La verdadera historia de Cristóbal Colón, parte 1ª

Ha llegado a mi poder un manuscrito muy antiguo, que tras pedir ayuda a eminencias en este campo, he conseguido traducir. En él se cuenta con pelos rubios que hay pegados en algunas hojas, y señales, la verdadera historia de Cristóbal Colombo Fontanarrosa. Este manuscrito cuenta sus vivencias desde su más tierna infancia, hasta que debido a una grave enfermedad que lo aquejó al final de su vida, murió en la más absoluta soledad. Nadie se atrevió a acompañarlo en sus últimos momentos, pero perdonarme que no desvele el final, cada cosa a su debido tiempo.

    Quizás estos hechos reales se le parezcan poco a todo lo reflejado en tantos y tantos libros de Historia. No seré yo quien quiera convencer de que lo que aquí leeréis sea lo verdadero. Tan sólo me limito a transcribir lo que la diosa fortuna ha tenido a bien regalarme.


    Si me lo permitís y tenéis a bien, paso a desvelaros lo que éstos manuscritos cuentan, y que durante tanto tiempo ha estado tan escrupulosamente guardado.

    Cristóbal Colombo Fontanarrosa nació en Génova prematuramente un 29 de Febrero de 1428 a la edad de 0 años en el seno de una familia muy humilde. Cristóbal nació como consecuencia de un anecdótico eclipse de sol que ese mismo día acaeció. La madre del ya casi venido al mundo Cristobalito, Dª Susana Fontanarrosa, era mujer de escueta estatura con un exceso de dioptrías en la vista, y con un habitual desinterés por estar informada de lo que a su alrededor sucedía diariamente. Ese día y como no tenía por costumbre oír las noticias de los informativos del canal estatal, no se enteró que en el citado canal habían aconsejado estar provistos de velas para evitar en lo posible los oscuros efectos de un eclipse, que por cierto, no tardaría mucho en ocurrir.


    La buena mujer, que ya se encontraba en avanzado estado de gestación, continuó impertérrita realizando como podía sus cotidianas labores hogareñas. De repente la oscuridad que precedía al eclipse la sorprendió.

    Dª Susana se dirigía a la cocina a preparar una ensalada de aguacates con aceite de oliva virgen, cuando debido a la poca visión de la que hacía gala y la oscuridad reinante en el lugar, tropezó bruscamente con su gato que merodeaba por el lugar a la espera de recibir su ración diaria de pienso compuesto, compuesto por pienso y más pienso.

    El mencionado tropezón la hizo caer violentamente de culo sobre un sofá de esparto que tenía la familia Colombo en el salón, y aunque el golpe recibido en su trasero no fue muy fuerte, el susto sí que lo fue, y éste mismo susto, no otro, propició que le entrasen unos fuertes dolores abdominales que le indicaron a Dª Susana que su precioso retoño estaba a punto de ver por sí mismo lo que era un eclipse de sol; y entonces ocurrió, Cristobalito salió al segundo intento que hizo desde los adentros de su madre por sus propios medios, ayudándose únicamente de sus pequeñas manitas que apoyó en las zonas inguinales de la madre. El primer intento fue fallido debido a que Cristobalito no calculó debidamente el grosor de su propia cabeza y rebotó dentro del seno materno. Cuando por fin consiguió salir de los adentros de su madre, observó con interés lo que ante sus ojitos dormilones se mostraba; Cristobalito se quedó aturdido cuando vio que su madre estaba inconsciente encima del sofá de esparto. Ante esta inesperada situación, Cristobalito, que nada más nacer ya empezaba a dar muestras de una versatilidad intelectual envidiable, se preguntó qué es lo que podía hacer al respecto. De momento, pensó que lo mejor para su integridad física era llorar a lágrima viva para ver si su mamá al oírlo despertaba, pero como nunca había llorado a la luz pública pues no sabía cómo hacerlo.

    >>No se sabe y en el manuscrito nada pone, de por qué Cristobalito relacionó llorar y dolor, pero el hecho es que así ocurrió, lo relacionó, y optó por pegarse él mismo dos o tres azotes en el culo. Al tercer azote por fin comenzó a llorar como un descosido. Éste llanto fue fruto del dolor y de la mala leche que se le puso cuando constató que se había pasado tres pueblos en la intensidad de los golpes que se había infringido a sí mismo, y que se había hecho más daño del que era justo y necesario.

    En un primer momento, de reojillo y haciendo snifff, sniff, fijó la vista en su mamá para ver si su sufrimiento había causado algún cambio en la lipotimia de la madre, pero no, en la madre no se vislumbraba ninguna actividad física que hiciera pensar a Cristobalito que ya se encontraba bien.  Cristobalito incluso pensó en ascender gateando por el cuerpo de Dª Susana, aunque éste pensamiento pronto se desvaneciera al comprobar que tampoco era posible debido a que como en su madre todo era tan pequeño, el cordón umbilical no podía ser menos, y la longitud de éste sólo permitía llegar al ombligo. ¡Ya no sabía qué hacer!, se encontraba sólo en el mundo y a oscuras que era lo peor. Cuando su desesperación estaba casi tocando fondo, la diosa fortuna hizo que su hado padrino se apiadara de él y tomara cartas en el asunto.

    El hado, en forma de intuición avisó a grito limpio a D. Doménico Colombo (padre de la criatura y tabernero del pueblo) que urgentemente debía acudir a su casa; ipso facto D. Doménico haciendo caso de “su instinto” y a lomos de una mula torda llegó rápidamente a casa. Cuando abrió la puerta, atónito observó que su ansiado y esperado querubín (Cristobalito) ya había nacido, y que le estaba esperando con sus bracitos puestos en jarra y con una carita de cabreado que para qué la prisas.

    D. Doménico no pudo por menos que gritar a los cuatro vientos, ¡Cristobalito hijo, ya has nacido!, Cristobalito al oír al padre berrear de semejante manera se quedó alucinado, tanto de los alaridos, como del gran poder de deducción del que hacía gala su padre, y se preguntó para sus adentros - ¿Creerá que soy un parásito intestinal? -. Después de esto elevó su mirada al cielo y le suplicó a éste que no llevara en su cuerpo mucha carga genética de su papá.

    Viendo Cristobalito que su padre también se estaba empezando a poner blanco, y que casi estaba al borde del desvanecimiento, con su manita izquierda cogió él mismo su cordón umbilical e hizo signos ostensibles a su padre indicándole que aquello había que cortarlo como fuera, y que quería a ser posible que fuera ese mismo día para así poder vivir su vida libremente. D. Doménico reaccionó y entre vómito y vómito, cortó y pinzó el cordón umbilical sin ningún miedo al qué dirán. Cristobalito ya libre de ataduras cayó rodando por entre las piernas de su madre como una bola calva de billar, pero no le importó, ¡Por fin era libre!.

    D. Doménico trasladó luego a la madre y al niño en su carro de bueyes mono volumen a casa de la comadrona para cerciorarse de que los dos se encontraban en buen estado, y que dentro de lo accidentado que estuvo el parto, no le quedarían secuelas a ninguno de los tres.

    A golpe de pecho materno y biberón desnatado lácteo, Cristobalito creció sano y fuerte. Se crio como todos los infantes de aquella época. Su hado en esta etapa infantil cuidó con especial mimo a su pupilo. No dejó que la carga cromosómica que llevaba Cristobalito en sus genes fueran exclusivamente los de su progenitor, sino que prefirió que el reparto fuese equitativo y compartido a tantos por cientos iguales por la madre. El cacao cromosómico que llevaba cristobalito en su cuerpo era para mear y no echar gota, pero el hado pensó que eso era lo mejor para él.

    >>Cristobalito fue casi el más pequeño de los cuatro o cinco hijos que tuvo el matrimonio Colombo. No se sabe a ciencia cierta si fueron cuatro o cinco. Parece ser y así se cuenta en los manuscritos que obran en mi poder, que después de Cristobalito y por no poner los medios adecuados, pocos había por aquellos entonces, pero bueno, el feliz matrimonio tuvo otro hijo, pero así como nuestro Cristóbal fue prematuro, el otro fue visto y no visto, Dª Susana ni se percató de la salida. Pensaron que lo que había llevado ella en su interior durante siete meses, quince días y dos horas, fueron gases fruto de la continua ingesta de fabes asturianas de importación.


    Cristobalito en su edad escolar destacó por su innata habilidad para la filosofía aplicada. Sus exámenes fueron, son, y serán, dignos de engrosar los más ilustres archivos sobre pruebas de calificación intuitivas. Él demostró fehacientemente que la medición del coeficiente intelectual tuvo un antes y un después a su primer examen de calificación para la “ESO”. Sus respuestas a las cuestiones planteadas fueron rotundas y cumplimentadas  con una seguridad aplastante fruto también de largas horas de ronquidos durante la explicaciones impartidas por el distinto profesorado: Joder, “eso” no lo sé, pues la verdad “eso” tampoco es que me importe mucho, ¿eso qué es?, “eso” me suena pero no lo recuerdo ahora, ”eso” es pecado.

    Sobra decir que sus arrolladoras respuestas llenas de sabiduría no fueron entendidas por lo examinadores que, tras un claustro urgente con el rector y padres de alumnos, decidieron unánimemente suspenderle “Cum Laude” y expulsarle con el más alto honor del colegio nacional mixto “Américo Vespucio”.

    A Cristobalito este hecho no le traumatizó de manera alguna, él sabía que había sido una decisión injusta, y que el tiempo (ese testigo que da y quita razones) sería su más fiel aliado, y al final deberían de darle la razón.


    Lo que sí le causó mucho desazón de su suspenso “Cum Laude” y su posterior expulsión, era que ya no podría estar al lado de su primera experiencia sexual llamada Felipa. No entraré a valorar las características técnicas de la Felipa en cuestión pues creo que ya con el nombrecito sobra, pero lo cierto y verdad es que nuestro protagonista estaba perdidamente enamorado de la manceba. El día que se marchaba del colegio mixto fue a verla para despedirse (aunque vivían puerta con puerta) y le propuso que como muestra del intenso amor que sentía por ella, deseaba que hicieran un juramento de sangre que perdurara para toda la vida. Felipa se supone que no era conocedora de que los juramentos de sangre tenían que ser realizados por los dos amantes y no por Cristobalito sólo, pues cuando el galán estaba besándola por primera vez, y quiso hacer un uso indebido de su mano derecha, Felipa le aplicó un duro correctivo cuando sus labios se separaban. Sin ningún tipo de rubor ni recato le propinó un crochet de derecha (que ya quisiera para él Mike Tyson) que fue a impactar bruscamente contra su tabique nasal, del cual comenzó a brotar una sutil pero continuada hemorragia. Felipa al observarla pensó que quizás se había excedido en la intensidad del ostión, y procedió a limpiar dulcemente los morros ensangrentados de su joven amante. Cristobalito nunca olvidó este juramento de sangre ya que, a raíz cuadrada de la inflamación causada por el impacto, su nariz ya no volvió a respirar aire a pulmón libre nunca más.

    Cristobalito decidió que como su etapa escolar ya había llegado a su fin, y como sus progenitores no disponían de los maravedíes suficientes como para pagarle una carrera, no podía desperdiciar tantos años de intenso estudio y tampoco quería seguir los pasos de su padre. Él quería dejar de ser el hijo casi menor del tabernero del pueblo, y quiso ponerse a trabajar en el campo para poder ahorrar y así poder hacerse socio de la biblioteca del pueblo de al lado para seguir con su formación académica de manera autodidacta.

    No le importaba el tremendo sacrificio que tendría que hacer. Se consideraba un persona luchadora y nada fácil de doblegar. Para él era una prueba crucial pues se tendría que levantar con las primeras luces del alba para echarle de comer alfalfa transgénica al borrico familiar, mear, y volverse a acostar hasta las 14:30 horas p.m. cuando la gentil Dª Susana lo despertara para comer. Su espíritu de sacrificio fue admirable y su objetivo también, que no era otro que ser alguien en la vida.

    Cristobalito fue creciendo y su carácter y personalidad se afianzaron a golpes de lectura de tebeos de los antecesores de Spiderman y de los Cuatro Fantásticos. Cuando sus ojos sorprendidos observaron el primer ejemplar del hombre araña a todo color aún poco colorido, comprendió que ya era la hora. Ya estaba preparado para abandonar el nido familiar cual avecilla aleteadora. Había llegado el momento de darle significado a ese sueño que desde niño no le había abandonado. Ese sueño en el que se veía haciendo surfing encima de un inmenso prado azul que no tenía final, y esas dos palabras que tampoco nunca dejarían de perseguirle....”América, América”.

    >>Ese mismo día Cristobalito se diluyó en el aire frío del atardecer, y presto, ese insigne aunque joven varón creció, y nunca nadie volvió a llamarle así, para todos ya sería Cristóbal (y para nosotros también).


    Cristóbal con pena reunió a sus padres y les hizo partícipes de sus inquietudes. D. Doménico y Dª. Susana se miraron incrédulos ante la situación planteada por su hijo casi menor pues se iría la alegría de la casa de la pradera y de la huerta. ¡Pero nada podían hacer!. Supuesto que quería ya volar en solitario aceptaron la decisión de su vástago, y D. Doménico antes de que su hijo partiera con el alba, sacó de la alacena del salón una botella de anís de los antepasados del mono que guardaba para las ocasiones especiales.

    D. Doménico y Cristóbal accedieron al patio trasero de la casa para brindar por el futuro de todos, y aprovechó para darle una serie de consejos paternos sobre lo que era la vida. Ante el aluvión de chorradas paternas que se le venían encima, pues ya era conocedor de la tara genética de su progenitor, optó por anestesiar su mente y su alma empinando el codo sin ningún tipo de miramientos ni sentimientos de culpa. Después de casi dos horas ni el padre ni el hijo se tenían en pie. Cristóbal ahí supo por su padre que no debía de hacer caso del bulo ese que tanto oyó en su infancia y que decía que a los niños los traía la cigüeña colgados del pico, porque en la conversación quedó claro que las encargadas del transporte de los niños eran las avestruces de Groenlandia.

    A las seis de la mañana con una resaca del copón, y antes de que el reloj de cuco asomara sin previo aviso por la puerta, despertó. Su cabeza estaba como fuera del cuello. A trompicones y sin auxilio fue capaz de llegar al WC rústico, y allí eliminó por vía uretral los escocidos restos de anís que aún le quedaban en las arterias y todas las demás ramificaciones venosas corporales.

    Momentos después, y al comprobar que simplemente lavándose la cara no iba a ser posible que reaccionara, decidió darse un chapuzón en el pozo olímpico de su patio particular (que cuando llueve se moja como los demás) y tras realizar tres largos y pedir “SOS” a su padre ya que casi se ahoga a causa de la parálisis corpórea que le causó el grado tan extremo de congelación del agua, se dispuso a hacer la maleta donde aparte de meter ropa, ropa y más ropa, de invierno, de verano y de temporada, posó dulcemente en el doble fondo de la maleta un retrato de su amada Felipa, a la que hacía ya muchos años que no veía ya que los padres de ella no veían con buenos ojos esa posible relación, y la enviaron contra reembolso a la posada de una tía suya que vivía en la ciudad.

    Secándose las lágrimas que no pudo evitar derramar con la manga de la camiseta de felpa, cerró la maleta y se dispuso a salir. Recogió de la mesa una gran cesta que Dª Susana le había preparado con diversos alimentos ricos en proteínas, ácidos grasos, y bajos en colesterol y triglicéridos, y a lomos de su rocín albino partió sin mirar atrás hacia su incierto destino.

    Cristóbal partió sin rumbo fijo más que nada porque no tenía ningún mapamundi ni rumbo fijo que tomar. Después de varios días y de varias noches de viaje sólo parando para realizar las pertinentes comidas energéticas preparadas por Dª Susana, los pertinentes parones reglamentarios a que su cuerpo le obligaban con señales inequívocas a modo y forma de retortijones etc, y los repostajes en las alfalfalineras para echar combustible a su vehículo de cuatro patas; Cristóbal llegó a un cruce de caminos deteniéndose para pensar qué dirección debía de tomar.  Tampoco tuvo que detenerse mucho tiempo ya que sólo había una señal vertical que le indicaba mediante interrogantes ¿a Savona?. Cristóbal no lo dudó, y raudo y veloz se dirigió hacia esa población interior costera que seguramente lo acogería con los brazos medio abiertos.

    Tras doce días, inclusive más, allá en el lejano horizonte, Cristóbal vislumbró la ciudad entre neblinas matutinas. Cuando llegó y tras buscarle acomodo en un establo a su rocín albino de última generación, se dirigió a saciar el hambre y la sed que al final del viaje le acució. Su rocín en un despiste somnífero de él, se había encargado de arrasar con la poca comida que le quedaba. Un olorcillo a comida le indujo a pasar a una fonda un tanto desaliñada que había en una zona de descanso del auto camino de entrada al pueblo, dicha fonda se llamaba “ Fonda la primorosa”. Debajo, y a modo de previo aviso con rima, seguía pudiéndose leer “Atrévete a entrar, anda, osa, osa “, y como los retos a Cristóbal no le amilanaban, pues Cristóbal osó y entró. Echó un vistazo general al local, y optó por sentar sus reales posaderas en una silla que quedaba libre al final de la barra, la cual era atendida por una exuberante y enfajada doncella savoní. Tras entablar una trivial conversación, Cristóbal pidió unos huevos fritos con chorizo, y papas fritas con ajo aceite, dando por supuesto que el vino de origen desconocido ya hacía rato que se habían integrado completamente y a la perfección con sus demás líquidos corporales.

    Cristóbal degustó la comida plácidamente saboreando cada bocado que se llevaba a la boca (no tenía prisa, tenía toda una vida por delante). Para dar por finalizada tan placentera comida, y después de eliminar gases nocivos con algunos furtivos eructos obligados, Cristóbal llamó a la exuberante camarera y le pidió un carajillo de Ron y un purito aunque éste fuese de andar por casa. El precio de todo aquello no le importaba. Por primera vez se sentía realizado personalmente. Era dueño y señor de su vida, y tenía la corazonada que ésta le iba a sonreír.

    Breves momentos después de quemarse los labios con el carajillo y gritar un ¡Ay! que se oyó en todo el vecindario y alrededores, alzó su mano diestra y pidió la cuenta a la camarera. Mientras esperaba, miraba con aires de suficiencia a todos los nativos ciudadanos que se encontraban allí ahogando sus penas en alcohol etílico. Su felicidad era plena. Eso era vida.

    Al poco tiempo vio llegar a donde él se encontraba a un fornido varón con cara de pocos amigos, mejor dicho, con cara de ningún amigo. Éste, dejó a su lado una nota encima de un plato de porcelana china. Era la cuenta. De repente la exuberante doncella había desaparecido, y en su lugar estaba aquel ser de indefinible dimensiones. Se preguntó el porqué de aquel cambio tan radical. Lentamente tomó posesión de la cuenta, y tras cambiarle el color de la cara de rosado a pálido, comprobó que no disponía de los suficientes maravedíes para hacer frente al importe global de lo consumido, pues no había contado con el 16% del antepasado de nuestro actual y querido IVA. Titubeante miró a la mole humana que tenía enfrente, y con cara de indefenso varón le dijo con voz temblorosa: - Pues no tengo bastante -. La mole humana puso cara de satisfacción ante lo escuchado y con un ¡Yupi! que atronó toda la fonda, sin mediar palabra alguna cogió de la oreja izquierda a Cristóbal, y lo llevó derecho hacia la cocina que hacía semanas que a nadie le había dado por fregar ni un sólo plato, dejándole como misión trascendental la total limpieza de todo aquello. Montañas y montañas de platos sucios vio aparecer antes sus estupefactos ojos.  Cristóbal empleó cuatro horas y media y cinco litros de “Mr Troter “ en dejar aquello como los chorros del oro. A las 21:00 horas p.m. había saldado su deuda gastronómica dirigiéndose nada más acabar a la mole humana para darle las novedades pertinentes, el cual, después de inspeccionar la cocina y dar el visto bueno, dejó marchar a Cristóbal diciéndole: - Vuelva cuando quiera ¡eh!, siempre será bien recibido en la fonda La Primorosa -.

    Nuestro indómito aventurero estaba medio muerto por el esfuerzo. Su primera experiencia personal al tomar las riendas de su propia vida no había sido todo lo satisfactoria que era de esperar. Pero no se amilanó. No se dejó abatir por esta contrariedad, e impertérrito y sin un maravedí en el bolsillo, fue a pernoctar al garaje al lado de su rocín albino.

    Con la primera luz del alba matutina, Cristóbal despertó y en lo primero que pensó fue que tenía que solucionar el grave problema económico que le acuciaba. La única solución que se le ocurrió fue la venta de su medio de locomoción. Fue una decisión muy difícil de llevar a efecto pues le había cogido mucho cariño al rocín albino, pero primaba su supervivencia. Tras no pocos regateos por todas las partes afectadas por la compra venta, el rocín fue adquirido por unos granjeros mormones que vivían en las afueras de la ciudad. Cristóbal, dentro de la tristeza que le supuso dejar allí a su rocín, estaba seguro que había hecho lo correcto.

    Cabizbajo tras la despedida, comenzó a caminar absorto en sus pensamientos propios y en sus circunstancias actuales. Tras un largo recorrido y no se sabe aún porqué, Cristóbal fue a parar al puerto marítimo de la ciudad. ¡Cristóbal se quedó perplejo! ¡No podía ser verdad! Estaba viendo el mar y su corazón comenzó a latir como poseído por un percebe australiano en estado de hiperventilación. Casi le faltaba la respiración ante la visión de aquel maravilloso paisaje costero.

    Pasó horas y horas sin ni siquiera pestañear observando todo lo que tenía ante sus ojos. Tan meticulosa observación le permitió percatarse de la escasez de mano de obra que había en todos los barcos que estaban anclados allí. Carteles visibles en los mástiles centrales así lo indicaban. Uno de esos carteles en concreto y que más captó su atención decía: “Falta mano de obra, sobra trabajo aquí, sube por la pasarela, no te vas a arrepentir”

    Cristóbal pensó que era su oportunidad de cumplir con sus sueños. Así que después de unas breves negociaciones y teniéndose muy en cuenta su amplio bagaje académico, se enroló como asesor personal del pinche de cocina con derecho a vomitar siempre que la ocasión lo aconsejase.

    Viento en popa y a toda vela que no corta el mar sino que vuela un velero bergantín, Cristóbal con el barco en el mismo pack partió, y así comenzó la vida de navegante de Cristóbal Colón.

    El barco en cuestión transportaba lana de oveja churra, queso semi curado manchego, y vino peleón con denominación de origen. Muy pronto Cristóbal se aficionó a la cartografía empezando como no podía ser de otra manera desde cero. Eternas partidas al subastado con los demás tripulantes de su mismo rango le demostraron que había nacido para eso. Pero él quiso llegar aún más lejos, y exprimiéndose el cerebelo descubrió que la cartografía no era jugar al subastado y apuntar en un papel las deudas contraídas, no, la observación de tantas noches estrelladas pensando en la Felipa de su corazón mirando hacia las estrellas y constelaciones, y las diferentes posiciones que algunas de ellas tenían según la ruta que llevaran, le hicieron pensar que si dibujaba esto en un papel tamaño folio din A4, para otra vez no se perderían, que por cierto, era lo habitual en ese barco ya que el capitán navegaba de oídas.

    Y tan grande fue la meada….que en 1476 aquel barco naufragó, chibiribirí, chibiribirón….cerca de las costas portuguesas (no de todas supongo, sería sólo de una, pero es que aquí de eso no dice nada) al chocar contra un arrecife que no tenía otra cosa que hacer que estar en medio de la nada, y justo por donde tenía que pasar el barco. Cristóbal enseguida supo que su primera época de navegante había llegado a su fin. Tras salir ileso del infortunio marino, pensó que le vendrían bien unas vacaciones pagadas y, ni corto pero un poco perezoso sí, partió hacía Irlanda, Islandia y Madeira, para por fin concluir su viaje en Génova donde fue aclamado en honor de multitudes. Multitud que básicamente formaban su padre, su madre, y su hermano Bartolomé.

    Después de la alegría lógica de ese reencuentro, Cristóbal preguntó a su familia si sabían algo de su amada Felipa Muñiz de Perestrello. Asintiendo con la cabeza para arriba y después para abajo, éstos le dijeron que sí, que había regresado a Génova donde vivía en una rústica casita de soltera.

    A nuestro protagonista estelar le faltó tiempo para ir a su encuentro.  Cuando llegó, un intenso nerviosismo se empezó a apoderar de él. Hacía tanto tiempo que no la veía….que tenía serias duda de que aún estuviese enamorada de él.

    Con la mano ligeramente temblona, Cristóbal llamó a la puerta y procedente de una de las ventanas oyó una voz:

Felipa Siiiiii, ¿Quién llama?

Cristóbal – (Las palabras no le salían de la garganta)  ¿Está Felipa?

FelipaSí que está, soy yo, pero no quiero propaganda.

Cristóbal - Que no Felipa, que soy Cristóbal, ¿Te acuerdas de mí?

    Entonces un silencio ambivalente (de los dos) hundió a Cristóbal en unos momentos de inquietud supina.

Felipa - ¿Cristóbal? (Cristóbal aquí, y yo con estos pelos). Claro que te recuerdo. Ahora bajo. No sabes lo mucho que te he echado de menos, y lo poco que  te he echado de más.

    La puerta se abrió y los dos amantes desenfrenadamente se fundieron en un interminable y prieto abrazo. Besos con lenguas a mogollón rubricaron que ambos dos se seguían amando como desde el primer día.

   Cristóbal no se atrevió a hacer otra vez un uso indebido de su mano diestra, no quiso dirigirla a ningún lado comprometido del cuerpo humano de Felipa, tenía un sanguinolento recuerdo de aquella primera vez que lo intentó (seguía con la desviación de tabique nasal), esperaría a mejor ocasión.

    Después de conseguir (sin proponérselo mucho) despegar sus cuerpos, y de que Cristóbal sin querer le hubiera quitado un rulo de la cabeza, accedieron al salón comedor. Felipa preparó un té helado con pastas variopintas, y turrón de almendras para los dos. Cristóbal hubiera preferido para celebrar el momento una bebida algo más sustancial, pero no quiso causar una alcohólica impresión a su amada y, como si le gustase un montón, a sorbitos pequeños y a alguna que otra arcada, consiguió bebérselo enterito.

    Toda la tarde la pasaron de lo más relajados hablando y hablando.  Tenían muchas cosas que contarse pues habían sido muchos años sin saber nada el uno de la otra. Pero de repente y sin previo aviso, por motivos desconocidos, Cristóbal tuvo una erección inesperada que no pasó desapercibida para Felipa. Un intenso rubor hizo que Cristóbal se pusiese más colorado que un tomate de la huerta murciana (España). Haciéndose el despistado y poniéndose un cojín de lana que había en el sofá en semejante parte, rezó al cielo para que se le pasase esa inflamación tan inoportuna. Pero no hubo forma. Su sangre no estaba por la labor de retirarse de ese innombrable y pudoroso lugar, además, Felipa tampoco quería desperdiciar semejante oportunidad. Llevaba mucho tiempo manteniendo una estricta abstinencia, por lo que muy sensualmente se levantó del sofá, y tras golpearse en la espinilla con la mesa de centro que estaba al lado de ella, y hacer de tripas corazón ante el intenso dolor, se dirigió hacía el balcón con la picara intención de que el trasluz reinante en el salón dejara entrever levemente partes tan deseables de su anatomía humana a los ojos de nuestro, en estos momentos, ya subido por las paredes Cristóbal.

    >>Lo que ocurrió después ya no se sabe. En el manuscrito pone “censored” y tampoco es plan de que me lo invente. Lo que sí explica es que de esa noche loca de ambos dos, salió el año, el mes y el día de la fecha de la boda. Acto religioso que se celebró en el año 1479 después de Cristo.

   >>Los padrinos fueron por parte de ella un tal Marco Polo que era íntimo amigo de Felipa, y por parte de él, Dª Susana.

    A partir de ahí Cristóbal y Marco forjaron una gran amistad. Estaban cortados por el mismo patrón. Les unían las mismas aficiones marinas y los dos ya eran expertos navegantes.

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