de aquel arrebato de rabia. ¿Qué había hecho?, él era un gallo de corral ajeno, y genéticamente estaba creado para recitar esos lindos aunque molestos cánticos en horas vespertinas.

    Sin comprenderlo, el gallo Kiriko optó por pirarse urgentemente al observar que su agresor pasaba ampliamente de la genética, había cogido una silla, y era más que probable su próximo lanzamiento en la misma dirección que el zapato, es decir, su cogote.

    Cristóbal a regañadientes se incorporó de la cama. El sueño que sentía en sus pestañas era insufrible. Después de un completo desayuno compuesto de dos tostadas y tres quemadas con margarina vegetal y mermelada de melocotón en almíbar con guarnición de más almíbar, presurosamente cogió todo el material, y optimistamente partió hacia la corte donde esperaba encontrarse con los católicos reyes. A su llegada creyó que se encontraría con un recibimiento digno de lo que él creía su innata clase, pero no, cuando llegó a los aledaños del Palacio no encontró ni a un mísero paje que le estuviera esperando para presentarle a sus majestades. Cristóbal optó por la solución más fácil que no era otra que llamar.

     Instantes después se abrió la puerta, y ante sus ojos apareció el menordomo, asistente personal del mayordomo de palacio, el cual le acompañó al salón VIP diciéndole que enseguida le recibirían los reyes. Sus majestades estaban descansando. La noche anterior habían estado celebrando Halloween con unos primos también reales que habían llegado por sorpresa.

    Cuando llegaron los reyes agarraditos de la mano, observaron que Cristóbal estaba tumbado en el sofá arropado con un edredón nórdico en una posición nada protocolaria, y lo peor, sus ronquidos parecían proceder del más allá. Los católicos reyes se miraron un par de veces o dos con incredulidad. Jamás habían visto a una persona tan segura de sí misma y que con tanta sangre fría se tomara el hecho de presentarse ante ellos.


    El rey Fernando le dio unos suaves empujoncitos a Cristóbal para intentar despertarlo sin sobresaltarlo por si del susto se le aflojaban de nuevo los “estribos”, y dejaba escapar alguna otra hecatombe olorosa. No se fiaba, así que le dijo con mucho tacto: Cristóbal, ¡Eh! Cristóbal, despierta, soy el rey Fernando, Cristóbal, que te has desarropado y la reina Isabel te está viendo el culo y zonas adyacentes. 

    Al oír esto, Cristóbal súbitamente se incorporó y cuando pudo controlar la taquicardia que le produjo saber que su culo había sido visionado por la reina, suplicó perdón culero aduciendo en su defensa que últimamente había dormido poco debido a la preparación del proyecto que les tenía que mostrar, y que sentarse en ese sofá tan cómodo le había como hipnotizado.

    Bautista, el mayordomo, ya había dispuesto todo lo indispensable.  Cristóbal muy decidido sacó de su maletín de piel de cocodrilo todo el material indispensable para llevar a cabo su presentación que, básicamente, constaba de un folio Din A4, un compás, unas reglas, una goma de borrar y dos plumas poco estilográficas. Una pluma era bic naranja que escribía fino, y la otra pluma era bic cristal que escribía normal, tirando a grueso.

    Con premura procedió Cristóbal a explicar con pelos de punta y señales sus intenciones marinas trazando con precisión un circulo de 10 cm de diámetro. En un lado pintó el mapa de España sin Portugal. Había tomado tirria a los portugueses a raíz de hacerle ese feo. En el lado contrario metódicamente y casi de tirón, a pulso, pintó una X (los reyes permanecían expectantes). De inmediato enfiló con una de las plumas, concretamente la de la punta más gruesa, hacia ese punto, y señalándolo con ahínco, les dijo a los reyes: - ¡Majestades!, aquí en esta equis tiene que haber algo. Estoy seguro y quiero saber lo que es.

    Los reyes volvieron a quedarse alucinados antes semejante alarde de conocimientos cartográficos de Cristóbal. El rey quedó atónito, enmudeció. Se dio cuenta que estaba ante una mente privilegiada, un iluminado, alguien muy adelantado a su época. Pero aun así, el rey Fernando tenía una duda que la amplia explicación del iluminado de Cristóbal no había conseguido aclararle. No sabía por qué narices aquella mente privilegiada de ser humano había llevado las reglas y la goma de borrar. Por no parecer ignorante a ojos de su pareja, la católica reina, prefirió callarse.

    Los Católicos reyes despidieron a Cristóbal cuando ya los bostezos eran insoportables. Los católicos reyes informaron a Cristóbal que estudiarían detenidamente el extenso y meticuloso proyecto que les había explicado, y que cuando lo tuvieran claro le confirmarían si se prestarían a ser su sponsor y patrocinarían su viaje, transcurría el año 1489.


    El 17 de Abril de 1492 y después de los reyes consultar con todas las mentes sabias de la época, que por el tiempo que transcurrió debían de ser millones, decidieron que sí, que correrían con los gastos del viaje. En esta decisión influyó mucho una centuria de Nostradamus, esa que decía:

― Tierras extrañas habrá, que no cabe ninguna duda que Columbus descubrirá ―

    Los tres años transcurridos hasta el notición, Cristóbal anduvo de acá para allá e, incluso a veces, de allá para acá sin encontrar a nadie que creyera en él.


    Con la decisión positiva de los católicos reyes, también le fueron concedidos como churros a Cristóbal los títulos de Almirante, Virrey, y Gobernador de las tierras que descubriera.

    >>Supongo, y esto es una opinión personal, que jamás de los jamases pensaron que semejante lumbreras pudiera descubrir algo. Lo que no entiendo entonces es porqué aceptaron.

    >>Cristóbal fue bautizado la noche de antes del arriesgado viaje como “Colón” en honor de…. bueno….nada.

    El santo (alabado sea el señor) bautizo, fue solemnemente celebrado en una intensa zambullida etílica de ron en el río Guadalquivir por no se sabe quién. Cristóbal Colón (ya), zarpó de Palos de Moguer el 3 de Agosto de 1492 de ese mismo año y no de otro. La expedición estaba compuesta por tres embarcaciones y algún que otro flotador sin agujero en medio. La embarcación más pequeña fue la llamada Niña. Al principio quisieron ponerle el nombre de “Esmirriada”, pero tuvieron que acortarlo ya que no cogía en el lugar donde debía ser escrito. La niña iba capitaneada por Martín Alonso Pinzón. La embarcación que estaba entremedias la bautizaron como la Pinta, y la capitaneaba Vicente Yánez Pinzón.

    >>Estos hermanos serían recordados desde ese momento y para la posteridad como “los hermanos de madre Pinzones”, si eran o no ladeaos, e incluso si perdían aceite de ricino, en los manuscritos no he encontrado datos fidedignos que lo corroboren.

    La tercera embarcación, la más fashion, era la “Santa María madre de Dios ruega por nosotros los pescadores”. Al igual que pasó con la canija de la niña, tuvieron que bautizarla a medias y dejarla en Santa María. Ésta era la que  iba comandada por el terror de los mares. Por el señor de la olas marinas. Por el amo de las ahogadillas, es decir, por nuestro protagonista Cristóbal Colón.


    El primer mes de viaje fue el más conflictivo debido a que nadie había caído en la cuenta de que en alta mar, y además en pleno mes de Agosto, el sol iba a pegar de lo lindo, y no llevaban crema protectora solar para cuando les cascaba el sol, que por otra parte era casi todo el día, de hecho hubo varios motines alentados por el sindicato de marineros “P.O.S.E.S.O.”, reivindicaban que el moreno albañil que estaba adquiriendo la tripulación era ilegal, y ya de paso aprovecharon para exigir la reducción de la jornada laboral con argumentos “aplastantes”. Estaban hartos de tener que madrugar y levantarse a las once de la mañana. Se sentían vilipendiados y explotados vilmente.

    Colón consiguió controlar los motines después de demostrar científica y prácticamente a la tripulación, que eso que decían las enciclopedias de la época que los tiburones blancos eran vegetarianos, era totalmente falso, muestra de ello eran algunas vestimentas humanas rasgadas rescatadas del mar, de algún que otro marinero que tuvo que lanzar al mar para demostrar lo rotundo de su afirmación.

    El siguiente mes en curso, Septiembre, fue un mes de transición. La “moral” de la mayoría de la tripulación estaba comenzando a “decaer” de manera alarmante. Desconocían que les eran aplicadas en las comidas unas buenas dosis de bromuro en gotas para evitar en lo posible las probables pérdidas de aceite como consecuencia de la abstinencia sexual marinera, y la nula presencia de personal femenino; por lo que lo único que empinaron en todo el viaje fue el codo, y muy asiduamente, que todo hay que decirlo.


    Sobre el 29 de Septiembre a las 22:00 h, Colón ya empezó a inquietarse. No veía tierra por ningún lado y, aunque el mar era su vida, se estaba empezando a hartar de ver tanta agua. La única tierra que veía fuera, era la que furtivamente se encontraba presa entre los dedos de sus pies. ¡Por fin! el día 12 de Octubre, el vigía Rodrigo Sánchez de Triana vociferó esa palabra tan deseada:

Rodrigo - ¡Almiranteeeee! ¿Cuándo me relevan?, que ya estoy hasta los chamuscados cojones de estar aquí a pie firme.

Colón - ¡Vigía!, siga en su puesto o le transformo en eunuco de un plumazo. Sólo lleva dieciséis horas de guardia

Rodrigo - ¡Almiranteeeee!, es que ya no siento las piernas.

Colón - Que no quiero excusas vigía. Siga ahí hasta que yo ordene lo contrario que para eso soy el comandante, o qué se cree, ¿Que me he sacado el titulo por correspondencia?.

    Tuvo que ser el hado (quien desde la niñez no había vuelto a inmiscuirse en los asuntos de su pupilo) el que al ver semejante grado de incompetencia del vigía, que además se había quedado frito, y que debido a ello las embarcaciones iban a pasarse de largo la tierra que empezaba a mostrarse en el horizonte, diera un súbito pescozón con dirección norte a Rodrigo Sánchez de Triana para posicionarle el cabezón del que hacía gala en la dirección correcta, y que mirara hacia allí. Rodrigo se quedó petrificado. Del nerviosismo que le entró no era capaz de articular palabra:

Rodrigo - Al, Al, Almi, ran, rannnn te, te…..¡Ti,Tii, e,rrrra!,

    El hado no salía de su asombro, cómo podía haber un tío tan inútil. Cuando se disponía de nuevo el hado a aplicarle otro duro correctivo a Rodrigo, se produjo el milagro. Rodrigo gritó como nunca antes lo había hecho:

Rodrigo - ¡Almiranteeee!, tierra allá a lo lejos a mano izquierda si la miramos de frenteeeee. Di estuviéeeeeramossss de espaldas sería a mano derecha.

    Cristóbal Colón sacó el catalejo para el ojo derecho, y entonces la emoción lo embargó. No pudo evitar derramar una lágrima de alegría, y a la vez de dolor pues se había clavado el catalejo en el ojo diestro. Pero era igual. Su sueño por fin estaba a punto de cumplirse. Esas palabras que desde niño precoz le habían estado atormentando por fin iban a convertirse en realidad. ¡América, América!

    Cristóbal Colón, con el ojo que le quedaba sano pues el otro lo tenía a la virulé, miró a la tripulación y les ordenó con marcial voz: - ¡Avante todaaaaa! -  La tripulación se quedó perpleja. Unos y otros se miraban. En sus incrédulas miradas se podía intuir que esa orden les había pillado por sorpresa. Incluso si se ponía más atención todavía, se podía intuir también que pensaban algo así cómo - ¡Ostras Pedrín! al almirante le ha dado un yúyu pre descubrimiento -. La razón obviamente era que en la vida habían escuchado semejante orden;

Segundo de a bordo - ¿avante toda qué?, (lo de segundo de a bordo no es por nada es que se llamaba así, Segundo).

    Colón estaba ya de los nervios, quedaban ya pocas millas marinas, y no había forma o manera de llegar rápidamente allí. Colón con la paciencia que siempre le caracterizó volvió a intentarlo, se subió al puesto de mando y dando frenéticos golpes con ambas palmas de sus manos, y gritando hasta casi echar el bofe por la boca les dijo: - ¡Vamooooossss joder!, que es para hoy, vengaaaa, darle caña a esto de una puñetera vez!

    Benditas palabras aquellas. La tripulación ahora sí que lo entendió debidamente, y entonces el histerismo colectivo se adueñó de la nave "Santa María Madre de Dios ruega por nosotros los pescadores”. Nadie sabía para dónde tenían que ir. Nunca habían tenido que ir tan rápido. Esta tripulación siempre se caracterizó por su relajación.

    Los unos tropezaban con los otros. Los otros a su vez también tropezaban con los unos de antes. Algunos, incluso, se cobraban viejas rencillas poniendo zancadillas para posteriormente descojonarse cuando sus víctimas caían al mar por popa, para alegría de sus compañeros de viaje, los tiburones blancos de arrecife. En fin, que Colón no tuvo más remedio que hacer uso de una estrategia para no dejarse llevar por aquella debacle, y procedió sin más a dosificarse sendas dos bolsitas de un fármaco muy fuerte de nueva invención y que se llamó en aquel tiempo "Tila". De inmediato surtió el efecto deseado en el cuerpo humano de Cristóbal, y más después de haberlo mezclado con un buen tanganazo de ron de garrafón.

    Colón bajó del puesto de mando como llevado por un imaginario querubín celestial. Parecía flotar. Tanta paz irradiaba, que la tripulación al verlo, se quedó perpleja. ¿Cómo podía ser que en aquellos momentos de tanta tensión su Almirante no diera muestra de nerviosismo alguno?. Esto influyó muy positivamente en ellos. No pudieron por más que romper a aplaudir a Colón con sendos arrebatos de euforia marinera. Lo aclamaron largo rato a gritos de, "hip ,hip, hurraaaa ", "hip, hip, hurrraaaa", "se nota, se siente, el almirante está presente". Sólo entonces dominaron sus nervios, e inmediatamente controlaron la situación que se les escapaba de las manos. Raudos y veloces pusieron rumbo a esa santa tierra.

    A Cristóbal Colón, que no se le escapaba ningún detalle por ínfimo que éste fuese, no olvidó que el vigía Rodrigo Sánchez llevaba muchas horas ya de guardia en lo alto del palo mayor, y le mandó al pertinente relevo para ya con él acabar el viaje.


    Cuando habían pasado varias horas, Colón no quitaba el ojo que le quedaba sano al marinero que estaba ocupando el puesto de vigía. Hacía cosas muy raras. Sacaba la cabeza todo lo que el cuello le daba de sí apoyándose en los agarres del pequeño habitáculo que formaba aquel puesto como si se quisiera tirar, y no hacia nada más que frotarse con desespero los ojos. De vez en cuando, y todo hay que decirlo, también se rascaba el culo, pero era porque le picaba debido al calor. La tripulación también empezaba a inquietarse ya que la tan anhelada tierra estaba a escasos quinientos metros, y el vigía no daba ninguna esperada voz de aviso. ¿Qué era lo que pasaba? ¿Estaría viendo algo sobrenatural en la lejanía?, ¿Algún peligro inmediato les acechaba?. Las miradas de toda la tripulación, incluidas las de la otras dos embarcaciones, se clavaron en el marinero vigía. Fueron momentos de incertidumbre hasta que como no podía ser de otro forma o manera, Cristóbal Colón volvió a hacerse cargo de aquel caos (qué hubiera sido de este viaje sin él). Adueñándose completamente de la situación pidió un megáfono “de la época” a su tercero de a bordo pues el segundo se estaba echando la siesta, y le dijo al marinero vigía:

Almirante - ¡Marinero vigíaa! ¿Qué pasa hombre?, que nos tienes en un sin viviiiiiirrrr, ¿Es que no ves la tierra joderrrrrrrr? Si hasta nos está saludando!

    El marinero vigía, acojonado ante la bronca que estaba presta a caerle encima le replicó:

Marinero Vigía - Sí mi almiranteeee, claro que estoy viendo tieeeeerra, pero es que veo dooooossss, soy bizcooooooo, y no sé por cuál decidiiiirmeeee, si por la de la derechaaaaa o por la de la izquierdaaaaa.

Almirante(La leche) ¡Ehhhh! tú, bizco de los cojones, bájate ya de ahí joderrr, que por tu culpa casi nos la pegamos con la tierra y encallamos.

Marinero Vigia y Bizco -  A la ordeeennnn.

Después de varias maniobras marcha atrás de las tres embarcaciones para corregir el rumbo, una detrás de otra llegaban a tierra. Arriaron los botes para el desembarco, y fueron subiendo apresuradamente a codazos en ellos. Tan apresuradamente subieron,,que una vez que llegaron todos a tierra se percataron, o lo que es lo mismo, cayeron en la cuenta aritmética que faltaba un tripulante, ¡joder!, ¿quién será? pensaron todos. El tercero de a bordo mandó formar a la tripulación. Una vez efectuado el recuento, éste fue a darle las novedades a su superior y, ¡No podía ser! se habían dejado al Almirante Colón a bordo de la nave “Santa María madre de Dios ruega por nosotros los pescadores” poniéndose el uniforme de Gala.

Colón esperaba que a su salida del camarote se iba a encontrar a toda la tripulación en perfecta formación para pasarles revista, y que le rindieran honores, pero cuando salió allí no había ni Dios. ¡No podía creerlo!. Corriendo como alma que lleva el diablo se dirigió a la proa del barco. Comenzó a dar desesperados saltitos, y a hacer aspavientos con los brazos para que le vieran. Cuando observó que ya había sido visionado volvió a coger el megáfono y les dijo de muy mala leche:

Almirante - ¡Eh joder que estoy aquí, cómo podéis ser tan inútiles!. Venga, todos para acá otra vez cojones, a galeras os voy a mandar para que les deis novedades a Ben Hur. Media vuelta y cagando leches para acá. Vamos a hacer las cosas como es debido. Cómo se os ocurre olvidaros precisamente de mí.

    Las tripulaciones de todos los barcos obedecieron sin rechistar. Cuando llegó la tripulación de la nave Santa María, Colón estaba esperándolos apoyado en el mástil más alto del barco mirándose las uñas, y extrayéndose a la vez con un palillo monda dientes algún resto de comida ubicada entre ellos. Además daba golpecitos con el pie izquierdo sobre el suelo algo así como diciendo con aires de importante, a ver, a ver cómo arreglamos esto ahora. La tripulación con la cabeza agachada en actitud de "perdón no nos hemos dado cuenta" fue subiendo uno a uno, recibiendo lógicamente las pertinentes y necesarias collejas por parte de su menospreciado y olvidado almirante.

    Colón, para que no volviera a ocurrir lo mismo, ahora subió el primero diciéndoles a todas las tripulaciones que cuando él se alejara y diera la señal mediante un sonoro silbido, podrían seguirle, mientras nada de nada.

    A la segunda y no a la tercera vez fue la vencida, Colón encabezó el desembarco. ¡Ahora sí!, ahora fue el primero en pisar tierra. Anduvo cuatro o cinco metros para no mojarse los ceñidos leotardos blancos de malla blanca, y clavó su rodilla izquierda en aquella fina arena tras pegar accidentalmente un tremendo tropezón. Cristóbal reaccionó como él sólo sabía hacerlo. Con una sangre fría y una templanza fuera de lo común, cogió el peluquín que se le había caído al agua, y tras sacudirlo un par de veces, se lo colocó en la cabeza ligeramente torcido y goteante.

    >>Para la posteridad este fortuito accidente laboral playero de Cristóbal Colón sería tomado, y de hecho hay pinturas que así lo muestran, como un acto de fe y agradecimiento a Dios por el buen fin de aquella gloriosa aventura.

    Colón de lo más emocionado y casi llorando, alzó su mirada mientras pensaba cómo bautizar a aquellas nuevas tierras. No le hizo falta pensar mucho pues vio un cartel iluminado con antorchas que ponía en letras fabricadas de madera de pino americano "Benvinguts a Guanahani (actual Watling en Las Bahamas), tribu hermanada con Oregón. Esperamos que la estancia aquí sea de su agrado".

    Pues de eso nada dijo Colón. Hábilmente, y aprovechando que no había nadie en las inmediaciones, mandó llamar al carpintero de Milwakee del barco, y le dijo que se espabilara y que quitara aquel ofensivo cartel de benvinguts y que en su lugar pusiese con mayúsculas San Salvador. El carpintero de Milwakee, aprovechando la coyuntura, le dijo que ya que se ponía, por qué no quitaba también lo de hermanada con Oregón. Colón lo sopesó durante breves momentos y le respondió asintiendo con la cabeza afirmativamente: - Pues sí, nada de Oregón, además que tampoco sabemos dónde cojones está eso -


NOTA. A partir de aquí y no de otro sitio, he de deciros que seré breve, ya que el último manuscrito también lo es y no quiero inventarme ahora al final nada. Parece ser que al artífice de este manuscrito no le dio tiempo a partir de aquí a terminarlo con pelos y señales como hubiese deseado. Me limitaré a plasmar textualmente el resto de lo que pone.


    >>He de ser breve, mi vida corre un serio peligro. No sé si me quedará tiempo material. Por eso precisamente digo lo de breve, pero aunque en ello me vaya la vida, no quiero dejar de por lo menos terminar someramente la verdadera historia de Cristóbal Colón. Para ello tendré que omitir muchos detalles, y no contar ya la historia casi de la misma boca de Cristóbal como hice hasta ahora. Pido disculpas a los futuros lectores de estos hechos que, seguramente, será allá por el siglo XXI después de Cristo, pero es que he recibido el chivatazo de que la Santa Inquisición al completo capitaneada por Tortaquemada, perdón, es que estoy bajo mucha presión, quería decir Torquemada, vienen a prenderme. No sé si será fuego real, fatuo o qué, pero vamos, que del apresamiento no me libra ni Dios.

    Se me acusa de Brujería, creo, ellos a su vez creen que estos manuscritos están en clave, y que tras ellos se esconden oraciones satánicas moderadas. También se me acusa, y esta acusación es la peor, de ofender a Dios. Creen que fui yo quien le hizo a Arapís Fuster las fotos que salía casi en bolas en una piscina. Juro antes vosotros que soy completamente inocente, además, cómo voy a hacer eso si aún ni ha nacido, pero bueno, que últimamente la hoguera está muy desasistida de brujos contribuyentes y me ha tocado a mí la china.

OTRA NOTA


Voy a seguir con la historia ¿eh?, sólo deciros que algunos comentarios son míos pues se nota cierta tensión y nerviosismo en la letra, y a veces no se entiende muy bien.


    Posteriormente Colón descubrió a la Juana, ¡Eh!, ¿A la Juana? ¿Qué Juana?. Creo que he leído mal yo ahora, es que con tanta prisa… a ver, ¡ah!, que descubrió Juana, que parece ser que hoy en nuestros días es Cuba. Parece ser que Cristóbal también confundió en un primer momento a la Juana con las tierras del Gran Fan y La Española, que pone aquí que hoy son la República Dominicana y Haití. De ayer precisamente no pone nada.

    El día de Navidad del año equis (sí que tenía prisa sí, es que tampoco pone el año de esto) encalló la nave Santa María, y Colón pensó: Joder, ¿Qué hago yo con tanta madera? y construyó la villa de la Armada. Luego ya con el resto de la tripulación volvió a Europa (siempre rápidamente). Colón fue a visitar a los Católicos Reyes a Barcelona del Penedés donde agasajó a sus majestades con riquezas y Souvenirs variados de las nuevas tierras.

    Ya a partir de 1493, a Colón le gustó esto de descubrir tierras, y por donde pasaba descubría algo. Descubrió Puerto Rico y Jamaica en un fin de semana que tenía libre. Para descubrir la Isla de los Caníbales (Trinidad), la Costa de Guayana, y la Isla de las Perlas ya no fue ni él, mandó a un subalterno diciéndole: Tú cualquier cosa que te encuentres por el camino la descubres y asunto arreglado. Está todo sin descubrir todavía. Eso sí, el nombre se lo pongo yo.

    Colón descubrió muchas más islas, islotes, archipiélagos, pero no los nombró porque estos fueron ya de oídas, y claro, tampoco era plan.

    En lo referente a Felipa, he de deducir y así lo hago, que se divorciarían o algo porque nada se escribe sobre ella ni su relación con Cristóbal a partir de iniciar su viaje. Para mí que se lió con Marco Polo, el amigo de Colón, pero esto es una suposición mía.


    Casi al final de sus días, Colón tuvo una azarosa e intensa vida. Fue detenido varias veces. Se le prohibió la entrada a algunas de las tierras por él descubiertas. Las lengua viperina de la época dijeron que era algo pesetero y trataba con esclavos y todo (completito el muchacho).


    En 1504 y enfermo de gota regreso de nuevo a España donde entabló duras batallas dialécticas para hacer valer todos sus privilegios prometidos por los católicos reyes. Lo que pasa es que no le dio tiempo ya que a los dos años y algo, su dolencia gotosa se le complicó con esa aerofagia de caballo que siempre padeció, y los médicos de aquella época no pudieron entrar a su habitación a atenderle porque el olorcillo característico de aquel habitáculo era insoportable para cualquier picaporte nasal humano que osara olerlo.


Cristóbal Colón falleció el 21 de Mayo de 1506 en Valladolid, provincia del mismo Valladolid.

    ¡Un momento! ¡Pardiez! esperar que hay aquí un papelito. A ver qué pone…, ¡Ah!, que tuvo un hijo que se llamó Hernando, anda que si no lo veo a tiempo os quedáis sin saber si fue padre o no, ¡Uf!, menos mal.


 


 

 

 

 

 

 

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